Así somos: los malos samaritanos

Estoy seguro de que en ocasiones habéis contemplado las acciones de una pandilla, o escuchado las palabras de alguien, y os habéis sorprendido, o incluso escandalizado, porque chocan violentamente con las normas sociales tal y como las entendemos. Por ejemplo cuando pensáis en la inhibición de los testigos de una agresión que no reaccionaron hasta que ésta acabó, o en quienes vivieron en una dictadura y nada hicieron para para ayudar a las víctimas de turno.

Existe una rama de estudio del comportamiento humano muy interesante que intenta explicar estos fenómenos y predecir comportamientos, muchas veces contrarios a cualquier intuición que pudiésemos tener a priori: la psicología social. Encontraréis casi tantas definiciones como sicólogos, pero la que aquí nos interesa es aquella que entiende el mundo como una construcción social en un entorno histórico concreto, en la que no existen verdades absolutas, ni nuestras acciones están predeterminadas. Para situaros os recomiendo el cortometraje que adjunto, un tanto dramático para mi gusto pero más entretenido de lo habitual en el ámbito de las ciencias sociales.

En este artículo me centraré en el ejemplo que describía mi introducción: por qué no somos en general buenos samaritanos, o por qué el buen samaritano es la excepción.

Allá voy.

En 1964 una mujer de 28 años, Kitty Genovese, fue atacada y apuñalada en dos ocasiones consecutivas, y finalmente violada a treinta metros de su casa. Hubo al menos una docena de testigos que se inhibieron, hasta el punto de que alguno cerró la ventana y subió el volumen de la radio para no escuchar los gritos. Finalmente un vecino llamó a la policía, pero Kitty falleció camino del hospital. Los hechos fueron estudiados con detalle para averiguar qué clase de personas son capaces de inhibirse en esta situación, pero la conclusión final es que éste es sorprendentemente el comportamiento esperable debido al llamado efecto espectador, o síndrome Genovese.

Quizás penséis que este fenómeno ocurrió por cosas de aquella época, y en parte tendréis razón, pero antes de asumir que no sucedería hoy recordad casos como las agresiones a inmigrantes grabadas y publicadas en YouTube, sin que nadie intervenga. El vídeo siguiente lo ilustra a la perfección:

Ahora ya sabréis que hay un gran número de condicionantes que podrían justificar la inhibición de los testigos, así que Latané y Rodin decidieron efectuar un experimento en condiciones de laboratorio en 1969.

Hacían entrar al sujeto en una sala vacía y marchaban. Al cabo de un tiempo la persona oía como una mujer caía violentamente en el despacho de al lado y se quejaba de dolor. En estas condiciones el 70% de las personas se levantaron y fueron a ver si podían ayudar.

Posteriormente introdujeron los sujetos de dos en dos y repitieron el experimento. Sólo en un 40% de los casos hubo un intento de ofrecer ayuda.

Por último introdujeron un segundo testigo cómplice con instrucciones de no levantarse. Sólo en un 7% de los casos el sujeto intentó ayudar pese a todo.

Una de las posibles conclusiones es que la individualidad no es más que la parte del grupo que corresponde a cada persona. Suena contra-intuitivo porque en una cultura que premia el individualismo cabría pensar en la sociedad como una agregación de individuos, y sin embargo resulta ser al contrario. Por eso mismo cuantas más personas estén presentes menor es la parte alícuota de responsabilidad que atañe a cada una, y será por tanto menos probable que una de ellas rompa el comportamiento del grupo, aunque sea para obedecer otra norma tan poderosa como la de ayudar al prójimo.

Sin embargo los experimentos también muestran que para ser coherentes con el comportamiento grupal, estamos siempre atentos a las acciones de los demás. Por esta razón, en cuanto alguien interviene, crece la probabilidad de que otros miembros del grupo se sumen.

Otra de las razones que justifican sucesos como los descritos es la descripción socio-histórica de la situación. En los años 60 no existía el concepto de violencia de género, ni el discurso de rechazo contra esta norma específica como existe en la actualidad. Probablemente los vecinos de Kitty Genovese interpretaron la agresión como algo privado en lo que no debían interferir – recordad que pocos de ellos tuvieron una visión completa del ataque – y no como lo que realmente era: el ataque de un violador asesino a una mujer.

Linchamiento racial en Estados Unidos, 1959
Linchamiento en Poplarville (Misisipi), 1959

Por poner otro ejemplo, la aberración ocurrida recientemente cuando un joven blanco entró en una iglesia negra, disparó a diez personas y mató a nueve, ha sido calificada de delito de odio, otro concepto social que se legisla como tal en Estados Unidos desde 1968. Es posible que lo que voy a afirmar suene brutal, pero un crimen de este nivel perpetrado en los años 30 en el sur de Estados Unidos habría sido probablemente enfocado por las autoridades y la prensa como poco más que una gamberrada.

Ahora bien, ¿qué sienten los testigos en esas circunstancias, siendo conscientes de su inhibición, y estando tensionados entre los impulsos opuestos de seguir al grupo y de ayudar a otra persona? Es indudable que se sentirán ansiosos, como afirma la persona entrevistada en el vídeo de Zimbardo, porque han tenido que desobedecer una norma social implícita y explícita tan poderosa como la de ayudar. Es el proceso que se conoce como disonancia cognitiva. Formulada por Festinger, esta teoría explica que las personas tendemos a alcanzar una situación de coherencia entre nuestros valores, creencias, emociones y comportamientos. Cuando esto no ocurre, aparece una situación de incoherencia que intentaremos resolver mediante diversas estrategias. La más obvia es echarle las culpas a los demás, describir la situación como algo distinto a lo que fue, o atribuyendo responsabilidades. Veamos con un poco más de profundidad esto último.

Sin querer entrar en el detalle de la teoría de las atribuciones de Heider, y los trabajos posteriores de Jones y Davis, sí mencionaré algunas circunstancias que ayudan a entender los casos de Kitty Genovese, los experimentos del efecto espectador de Zimbardo, y el experimento de Latané y Rodin. Pondré algunos ejemplos que de seguro habréis observado alguna vez, espero que en circunstancias menos dramáticas:

  • Tendemos a atribuir la responsabilidad de las acciones ajenas a quienes la realizan, poniéndonos a salvo. Ayuda, y no poco, que las normas jurídicas – Código Penal entre ellas – insistan hasta la saciedad en este concepto.
  • En otras ocasiones inferimos una predisposición de la persona a sufrir incidentes de cualquier tipo, incluyendo situaciones de riesgo. Es probablemente una de las razones por las que nadie se molestó en ayudar al borracho en el vídeo de Zimbardo, pero también en casos de agresiones sexuales porque la víctima “iba provocando.
  • También podemos atribuir las razones de éxito o fracaso a la víctima, teniendo en cuenta, por ejemplo, si a nuestro entender se defendió con la suficiente contundencia, o parecía aceptar sumisamente la situación.
  • Y si hay alguna figura de autoridad presente, con seguridad delegaremos en ella la responsabilidad de nuestro comportamiento, aceptando tan sólo la obligación de ejecutar sus órdenes, si es que se producen y nos afectan.
La autoridad inhibe al grupo
La autoridad y el grupo.

Otro factor importante que Zimbardo destaca en su vídeo es el sesgo cognitivo, entendiendo aquí la predisposición a aceptar unos determinados detalles de la escena, despreciando por completo otros hasta el extremo de no ser ni siquiera conscientes de ello.

  • En general, tendemos a realizar atribuciones internas antes que externas. Por ejemplo en el caso de la agresión a la joven inmigrante en el metro de Barcelona se tenderá a responsabilizar a la muchacha por ir sola, o por cualquier otra razón, antes que a observar que simplemente fue agredida tan sólo por ser de apariencia extranjera. Porque en este caso se trataría de discriminación por nuestra parte también, y habría actuado otra norma social. En cambio, cuando juzgamos nuestra propia conducta, tendemos a atribuir nuestras acciones a situaciones externas que nos exculpan, o al menos nos disculpan.
  • Hay una creencia extremadamente conservadora que es la raíz de muchas denegaciones de ayuda: la creencia en que vivimos en un mundo justo, donde cada cual tiene aquello que merece por sus actos. Tomando el concepto en negativo, también se puede asumir que lo ocurrido a cualquier víctima es, en el fondo, una consecuencia de sus – malos – actos. Aunque no tengamos ni idea de cuáles son, ni la menor confirmación de que siquiera existan.
  • Con frecuencia también se crea una sensación de falso consenso, cuando ponemos más atenciónSesgo cognitivo: no vemos al mendigo si no se nos parece

    en aquellos que identificamos como más cercanos a nosotros. Un juez tenderá a dar más valor a una declaración policial que a la denuncia de malos tratos de un detenido, como vimos en el artículo dedicado al caso 4F, y un político que provenga del mundo de las finanzas tenderá a dar mayor credibilidad a cualquier financiero que a un académico, por renombrado que éste sea. Estoy pensando por ejemplo en Varoufakis y ese Eurogrupo en el que destaca como pulpo en garaje.

  • Por último mejoramos sin duda nuestra auto-estima si asignamos razones externas a nuestros fracasos, e internas a nuestros éxitos. Pero probablemente esto ya lo sabemos todos.

No quería finalizar sin recordar lo que acabará siendo un mantra en estos artículos: que las atribuciones, los discursos, y la mayoría de los objetos sociales que nos envuelven – sea el poder, la agresión, la solidaridad, … – son construcciones que corresponden a una determinada cultura en un determinado momento histórico. Nada está determinado, pero pocas cosas pueden cambiar sin modificar cultura y sociedad.

Saludos.

6 respuestas a “Así somos: los malos samaritanos

  1. La verdad es que esto de las visitas y los lectores es bastante raro. Será cosa del SEO, supongo, pero hay veces que he publicado una entrada que, como tú dices, me ha costado mucho (¡semanas no, semanas ninguna!) y no le han hecho ni caso, y luego otras que he escrito deprisa y corriendo por no dejar pasar la semana sin publicar, lo han petado (a mi modesto nivel).

    Quién sabe nada.

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    1. Mi experiencia es que los textos más populares son aquellos escritos con más entraña que cabeza, que consiguen conectar con emociones previamente activas en los lectores. Si además aciertas con la descripción en Twitter, puede incluso convertirse en viral como me ha ocurrido en alguna ocasión.

      Pero ese no es mi objetivo. No creo que sea posible cambiar la sociedad actuando de modo emocional y previsible (descartando revoluciones), y para cualquier otro fin ya hay otros blogs mejor situados.

      Posiblemente este fuera tema para un debate en 3D alrededor de unas cervezas muy frías. Pensemos en ello.

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  2. La disonancia cognitiva me interesó mucho desde la primera vez que supe del término, alguna vez he hablado de eso en el blog (claro que no se me ocurre comparar tu enfoque académico con el mío de iletrado que ha oído campanas).

    Impactante el experimento de la mujer que hace como que se cae en la habitación de al lado. O sea, que si el que está contigo es un hijo de puta, el 93 % de nosotros seremos unas alimañas insensibles también.
    Al final iban a tener razón las madres con aquello de las malas compañías…

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    1. Vaya por delante que me alegra que al menos le haya interesado el artículo a una persona , sin embargo me sorprende que no te haya interesado más el que escribí sobre el poder.
      Tengo en cartera un último artículo sobre la banalidad del mal, y luego decidiré qué hacer con el blog y su escasa utilidad aparente. Se admiten sugerencias.
      Saludos, Vicente Juan.

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      1. Pero ¿por qué escasa utilidad? Ya insinuabas algo en el «mutatis cafeteris». En cualquier caso, siempre está la reflexión (¿no te pasa que no sabes de verdad lo que piensas hasta que tratas de escribirlo?) y el desahogo personal.

        No sé, igual podrías preguntarnos sobre los distintos enfoques que estés pensando darle al blog, para que nos posicionemos. Por mi parte,todo lo que tenga que ver con el humor, la ironía, el ingenio, etc., me puede. Ya, ya sé que mezclar eso con rigor es complicado, pero oye, no haberme preguntado, pregúntale al Baladring ese.

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      2. Hay un par de citas atribuidas a Einstein – aunque probablemente nunca las dijese – por las que me guío. La primera es:

        Everything should be as simple as it can be, but not simpler” (“Todo debería ser tan simple como pueda serlo, pero no más simple”)

        Por eso en casi todos mis escritos – delirios ensaladeros aparte – intento buscar la conclusión contra-intuitiva, esa que proviene de eliminar las simplificaciones sobrantes que convierten el objeto en una caricatura de sí mismo. Algunas de las publicaciones me han llevado semanas de trabajo de preparación… y han sido leídas por media docena de personas, en el mejor de los casos. Sin alumnos en la Academia, Platón no habría pasado de ser un buen mimo.

        La segunda cita es más conocida:

        The definition of insanity is doing something over and over again and expecting a different result.” (“La definición de locura es hacer lo mismo una y otra vez, y esperar un resultado diferente”)

        De ahí mi reflexión sobre este blog, que ya es el tercero. Ya estoy en esa edad en la que el tiempo tiene cada vez más valor, y el resto del universo cada vez menos.

        Y desde luego una de las posibilidades es darle cancha a P.Baladring, a él escribir un artículo le cuesta escasos minutos porque le castraron la neurona de control, y no tiene filtro alguno. Y hay otras personalidades emergentes de las que nunca he hablado… Otra cosa es que eso me satisfaga, porque gentes que opinan sin reflexionar ya hay unas cuantas. Que si tengo que ser otro Paco Marhuenda (por decir un nombre al azar), que sea cobrando.

        Tomaré mi decisión el fin de semana del 11 al 12 de julio, mientras tanto todas las opiniones serán bienvenidas. Sigo a la escucha.

        ¡Gracias Salva!

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