1 de 10 – Construyendo electores: cultura y sociedad.

Algunos conceptos son difíciles de aprehender, precisamente porque aunque todos creemos conocerlos de forma intuitiva es el propio proceso de socialización el que marca divergencias interpretativas, hasta que las palabras que los representan adquieren diferentes significados según la cultura del receptor.

 Utilizaré en este artículo definiciones extraídas de la antropología, la filosofía o la psicología para explicar por qué chocamos en nuestra visión de estas palabras polisémicas. Dejadme poner dos ejemplos: ¿es la tauromaquia cultura, siendo mayoritaria en nuestra sociedad? ¿Y la ópera, que claramente es minoritaria? Sin embargo, tendemos a reconocer como Cultura al arte en general, y la ópera en particular, mientras que cada vez se le niega con mayor vehemencia a la tauromaquia.

No contestaré ahora a estas preguntas, me temo que tendréis que leer el texto para ello. Mientras tanto os dejo con este vídeo para poneros en contexto:

En esta primera entrega trataré de acotar aquellos significados que resultarán imprescindibles para comprender el proceso de socialización que nos lleva a integrarnos en un determinado entorno geográfico, social y temporal.

La (C/c)ultura.

La UNESCO definió la Cultura en toda su amplitud significativa en la declaración de México de 1982, pero para ello hubo que mezclar en el mismo saco ideas heterogéneas. Para la UNESCO, pues,

…la cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias y que la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo…

A efectos de este escrito, prefiero la definición proporcionada por la antropóloga social Margaret Mead en 1937:

La cultura significa el conjunto complejo de comportamientos tradicionales que ha sido desarrollado por la raza humana y que sucesivamente son aprendidos por cada generación.

Una cultura [en particular] es menos exacta. Puede significar las formas de comportamiento tradicional que son características de una sociedad dada, o de un grupo de sociedades, o de cierta raza, o de cierta área, o de cierto período del tiempo.

Esta segunda parte es esencial para entender por qué forman parte de nuestra Cultura (con mayúsculas) tanto la tauromaquia como la ópera o la poesía. Porque es un conjunto complejo de culturas (en minúsculas) interrelacionadas, que es de las que hablaremos en este capítulo. No temáis, que no os pondré vídeos de ópera ni recitaré poesía (aunque desde luego podría).

Por tanto la cultura se encuentra en la base de la personalidad, y es el medio de las relaciones humanas. Es adquirida mediante la observación, o aprendida mediante el proceso de socialización que describiré en el próximo capítulo.

Cuando no se comparten los símbolos culturales pueden darse mayores o menores malentendidos, pero habrá siempre una base cultural en la comunicación, o en su ausencia.

Las cosas de la cultura de las armas: niños con armas automáticas en sus habitaciones.
La Asociación del Rifle en EEUU plantea guardar armas en las habitaciones infantiles para su protección. ¿Sería eso aceptable en nuestra cultura?

La cultura política.

Gabriel Almond y Sidney Verba[1] definieron la cultura política como “la especial distribución de las pautas de orientación hacia objetivos políticos entre los miembros de cada nación”. Es decir, que los miembros de la comunidad, en general puesto que se trata de un atributo colectivo y no de actitudes individuales, coincidirán en su posición hacia la autoridad, la tendencia a cumplir (o no) las obligaciones legales, la tolerancia hacia las minorías discrepantes, la tendencia a cooperar o competir en la consecución de objetivos comunes, etc.

De esta definición basada en las actitudes podemos concluir que no se trata de una acumulación de información compartida, sino que al contrario es posible encontrar culturas políticas en comunidades mal informadas (o bien desinformadas, que es peor).

Dentro de una cultura política se encontrarán modulaciones y variaciones que conforman las subculturas políticas, que no son en ningún caso inferiores a la cultura sino especificidades en un contexto más amplio. Sin embargo, desde el siglo XX las sociedades occidentales tienden a la homogeneización cultural, a lo que han contribuido, y no poco, los medios de comunicación de masas, mientras se debilitaban otros mecanismos de transmisión como la familia, la escuela, los sindicatos, los partidos políticos, las iglesias oficiales, …

Almond y Verba estudiaron las culturas políticas en Alemania Federal, Gran Bretaña, Italia, México y los EEUU, encontrando tres tipos ideales de cultura política:

  • Cívica o participativa, compartida por individuos con tendencia a someter sus demandas al sistema político, a intervenir en éste y a influir sobre los gobernantes. Se trata pues de individuos interesados en aportar inputs al sistema político.
  • Súbdita, compartida por individuos atentos a las decisiones de las instituciones que les afectan, pero poco conscientes de su capacidad para intervenir en ellas. Se orientan por tanto hacia los outputs del sistema.
  • Localista o parroquial, típica de los sujetos que tienen una vaga referencia sobre la existencia de una estructura política diferenciada o que incluso ignoran todo lo que se refiera a ésta. No establecen la relación entre los hechos cotidianos y el ámbito político, permaneciendo marginales, indiferentes o apáticos al respecto.
Culturas políticas: del fascismo al 15M
Muchedumbres, brazos en alto… Separan ambas fotos sólo 80 años temporales, pero siglos culturales.

En la práctica Almond y Verba advierten que cada sociedad forma un híbrido en el que se entrelazan las culturas políticas en distintas proporciones y distribuciones espaciales, pero que allá donde predomina la cultura política cívica, el sistema político y sus instituciones gozan de mayor estabilidad y calidad de servicio.

Un caso singular e interesante de la distribución de estas culturas fue el voto al NSDAP – el partido nacional-socialista de Adolf Hitler – sobre el que ya escribí un artículo unos meses atrás. No hablaré otra vez sobre ello, pero recomiendo su consulta para quienes estén interesados en este aspecto de la cultura.

Las normas sociales.

Antes de describir la estructura de la sociedad convendría abrir un paréntesis y hablar un momento de las normas sociales.

Myers (1995)[2] las definió como

Reglas para la conducta aceptada y esperada. Las normas prescriben la conducta ‘apropiada’. (En un sentido diferente de la palabra, las normas también describen lo que la mayoría de los demás hace: lo que es normal)

Freud afirmaba que los niños se guían exclusivamente por motivos egoístas porque carecen de superyó, y otros autores llegaron a la conclusión de que este hecho se plantea porque el niño no adquiere el concepto de reglas de comportamiento hasta alcanzar los cinco años. Aprendemos por tanto las normas sociales – de las que hablaré en mayor detalle en el capítulo dedicado a la pertenencia al grupo – en la infancia a través de un proceso de socialización en varias fases.

Ahora bien, hay que recalcar que las normas no son sólo aquellas explícitas, como las leyes, sino también las implícitas que conocemos sin enunciarlas. Por ejemplo la distancia a la que tendemos a situarnos en sociedad será mayor para un español que para un francés, y mucho menor para un árabe. Su no seguimiento comporta sanciones sociales que pueden ser inocuas – que te miren mal o se alejen de ti si te sitúas demasiado cerca de tu interlocutor – o incluso más estrictas que el castigo por la desobediencia a la ley – pongamos que hablo de linchamientos. En medio se establecen multitud de graduaciones.

La sociedad y sus principios.

Toda actividad humana está mediatizada por la cultura del individuo y de su entorno, que a su vez moldea una estructura social, que es la forma en que las relaciones entre individuos, grupos, y las personas que los forman, acaban encajando en un determinado sistema. A esta estructura social la denominamos sociedad.

Las sociedades humanas comparten en buena medida principios con las primates, siendo por ejemplo el primer principio de ambas – te puedo zurrar – aplicable tanto al macho dominante de un grupo de chimpancés, como al antidisturbios de gozoso servicio en una manifestación.

Empezando pues por las sociedades primates, éstas se establecen sobre los principios de dominación jerárquica (te puedo zurrar), parentesco (te odio pero compartimos genes así que me aguanto), especialización (dependes de lo que sé hacer, y yo de lo que tú sabes hacer), cooperación (te ayudaré mientras me convenga).

Principios culturales entre los primates
Sociedad primate, principio de dominación y jerarquía: – ¡Puedo zurrarte! – Reconozco que puedes zurrarme, no es necesario que lo hagas.

A estos principios, las sociedades humanas añaden algunos más: de contrato (haré algo por ti si tú haces algo por mí, y ni se te ocurra fallarme), rol (no soy yo quién te hace esto, es mi función, mi trabajo, mi deber…), clasificación (soy mejor que tú porque…), propiedad (esto es mío, y si lo usas es porque lo permito y bajo mis condiciones), coste-beneficio (haré lo que debo si el balance me es favorable), utilización de redes (que tus amigos me echen una mano para alcanzar un bien común), más los que se han desarrollado y consolidado en el pasado siglo, como el de audiencia de masas (lo ha dicho la tele).

La unidad social básica es la díada – una relación entre dos personas actuantes – que en condiciones de estabilidad creará su propia cultura. La red social se construye en base a díadas interrelacionadas hasta formar una trama de personas y grupos, que constituyen sus nodos.

La tarea más urgente de los niños entre cinco y seis años es aprender a las habilidades sociales que les permitan participar en grupos sociales compuestos por tres personas o grupos. Es la tríada­ que se compone de tres díadas actuantes. Supongamos que tenemos a tres personas A, B y C: la tríada sería el conjunto de relaciones A-B, B-C, A-C. Las tríadas son más débiles que las díadas debido a la mayor posibilidad de conflictos diádicos, que en general serán arbitrados por la tercera parte que no se encuentra en la situación de conflicto.

A su vez, tendemos a clasificar y evaluar a las personas sobre la base de sus características percibidas o esperadas. Así se forman las categorías – sobre las que volveré en otros capítulos –  que acaban sirviendo a los esquemas sociales, “abstracciones conceptuales que median entre los estímulos recibidos por los sentidos y las respuestas de conductas” en definición de Casson (1983). No son sólo estructuras de datos que se utilizan para representar los conceptos genéricos almacenados en la memoria, sino también los procesos que seguimos a la hora de acomodar nuevos datos en los modelos que nos son útiles para percibir y comportarnos en sociedad.

Concluyendo.

Como animales sociales, nacemos, nos desarrollamos, vivimos y morimos en culturas concretas y definidas, que interactúan con los grupos de superior jerarquía desde la díada hasta la cultura global.

En este sentido, Schiller (1974) señala que los medios de comunicación de masas transmiten una serie de mitos que son una visión ideologizada de la realidad. En concreto señala cinco, el primero de los cuales es el del individualismo y la decisión personal, de mayor interés para este análisis: la sociedad asocia el comportamiento externo y explícito de las personas a cualidades internas de éstas, que se consideran naturales y preexistentes, y tanto la libertad como el bienestar son asuntos personales y no sociales. Es rotundamente falso, somos parte de sociedades, grupos y culturas durante cada instante de nuestras vidas, porque no es posible dejar la base de nuestra personalidad en el armario y participar en las instituciones culturalmente desnudos.

Y es esta cultura la que enmarca el sistema de normas sociales mediante las cuales nos podemos interrelacionar, sin que tengamos la capacidad individual de cambiar esas normas. No puede por tanto entenderse la libertad a menos que renunciemos a toda relación humana, por ende en sociedad nuestro bienestar vendrá marcado por el seguimiento a esas reglas, bajo amenaza de la sanción social que dañaría nuestro bienestar.

Asumamos por tanto que estamos impregnados por esferas culturales que seguirán con nosotros permanentemente. Pero, ¿cómo se adquieren estas esferas? Lo veremos en el próximo capítulo al hablar de socialización.


Bibliografía

Bohannan, P. (1996). Para raros, nosotros. Introducción a la Antropología Cultural. Madrid: Akal.

Feliu Samuel-Lajeunesse, Joel. (2008). Influència, conformitat i obediència. Barcelona: UOC.

Vallés, Josep Maria; Martí Puig, Salvador. (s.f.). La política como actividad: el contexto cultural. Editorial UOC.


[1] La Cultura Cívica. Ed. 1963. Citado por Vallés, Josep Maria y Martí Puig, Salvador. La política como actividad: el contexto cultural. Página 13. Editorial UOC.

[2] D. G. Myers (1995). Psicología Social (p. 190). México D.F.: McGraw-Hill. He tomado la definición del material recopilado por Joel Feliu i Samuel-Lajeunesse: Influencia, conformidad y obediencia. Las paradojas del individuo social. Editorial UOC.

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