Nacemos inmersos en una determinada cultura, pero como ya expliqué en el artículo anterior tenemos que adquirirla mediante observación e imitación, o aprenderla a través del lenguaje mediante un proceso de socialización. No nacemos predestinados a pertenecer a una determinada cultura, aunque alguien pueda suponer lo contrario al escuchar esas voces vibrantes que afirman con glorioso énfasis que somos superiores por pertenecer a una etnia/raza/patria/etc. A este fenómeno se le denomina etnocentrismo, y hablaré de él en el capítulo de esta serie dedicado a la pertenencia al grupo.
Recomiendo echar un vistazo a este vídeo del canal de Momondo que, si bien no es una maravilla como documental, sí merece una visión. Nos muestra cómo tendemos a confundir la cultura en la que hemos sido socializados con nuestros orígenes biológicos, y nada más falso:
Empezando por el principio general, la psicología social define la socialización como el “proceso mediante el cual la persona adquiere significados compartidos por su grupo social y se constituye, así, como miembro reconocido de una colectividad social determinada.” (Ibáñez, 2008).
Desglosando la definición, en primer lugar es un proceso y no un evento como podrían ser el bautismo entre los cristianos. En segundo lugar la socialización se produce en un entorno geográfico, social y temporal concreto, de modo que el significado de un mismo símbolo será muy diferente y provocará reacciones distintas dependiendo de la situación y de la identidad reconocida de quien lo emita. Sirva como ejemplo el símbolo de los cuernos, que obviamente no tendrá el mismo significado para un rockero durante un concierto, el Papa, Obama, o la gracieta de Berlusconi en un evento político de alto nivel.

Cuando hablamos de socialización política, la definición se acota: “Es el proceso de adquisición y transformación de creencias, actitudes, valores e ideologías que cada individuo experimenta a lo largo de su vida.” Mediante este proceso cada sujeto interioriza los elementos de su entorno y construye su personalidad política.
Fases de socialización.
A diferencia de la mayoría de especies, la humana depende de la cultura como medio de adaptación a situaciones ambientales cambiantes, como estrategia de supervivencia. Por ello, la reproducción humana debe dividirse en dos grandes áreas diferenciadas de estudio: la procreación como proceso biológico, y la enculturación, el proceso social que proporciona las condiciones para que una persona joven pueda insertarse en su cultura.
Es la lengua la que nos ata a nuestra cultura, y por tanto a nuestro propio grupo, pero al mismo tiempo nos enajena de los demás. Podríamos decir que todos los seres humanos son parientes separados por culturas[1].
Ahora bien, la cultura aprendida sufre limitaciones: el niño o niña sólo puede aprender lo que el entorno ofrece, aprenderá de acuerdo con las demandas impuestas por las personas del entorno, y habrán cosas que los adultos no permitirán que aprendan.
En el aspecto político la socialización primaria abarca desde la toma de conciencia del niño hasta su entrada en la vida activa del adulto, tanto sea por su incorporación al mercado laboral como por el acceso a estudios de nivel superior.
Durante estas fases el futuro ciudadano incorporará creencias y algunas actitudes políticas básicas, como el concepto de autoridad, la identificación con colectivos sociales, o la detección y posible asunción de ideologías en un estadio todavía simplificado. En paralelo el adolescente adquirirá actitudes y tomará posición frente al mensaje de los líderes y partidos políticos, formando su actitud general frente a la política: activismo, interés o rechazo.
La socialización política secundaria – o (re)socialización – ocurre en la edad adulta, donde las experiencias personales y colectivas confirmarán o modificarán las actitudes de la etapa primaria. Los sucesos que mayor huella dejan en la etapa secundaria son los cambios – de residencia, familiares, laborales, económicos, … – y los sucesos históricos – líderes, crisis económicas, guerras, independencias coloniales, revoluciones, …
Castells (1998) distinguirá entre tres tipos de identidades sociales, que en ningún caso tienen por sí mismas valor progresista o regresivo fuera de su contexto histórico y geográfico:
- La identidad legitimadora, propia de las instituciones dominantes de la sociedad para racionalizar su dominio delante de los demás actores sociales. Es así como es habitual que el Estado construya un sentimiento de nación, que antes no existía, después de su constitución, a diferencia de aquellas naciones que jamás han tenido Estado.
- La identidad de resistencia defendida por actores que ocupan posiciones devaluadas o estigmatizadas por la lógica social dominante.
- La identidad de proyecto cuando los actores construyen una nueva identidad mediante los materiales culturales disponibles.
Es por tanto comprensible que en España la experiencia colectiva de la generación que vivió el proceso de transición política implicase una resocialización acelerada con el paso de una identidad de resistencia a otra identidad proyecto y legitimadora. Esta dinámica apresurada ha creado una impronta mucho más superficial y confusa que la adquirida en otras sociedades donde la cultura política ha sido más estable y profunda, y el sentimiento de Nación, la identidad compartida, no partía de un estado tan devaluado.
Agentes de socialización.
Son agentes de socialización quienes intervienen en el proceso mediante el cual llegamos a ser miembros competentes de una determinada sociedad y cultura. Su influencia no se debe tanto a procesos de aprendizaje como a la transmisión de conocimiento, y por ende de información, valores, modelos de conducta, etc.
Acostumbran a ser clasificados en tres grandes categorías:
Los grupos primarios se constituyen a través de relaciones personales, directas, frecuentes y presenciales: cara a cara.
- Entre estos, la familia en sentido extenso – habitualmente los padres, pero no necesariamente, ni tampoco sólo ellos – constituye el núcleo principal de socialización. Dentro de la familia, puesto que el bebé adquiere cultura desde su mismo nacimiento, el rol del género femenino es el agente de socialización original: madre, hermanas, abuelas,…

La información transmitida por la familia es la primera con la que se encuentra el niño, la más importante, creíble y difícil de modificar, aunque raramente fija u homogénea.
Sin embargo, a medida que la sociedad se vuelve más compleja la influencia de la familia declina y compite con otros agentes.
- Los grupos de pares tienen también una gran influencia: compañeros de colegio, amigos del barrio, colegas de trabajo, etc. Refuerzan las pautas familiares cuando coinciden, pero el resultado es incierto cuando difieren.
Los grupos secundarios se constituyen alrededor de proyectos compartidos con objetivos comunes. No necesariamente mantendrán los miembros relaciones personales y presenciales cara a cara. Su impacto es menor que los grupos de socialización primaria, pero sigue siendo importante. Además de los sindicatos y grupos de interés, los más destacados son los centros educativos y los medios de comunicación.
- La escuela es sin duda el agente más potente de socialización después de la familia, no es por tanto de extrañar que la educación se haya convertido en una cuestión central en la agenda política desde principios del siglo XIX.
Algunos antropólogos[2] afirman que es posible comprobar que en el práctica los sistemas educativos tienen como objetivo principal las necesidades de la sociedad que los crea, y sólo como valor secundario las necesidades de los propios estudiantes.
Magnífico discurso del maestro republicano en la película “La lengua de las mariposas”
Allí aprenden de forma directa contenidos académicos, que no son ni mucho menos neutros. Pero además, indirectamente, se adquieren actitudes y comportamientos propios de la cultura dominante, en nuestro caso de la cultura occidental, siendo excluidos sistemáticamente los valores de otras culturas presentes en la sociedad de forma minoritaria.
- Los medios de comunicación compiten con la familia y la escuela desde la popularización de la radio en los años 30 del pasado siglo XX. Al impacto de estos medios y de las Tecnologías de la Comunicación dedicaré un capítulo separado, por lo que no me extenderé aquí.

Por último los grupos de referencia son colectivos – con o sin organización formal – que comparten características sociales: creencias religiosas o ideológicas, rasgos étnicos, profesión, origen, etc. Su mayor fortaleza es el juego de normas y valores de grupo que resultan claves para la pertenencia. De nuevo esta pertenencia a un grupo con una imagen concreta no implica la determinación de la actitud del individuo, pero sí tendrán una muy importante influencia.
Concluyendo:
La socialización es el proceso que nos lleva desde el nacimiento hasta la plena competencia como miembros de la sociedad. No es un hecho automático, necesitamos aprender la cultura, y al mismo tiempo con ello la reforzamos y aseguramos su continuidad como una estrategia de supervivencia para la comunidad.
En este proceso se incorporan agentes que pueden limitarse a proporcionar información, pero también pueden ser decisivos a la hora de crear actitudes cargadas de unos valores, creencias e ideologías concretas. Milgram, de cuyo experimento[3] ya hablé en el post sobre la banalidad del mal, llegó a afirmar que uno de los antecedentes de la subordinación a la autoridad era la socialización en la obediencia que se produce en la familia, la escuela y el entorno laboral.
En ocasiones la influencia socializadora del agente se desarrolla de modo espontáneo, por imitación del modelo encontrado en la familia, en un profesor, o en un grupo. Sin embargo en ocasiones puede ser una influencia deliberada que busca inculcar formas determinadas de interpretar y de vivir la política. En este segundo caso, se aproximarían al concepto de adoctrinamiento. Puede ocurrir por ejemplo con instituciones educativas de alto contenido ideológico, tanto privadas como – con mucha menos frecuencia – públicas.
Un caso extremo de lo descrito fue lo ocurrido en el caso llamado “La tercera ola”, realizado como experimento práctico por un profesor de historia de educación secundaria en EEUU para demostrar que ninguna sociedad es inmune al atractivo de las ideologías totalitarias. Para quienes quieran saber más sobre este suceso, aquí tenéis un documental que puede resultar muy interesante, a la par que intranquilizador:
Ningún punto del proceso es necesariamente predeterminante, en el sentido de que siempre existe un cierto grado de libertad del individuo a la hora de interiorizar los diversos aspectos de la cultura, sin embargo en la mayoría de los casos configura esferas culturales encaminadas hacia la estabilidad de la sociedad, y la permanencia de las reglas de las mayorías. Es un instrumento para garantizar la continuidad del modelo social y no un mecanismo de reforzamiento de las capacidades individuales como promociona la cultura dominante.
Algunos de estos valores y creencias mencionados conforman la moral, que con frecuencia se confunde con la ética cuando son objetos relacionados, pero diferentes y no necesariamente coincidentes. Pero ese será el siguiente capítulo.
Bibliografía
Bohannan, P. (1996). Para raros, nosotros. Introducción a la Antropología Cultural. Madrid: Akal.
Ibáñez, Tomás. (2008). El cómo y el porqué de la Psicología Social. Barcelona: Editorial UOC.
Vallés, Josep Maria; Martí Puig, Salvador. (s.f.). La política como actividad: el contexto cultural. Editorial UOC.
[1] Bohannan, Paul (1992), página 27.
[2] Bohannan, Paul (1992), página 32.
[3] Para más información consultad por ejemplo la Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Experimento_de_Milgram