En el capítulo anterior hice una lista resumida de los muchos errores en materia estadística a los que nos induce nuestro sistema de pensamiento, pero nos falta conciencia de los muchos sesgos cognitivos que intervienen en nuestras interacciones sociales. Y cuando finalmente queda claro que nos hemos equivocado intervienen mecanismos que justifican la decisión a posteriori para que no nos sintamos demasiado idiotas, o dicho de forma más académica, reducir lo que los psicólogos denominan disonancia cognitiva.
Para ello hablaré de la percepción y la formación de impresiones antes de entrar en las múltiples distorsiones de la realidad que crea nuestra mente para intentar que a) sobrevivamos como individuos, b) sobrevivamos como especie, y c) mientras tanto mantengamos razonablemente sana nuestra autoestima. Como ya dije anteriormente la percepción pura, objetiva, ni existe ni puede existir, así que retorcemos la realidad para que no nos haga demasiado daño.
Antes de empezar os recomiendo leer sobre el caso 4F, que ya relaté en dos partes: El caso 4F en Barcelona (I): los hechos y El caso 4F en Barcelona (II y final): posibles explicaciones. Ocurrió en Barcelona en 2006, y durante el juicio no se aceptaron los alegatos de tortura en un claro ejercicio de la aplicación de sesgos cognitivos. Fue una perfecta acumulación de amoralidad, espíritu de grupo, categorización social, sesgos y disonancias cognitivas.

Percepciones e impresiones.
Bruner definió la percepción como “la negociación entre lo que el organismo puede percibir mediante sus capacidades biológicas y lo que selecciona para ser percibido”[1]. El aprendizaje determina qué percepciones son relevantes, y aquellos objetos a los que damos más importancias resaltarán sobre los demás.
Para demostrar que es la organización cognitiva la que determina la percepción y no al revés, Bruner y Goodman hicieron un experimento muy sencillo: pidieron a unos niños que evaluasen las medidas de unas monedas mientras otro grupo evaluaba las medidas de una serie de círculos de cartón, cuyo diámetro coincidía con el de las monedas. Sistemáticamente el tamaño de las monedas fue sobredimensionado, mientras que los discos de cartón no lo fueron. Repitieron el experimento con niños de un barrio rico y de un barrio pobre, encontrando que la sobreestimación era significativamente mayor para los niños del barrio pobre.
Otra prueba[2] realizada por Chabris y Simons consistió en proyectar un partido de baloncesto y pedir a los espectadores que contasen los pases del equipo vestido de blanco. En medio de la proyección cruzaba el campo una persona disfrazada de gorila que se golpeaba el pecho al llegar al centro y desaparecía nueve segundos más tarde. La mitad de los sujetos no fueron capaces de ver el gorila. Parece ser que además rechazamos las incongruencias, nos negamos a percibir aquello para lo que no estamos preparados.
La conclusión de Bruner tras la serie de experimentos fue que “una vez que la sociedad ha moldeado los intereses de una persona y la ha entrenado para esperar lo que sea más probable en esta sociedad, se ha ganado un inmenso control, no solamente sobre los procesos mentales, sino también sobre el mismo material con el que el pensamiento opera: la información experimentada por la percepción”[3].
Harold Kelley (1950) realizó un experimento cuyo resultado recuerda al sesgo del método heurístico de ajuste al valor inicial: presentó un nuevo profesor a dos grupos de estudiantes, al primero les dijo que era una persona cálida y cercana, al segundo que era descrito por sus amigos como una persona fría y racional. La clase fue idéntica en ambos casos, pero el primer grupo evaluó al profesor mucho mejor que el segundo. Tampoco fueron iguales el clima y la dinámica de los grupos, habiendo mucha menos participación e interacción en la clase de los alumnos del profesor frío. La conclusión es que no hay cualidades centrales, sino dependientes del contexto.

Estas percepciones permiten que a partir de alguna característica de una persona deduzcamos la presencia o ausencia de algunas señas distintivas. Esto nos permite generar expectativas previas al contacto personal en una relación circular que hace que consideremos a cada persona una unidad lógica, al mismo tiempo las impresiones que los demás crean de nosotros repercuten directamente en nuestra identidad.
De hecho, la visión unitaria del individuo es una creación histórica de la sociedad occidental del último par de siglos, muy ligado a la mentalidad dominante en occidente. Tomás Ibáñez define este paradigma identitatio como “independiente, autosuficiente, autónomo y separado, con un núcleo interior del que surge todo, es decir, con atributos internos que son interpretados como los motivos del comportamiento individual”. Se diría que cada época tiende a construir al individuo que más le conviene para mantener y reproducir su cultura. En 1974 Schiller hablaría del mito del individualismo y de la decisión personal[4] en la cultura norteamericana, que conduce a conceptos de libertad y bienestar individuales, centro del liberalismo económico.
Los sesgos cognitivos.
Teniendo en cuenta los mecanismos descritos, no es sorprendente que en nuestras interacciones sociales caigamos en sesgos, definidos como errores sistemáticos que generan tendencias hacia determinadas conclusiones en detrimento de otras. De nuevo mencionaré algunos, los más frecuentes[5].
Jones y Heider estudiaron las condiciones en las que a partir de una conducta se atribuye una faceta estable de la persona: es decir, que la persona es esa faceta y no se trata de un suceso aislado. Encontraron que las normas sociales que regulan – o deberían regular – la situación son relevantes, de forma que se produce una inferencia identitaria. Por tanto, las personas que efectúen alguna acción en contra del orden establecido tal y como lo entendemos, serán rebeldes, desviadas, anormales, o simplemente gilipollas. Siempre utilizando como referencia nuestros propios valores y actitudes, por supuesto, que no cabe duda alguna de que nosotros no somos rebeldes (o sí, si eso se valora en nuestro entorno), desviados, anormales, o simplemente gilipollas.
El error fundamental de atribución fue considerado por Heider inherente al proceso de formular atribuciones de causalidad. Consiste en la preferencia general de realizar atribuciones disposicionales – o internas – antes que situacionales – o externas – y parece otro reflejo del mito del individualismo en la sociedad occidental. Es la conocida tendencia a pensar que las personas pobres lo son por cualidades negativas internas – pereza, conformismo, estupidez,… – y no por situaciones externas sobre las que ni ellas ni nosotros teníamos control.
Hay sin embargo una variante, y es el efecto actor/observador. Cuando somos nosotros quienes efectuamos una acción contraria a las normas sociales, tendemos a atribuirlo a causas externas, situacionales, mientras que la misma conducta observada en otro sujeto recibe atribuciones internas, disposicionales. Siguiendo el ejemplo anterior, nosotros seremos pobres por la falta de oportunidades que nos ha proporcionado la sociedad, mientras que quienes son más pobres que nosotros lo son por pereza y estupidez.
Puede resultar chocante, pero la creencia en un mundo justo es un sesgo profundamente conservador, relacionado con la visión occidental del individualismo: proporciona las expectativas de que el esfuerzo nos permitirá alcanzar nuestras metas, y quienes fracasan lo hacen por falta de esfuerzo y no por la injusticia de la sociedad. Es otra faceta muy conocido del sesgo actor/observador que justifica el final de la mayoría de las películas norteamericanas: el mundo es justo, fallan las personas. O dicho de otra forma, no hay partidos corruptos ni sistemas económicos corruptores, sólo hay casos aislados de personas corruptas. Aunque sean más de quinientas en un mismo partido (y ya sabréis que no hablo de UPyD).
Uno de los sesgos más potentes en sociedad es el del falso consenso, derivado de las comparaciones sociales. Prestaremos más atención y credibilidad a la información proporcionada por personas que coinciden con nuestras conductas, opiniones, actitudes, y sobre todo con la imagen idealizada que tenemos de nuestra persona. En política implica que ante dos versiones alternativas, tenderemos a confiar en la proporcionada por alguien de nuestro grupo sin sentir la necesidad de comprobarla. En temas jurídicos, incluso dejando al margen la legislación del tipo de la Ley Mordaza, los jueces tenderán a otorgar mayor credibilidad a las declaraciones de la policía que a las de los acusados que las contradigan. De hecho, es muy probablemente una de las razones por las que los acusados del 4F siguieron en prisión pese a haberse probado que los policías que los detuvieron y acusaron mentían y torturaban sistemáticamente[6].
Existe un sesgo complementario del anterior, y es el de falsa originalidad cuando ignoramos esas mismas informaciones para reforzar nuestra autoestima garantizándonos una percepción de originalidad o coherencia personal. Pongamos que hablo de los autónomos que se ven empresarios y se identifican con los directivos de Caja Madrid, Florentino Pérez o Amancio ortega, por ejemplo.
Por último dentro de este grupo, habría que mencionar el sesgo a favor de uno mismo, que es una derivación obvia del efecto actor/espectador: en el supuesto de tener que realizar una tarea mantendremos nuestra autoestima en un buen nivel si hacemos atribuciones internas para nuestros éxitos, o externas para nuestros fracasos. Dicho de otra forma, cuando satisfacemos las expectativas de éxito será por nuestro esfuerzo, mientras que el fracaso vendría causado por interferencias de terceros en el transcurso lógico de la realización.
Etnocentrismo[7].
Etnocentrismo es un término antropológico que define una actitud de superioridad del grupo o cultura propios, despreciativa respecto de otros grupos o culturas, y que actúa como unas gafas que distorsionan la observación. Puede generarse mediante tres vías:
- La primera se basa en la ignorancia de las personas que ni siquiera son conscientes de su propia cultura, asumiendo por tanto que las premisas que subyacen a toda cultura son las mismas en todas partes. Es decir, que su forma de entender el mundo es universal, y la única.
- En el segundo caso, las personas saben que existen otras culturas, pero en lugar de intentar comprenderlas las asumen como erróneas, inmorales, inferiores o definitivamente perversas (Le Vine y Campbell, 1972).
- La forma más compleja de etnocentrismo supone darse cuenta de que los demás pueblos y grupos también son etnocéntricos, lo que acaba reforzando nuestro etnocentrismo. Todos piensan que su forma de enfocar el mundo es la correcta, y que la forma en que nosotros lo hacemos es muy extraña. Es decir, en este caso nosotros somos los otros.
Uno de los entornos en que el etnocentrismo ha tenido mayores consecuencias es la religión. Habría que salvar al imperio romano, que no tenía inconveniente en incorporar a sus altares cualquier dios o diosa que no fuese excluyente ni pusiera en duda el poder del Estado[8] porque no les venía de un dios o diosa de más o de menos. En cambio las diversas religiones cristianas – como luego las diferentes agrupaciones musulmanas – sí han sido excluyentes en mayor o menor medida. Una de las más etnocéntricas ha sido sin duda la religión católica, que llevaba a los misioneros a asumir que las ideas que subyacían a su visión del mundo eran las únicas posibles. Alguna excepción hubo sin embargo, que nos dejó el legado de una observación tan objetiva como le fue posible, sin ir más lejos la notable anomalía del Padre Bartolomé de las Casas.

Hay que tener cuidado y no confundir etnicidad, etnocentrismo, y racismo. El etnocentrismo subyace tanto en la etnicidad, que se refiere a las distinciones sociales realizadas sobre la base de la cultura, como en el racismo que concierne a distinciones relacionadas con características físicas heredadas. Dicho de otra forma, para aplicar actitudes étnicas sólo se precisa de alguien que sea étnico de otra forma (Hicks y Leis, 1977), y por tanto cualquier persona puede tener más de una identidad étnica y utilizarlas según quienes sean los otros en ese contexto.
Un ejemplo en el que se confunden etnicidad, racismo y sesgos, es el experimento de Duncan en 1976. Les mostró a grupos de estudiantes blancos cuatro grabaciones en los que dos sujetos discutían, hasta que uno de ellos empujaba al otro. En uno de los vídeos ambos hombres eran blancos, en otro ambos eran negros, en el tercero el negro acababa empujando a un hombre blanco, y en el último era el blanco quien empujaba al hombre negro. El 70% consideró la acción del hombre negro que empujaba como violenta, frente a sólo el 13% que estimaron un comportamiento violento cuando era un blanco quien lo hacía.
Cuando la persona negra empujaba, se le atribuyeron causas disposicionales, internas – la causa de violencia procedía de la persona – mientras que cuando se trataba de un blanco el que empujaba se atribuían causas situacionales, externas – era consecuencia de la situación.

Resumen: «El negro es malo». Fuente: Influencia, conformidad y obediencia. Página 44
Disonancias cognitivas[9].
Comienzo recordando el enunciado de las teorías de la consistencia[10], que definen a la persona como un punto del espacio psicológico que sólo puede moverse en direcciones determinadas según cuales sean las fuerzas ambientales a las que está sometido. Este campo de fuerzas tiende al equilibrio: las fuerzas desestabilizantes tenderán a ser corregidas, y las personas intentarán siempre mantener la mayor consistencia en su sistema cognitivo.

Es decir, que la actitud de las personas se basa en sus creencias sobre los diversos objetos, y que entre estas creencias, las ideas derivadas de ellas, y las emociones generadas por un objeto social, se debería dar un estado de equilibrio. Cuando se produce un conflicto entre dos o más experiencias incompatibles con la armonía cognitiva, la persona genera nuevas ideas basadas en estrategias encaminadas a permitir restaurar la coherencia interna. Creedme: los gimnasios lo saben, y no entiendo cómo no existen cuotas especiales para disonantes. Sería un éxito sin duda.
En otro ámbito, si por ejemplo hablamos con un votante de un partido investigado por corrupción y le planteamos que ha actuado contra la moral al votarles, responderá con alguna estrategia de justificación: “la alternativa era un peligro para España”, “da igual porque todos son unos corruptos”, «pues si este es malo, el otro es lo peor de lo peor«, etc. Si rebatimos sus argumentos uno a uno, veremos que la disonancia se va haciendo visible con respuestas de enojo, mayor agresividad (esperemos que sólo verbal), cambios en el estado físico con sudoración y respiración agitada, etc. En algún punto del proceso que depende de las posibilidades del sujeto de hurtarse a la crítica, abandonará el debate marchándose, citando una máxima lapidaria y sin sentido, o retirándose a su silencio con toda la dignidad que pueda fingir.
Hay otro nivel, mucho más grave a título individual, que es el de la maltratada que convive con su maltratador. Al principio cree la paradoja pragmática del “te pego porque te quiero”, o acepta que ha cambiado cuando el maltratador le pide perdón, y lo defiende: “en el fondo él me quiere”, “le duele más que a mí”, “me ha pedido perdón, está cambiando”, … Que nadie piense que son, como he leído, tontas del culo por no huir. Están secuestradas por la situación y son esclavas de las rutinas que ha desarrollado su mente para sobrevivir.
El nivel de disonancia dependerá de diversos factores: la cantidad de elementos disonantes, su grado, y el nivel de compromiso personal alcanzado. La estrategia seguida a su vez dependerá del tipo de objeto: el esfuerzo invertido y supuestamente perdido en la acción, si la decisión se tomó en estado de libertad o condicionada, si fue inducido por amenazas o expectativas de ganancias, si vino forzada por la pertenencia a un grupo, o si se trata de frustración de expectativas por la pertenencia misma al grupo.
Hay mucha literatura disponible sobre este efecto, pero en lo que a este artículo se refiere la disonancia cognitiva ha sido incluida por su relación con los sesgos, y cómo el individuo actúa para justificar a posteriori una acción contraria a las normas sociales, sus propios ideales, valores, creencias, e incluso intereses.
Concluyendo.
En este capítulo he hablado de otro tipo de sesgos cognitivos que se suman a los estadísticos y heurísticos apuntados en el capítulo anterior.
Las principales conclusiones a las que llegamos, y que en cierta medida son contra-intuitivas, son:
- Somos mucho más influenciables por las interacciones sociales, y sobre todo por la pertenencia a grupos y culturas, de lo que suponemos. La idea del individuo tomando decisiones independientes en un mundo justo, tiene mucho de mito y muy poco de realidad.
- Primero actuamos, y luego ajustamos nuestras ideas y valores a la nueva situación para justificar la propia acción. No al revés como hubiese cabido esperar de conductas causales, fruto de la reflexión.
El resumen no puede ser otro que nuestra mente nos engaña: los pensamientos que llevan a nuestras acciones y opiniones no acostumbran a ser tan racionales como entendemos, y por tanto no cabe esperar de los demás una racionalidad mayor. Hemos de ser pues muy conscientes de que cuando devaluamos de alguna forma las opiniones ajenas estamos aplicando una suerte de castigo social, cuando no justificándonos a nosotros mismos para evitar nuestras propias disonancias.
Pensad sobre ello mientras preparo el siguiente capítulo, dedicado a los medios de comunicación y su influencia sobre las masas, que como se verá, no es tanta.
Bibliografía
Bohannan, P. (1996). Para raros, nosotros. Introducción a la Antropología Cultural. Madrid: Akal.
Feliu Samuel-Lajeunesse, Joel. (2008). Influència, conformitat i obediència. Barcelona: UOC.
Kahneman, D. (2011). Pensar rápido, pensar despacio. Barcelona: Círculo de lectores.
Pallí Monguilod, Cristina; Martínez Martínez, Luz M. (s.d.). Naturaleza y organización de las actitudes. Barcelona: Editorial UOC.
Rodrigo Alsina, Miquel; Estrada Alsina, Anna. (s.d.). La perspectiva crítica de las teorías de la comunicación. Barcelona: Editorial UOC.
[1] Bruner (1947), citado por Joel Feliu en el texto de referencia en la bibliografía, p.32.
[2] Citado por Kahneman en el libro referenciado, p.39
[3] Bruner (1947), citado por Joel Feliu en el texto de referencia en la bibliografía, p.36.
[4] Citado por Miquel Rodrigo Alsina y Anna Estrada Alsina en La perspectiva crítica de las teorías de la comunicación, p.24.
[5] Wikipedia publica una lista bastante completa en https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Sesgos_cognitivos
[6] También os puede interesar un artículo que escribí hace un año: Así somos: malos samaritanos.
[7] Este apartado está extraído prácticamente en su totalidad de la obra de Paul Bohannan referenciada en la bibliografía.
[8] De ahí las persecuciones al cristianismo: sus creencias eran excluyentes y supeditaban el poder del Emperador a los preceptos morales de su religión.
[9] Este capítulo bebe de muchas fuentes. Además del texto referenciado en la bibliografía recomiendo leer la entrada de la Wikipedia y este artículo sobre las implicaciones prácticas de la disonancia cognitiva.
[10] Mencionadas junto con el experimento de Lewis en el capítulo de los grupos.
Un ejemplo interesante del sesgo a favor de uno mismo es cuando los estudiantes dicen: «he aprobado» y «me han suspendido».
Saludos.
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Cierto es. Ahora bien, ¿dónde colocamos «el profe me tiene manía? En parte es un reforzamiento del sesgo a favor de uno mismo si nos lo decimos para convencernos de que no somos culpables, pero si se lo decimos a nuestros padres tiene mucho de estrategia frente a la disonancia. El problema es que la norma social ha cambiado: en la cultura vigente hasta los años 80 no era mejor excusa que lo del perro deberófobo, pero actualmente la bronca se la lleva el maestro o profesor. ¿Qué ha cambiado?
Sospecho que entonces se trataba de aprender, incluida la habilidad de caerle bien al profe. Ahora en cambio aprender es sólo un efecto colateral en una sociedad tan competitiva que un suspenso se ve como una agresión, porque sólo importa la nota y el efecto de ascensor social que los padres esperan conseguir para sus hijos. En vano, porque todos los ascensores sociales (quizás con una única excepción: el braguetazo) lucen el cartel de AVERIADO.
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