Hay pocas palabras en política utilizadas tan prolijamente como ideología. Es sin duda uno de esos vocablos útiles para casi todo, que cada cual utiliza según su buen saber e intuición (y ya hemos visto con los sesgos dónde nos lleva eso), y que al final acaba en una reducción de extremo simplismo en derecha vs izquierda, progre vs carca, rojo vs facha (sí, todavía hoy, ochenta años más tarde),… Lo que sirve para que los clásicos marginen a quienes podrían estorbarles sacándolos de la agenda pública. Porque con esas definiciones simples, ¿dónde ponemos a ecologistas, nacionalistas, tecnócratas,…? Y más si tenemos en cuenta que cada una de las ideologías anteriores tiene un amplio grado de variación. Como muestra, los ecologistas.
Y aún en el gráfico faltarían, al menos, el ecoanarquismo, los llamados ecofascismo, ecoterrorismo o ecologismo radical, y alguno que olvido. Otro tanto nos encontramos con el nacionalismo, el socialismo, y otros muchos ismos, y cuidado con que no se crucen, que pueden nacer engendros como el nacional-socialismo.
Como veis, es fácil de decir, pero no tan sencillo de desbrozar si se pretende mantener un mínimo de rigor, así que el resultado es la simplificación con reducción al absurdo. ¿Que un municipio francés prohíbe el Burkini? Pues será machismo, o fascismo, o incluso patriotismo. Que allí gobierne alguien del Partido Republicano francés de Sarkozy, con tendencias populistas – o populares, según como se mire – conservadoras, es secundario. El caso es simplificar.
De lo anterior ya se desprende que lo primero que necesitaremos es definir qué es eso de las ideologías en realidad, y cómo aplica a nuestras decisiones públicas, incluyendo las políticas.
Antes de entrar en materia, como siempre un pequeño vídeo, esta vez de no ficción aunque cueste creerlo, de Jordi Cañas[1] y Albert Rivera definiendo la ideología de Ciudadanos: liberal-progresista, socialdemócrata, de centro-izquierda, no nacionalista. Quien entienda algo, que avise, yo me he perdido:
Decía en 1983 el antropólogo Ted Lewellen que “puede que no sea cierto, como sostiene Georges Blandier (1970), que lo sagrado esté siempre presente en la política, pero lo cierto es que casi nunca está muy lejos de ella.” Otro antropólogo, Paul Bohannan, afirma que “una ideología es una serie de doctrinas o aseveraciones que subyacen bajo un movimiento social o político. Si se sostienen con vehemencia, se parecen a la religión… La ideología, como la religión, exige fe para la búsqueda”.
Aunque pueda sonar contra-intuitivo, este es el concepto más común de ideología. Con frecuencia la ideología se superpone a la religión porque comparten algunas características fundamentales, como la exigencia de la sumisión crédula del adepto a las premisas del ideólogo, la prevalencia de las respuestas en forma de dogma sobre las preguntas, el rechazo al debate crítico. Son comunidades basadas en respuestas, pero mejor no preguntes demasiado no vayas a acabar en el ostracismo, o algo más doloroso.
Oigo la risa floja de algún ateo optimista susurrando que no es lo mismo, que la religión vende un intangible imaginado como la vida eterna, mientras que los ideólogos buscan la utopía por el camino de la acción política. Vale, dejemos la teoría y vayamos al análisis empírico. Los rusos pobres y paupérrimos asaltan el palacio de invierno soñando con un mundo igualitario en el que todo sea de todos, consiguen una guerra civil, luego una dictadura sangrienta, para acabar en un capitalismo de estado, que ¿finalmente? degenera en un sistema ultra-liberal-nacionalista en el que dos individuos se turnan como presidente y primer ministro ad nauseam. De las utopías líbrenos Dios (y espero que se entienda la ironía).
Es decir, que la persecución de la utopía acostumbra a acabar en un mundo que ojalá hubiese sido irreal. Y lo mismo se podría decir de la democracia liberal, de la revolución bolivariana, del nacional-socialismo, …. Al final, las sociedades utópicas vendidas por las ideologías suelen concretarse en el mismo sitio que las promesas religiosas: en el imaginario de los creyentes.
¿Seguís confusos? Entonces propongo centrarnos en definiciones procedentes de las Ciencias Sociales para intentar desbrozar el camino y consolidar alguna que otra idea.
Definiendo ideología política.
Vayamos a la perspectiva de la Política como ciencia social: entenderemos como ideología el conjunto compartido de conceptos y valores que pretenden describir el universo político, indicar objetivos y definir las estrategias adecuadas para alcanzarlos. Ofrecen un paquete ordenado y predefinido de conceptos y normas, objetivos, categorización de amigos y enemigos para recabar apoyos y vencer resistencias. Es decir, las ideologías pretenden explicar la realidad social tal como se cree que es, cómo debería ser, y qué hacer para llegar hasta allí, obviamente pese a lo que pudiese opinar el resto de la sociedad que no es de los nuestros, todo ello empaquetado y listo para el consumo.
¿Empieza ya a recordar algo más a una religión organizada? ¿Todavía no? Sigamos pues con la Psicología Social, donde una ideología podría definirse como unos esquemas cognoscitivos y valorativos producidos por los objetivos de un determinado grupo o clase, impuestos a los miembros del grupo que los asumen como propios. De nuevo, son respuestas a preguntas no formuladas, que no aceptan crítica ni debate: dogmas ideológicos en lugar de religiosos, pero dogmas al fin. Perfectamente intercambiable con el concepto de religión organizada, o secta religiosa si la apuramos un poco.
Visto desde fuera del propio entorno ideológico, la ideología se vería como la explicación que la sociedad otorga a un determinado comportamiento grupal, una categorización. De nuevo no muy diferente de lo que podríamos decir de católicos, evangelistas, suníes o chiíes, y viceversa.
Obviamente de lo anterior se deduce que el objetivo de cualquier ideología es convertirse en dominante captando el mayor número de apoyos posibles y reteniéndolos: fidelizar a sus adeptos mediante promesas, tan consistentes desde un punto de vista científico como las de las religiones: venden otra vida tras la muerte para fomentar la conformidad en ésta. Y al igual que ha ocurrido con el catolicismo en España, poder presentar sus dogmas como sentido común para el consumo de sus fieles, hasta que ya nadie dude de ellos: que lo natural sea creer, aceptar el paquete sin crítica. Ese milagro del marketing funciona, no me lo podéis negar.
Pero centremos el tema un poco más que me está subiendo la bilirrubina.
Dentro de cada ideología se encontrarán cientos de valores, conceptos, actitudes, premisas y creencias, que es posible agrupar en cuatro grandes capítulos:
- Un determinado concepto de la naturaleza humana, desde el biológico determinista de la mayoría de las culturas etnocéntricas y xenófobas, hasta aquellas en el otro extremo que convierten la humanidad en el propio objetivo de la ideología (recordad los niveles 5 y 6 de la escala moral de Kohlberg).
- Una visión de las relaciones humanas, seleccionando características físicas – género, edad, estatus social, etc. – para elaborar una jerarquía de poder, o apostando por la igualdad como valor.
- Un esquema de relaciones entre el individuo y el colectivo, insistiendo en el ya discutido mito de la decisión individual en igualdad de oportunidades, mientras otras ideologías otorgan toda su importancia al colectivo en el que el individuo se disuelve en régimen de presunta igualdad.
- Un determinado peso a la capacidad de la acción política para influir sobre la evolución social, de forma que la política intenta dirigir esta evolución, o por el contrario sirve a su desarrollo de acuerdo con los deseos de la propia sociedad.
Cuál de estos elementos prevalecerá no es tan sólo una cuestión de intereses – unas veces sólo de los dirigentes, otras del conjunto del grupo – es también un determinado contexto histórico el que favorecerá unas alternativas u otras.
Las ideologías políticas más poderosas del siglo XIX probablemente fueron el liberalismo, el socialismo y el nacionalismo. Porque hay que recordar que si bien el capitalismo ha acabado integrándose en las ideologías, y ha encontrado su máxima expresión en el neoliberalismo, no cabe considerarla una ideología en sí misma. El capitalismo fundamentalista es más bien una religión económica en la que podéis cambiar Dios por mercado (o viceversa) y veréis que la mayoría de las frases hechas en torno al capitalismo o las religiones siguen teniendo el mismo sentido: ninguno. Y pese a todo funciona, no se sabe de ninguna queja presentada por un creyente difunto, ni por un liberal vivo cuyo paraíso todavía espera encontrar en los mercados.
Voy a adjuntar una breve definición de algunas de las principales ideologías aún vigentes:
- Liberalismos: Nada nuevo aquí puesto que fue la primera ideología que aspiró a suprimir las monarquías absolutas. Es curioso que no haya existido en España un partido fuerte que reconociese basarse en esta ideología, ni siquiera Ciudadanos lo hace abiertamente. Otorgan un papel preponderante a la iniciativa individual, compensada con un estado mínimo que mantenga la neutralidad garantizando las reglas básicas de intercambio.
- Conservadurismo: Muy cercanos a la religión mayoritaria en las élites socio-económicas, aparece como una reacción al liberalismo y su tendencia a la igualdad para conservar los privilegios de las clases dominantes. Parten de una primacía de la estructura tradicional de la comunidad, que es vista como algo natural desde el punto de vista tanto histórico como religioso. La autoridad se legitima por el respeto a las tradiciones.
- Socialismos: También aparecen como una reacción a los resultados de las políticas liberales de explotación, desigualdad y marginación, otorgando preeminencia al bien de la comunidad natural. Entienden que es el estado a quien corresponde actuar para llevar la comunidad a su grado óptimo de desarrollo, interviniendo para conseguir un orden solidario.
- Nacionalismos: La nación como proyecto colectivo común se convierte en el centro y el objetivo de la acción política, buscando el perfeccionamiento mediante la constitución de un estado. Los individuos se sitúan políticamente de acuerdo con su relación de pertenencia a las tradiciones histórico-culturales de la nación. Es habitual que se combinen con otras ideologías puesto que la nación desea alcanzar una estructura de estado, siendo la más común el liberalismo en alguno de sus grados.
- Anarquismos: Entienden que la comunidad debe basar sus normas sociales en el acuerdo libre y voluntario entre sus componentes individuales y grupales, que se rigen por el principio de autogestión. De ahí se deduce que cualquier forma de autoridad con poder de coacción perturba la armonía social, por lo que se debe luchar – tenga la palabra luchar el sentido que se le otorgue, que no es lo mismo la CNT que la FAI – contra ella, fuera ésta la que fuere. Que se lo digan a la II República Española sin ir más lejos.
- Capitalismos de Estado: Más que una ideología propiamente dicha, es un principio por el cual el Estado se convierte en el único agente efectivo de la sociedad. No me estoy refiriendo sólo a la economía, que sin duda es la base sustentadora del poder, sino que interviene en la moral, las estructuras sociales, median en la relación entre el individuo y la nación coincidente con el Estado, y en definitiva intervienen incluso en los aspectos más íntimos de la vida del ciudadano. Lo incluyo como un punto único en esta lista para evitar el desglose de ideologías pretéritas como el fascismo, el comunismo histórico[2] o las teocracias. Y ojo que pretéritas no significan que no estén regresando, será que la humanidad ya ha olvidado los desastres causados en el pasado reciente.
Clasificando ideologías.
Antes que nada, voy a repetir lo ya dicho al principio: que las clasificaciones de las ideologías basadas en un único eje simplifican en exceso porque eliminan otras dimensiones que cambian por completo el significado ideológico. El ejemplo más claro es probablemente el socialismo, que combinado con los valores democráticos resulta en algo totalmente opuesto al socialismo combinado con un fuerte nacionalismo de estado. Supongo que nadie confunde social-democracia con nacional-socialismo.
Izquierdas y derechas.
Sin duda el eje más conocido es el de izquierda y derecha. Supongo que ya sabréis que en realidad la idea proviene de un hecho histórico, y es que en la asamblea nacional francesa de finales del siglo XVIII los parlamentarios acostumbraban a agruparse según cual fuera a resultar su voto en el debate, lo que acabó generando una tendencia a agruparse en los extremos de la sala por ideologías. Esta ubicación se consolidó durante la Restauración a principios del siglo XIX, y acabó por extenderse por Europa y América Latina. Adquirió todo su sentido durante la Guerra Fría, en el que se enfrentaron los extremos de influencia marxista y ultra-liberal.
Otros intentos de clasificación se han basado en dos, o incluso tres ejes, teniendo generalmente en el eje horizontal al posicionamiento ideológico frente a la economía, el nacionalismo, una combinación de ambos con el humanismo, ecologismo, etc.
El populismo.
Introduzco el concepto de populismo en este capítulo aunque estrictamente no sea una ideología. La razón es la relevancia que ha tenido en las agendas políticas y mediáticas desde que apareció el fenómeno Podemos, combinado con la publicidad que ha otorgado en España a los populismos y neo-populismos latinoamericanos.
Kenneth Roberts (1995) ha definido el populismo como “un tipo de liderazgo político personalista y paternalista, no necesariamente carismático, que, recurriendo a estrategias de movilización verticales que trascienden la formalidad institucional o establecen vínculos directos entre el líder y sus seguidores, consigue obtener el apoyo de una coalición política heterogénea y multiclasista donde destaca el papel de las clases subalternas.”[3]
El populismo se basa por lo tanto en una serie de propuestas con elementos comunes: un liderazgo fuerte, discursos constructores de realidad política, propuestas vulgarizadas (o si lo preferís, simplificadas hasta la vulgarización) de igualdad social, una dicotomía simplificadora del ellos contra nosotros, una amplia base transversal, y el predominio de los argumentos emocionales sobre los racionales. Todo ello se combina con alguna ideología que se utiliza para articular la oferta programática.
No es un fenómeno que se limite a la política. Por más que últimamente haya entrada en la agenda mediática en su forma más peyorativa, también se habla de populismo macroeconómico cuando se proponen objetivos que carecen de significado de forma aislada (el anti-capitalismo sin ir más lejos), de populismo cultural cuando se prioriza la cultura de masas (la que podríamos denominar cultura best-seller) sobre la Cultura elitista, o del populismo religioso en el que se acostumbra a clasificar desde las jerarquías de poder a teología de la liberación y teología del pueblo.
Suele aparecer en el discurso político y académico tanto en forma negativa como positiva. Su forma peyorativa es conocida, y se asimila a conceptos sancionables en el significado popular como demagogia, corrupción, autoritarismo, vulgaridad, y en general peligrosidad social y macroeconómica.
El historiador y filósofo Ernesto Laclau (1935-2014) ha sido el pensador que ha dado forma a la visión positiva más actual de este fenómeno nacido en Rusia y EEUU simultáneamente a finales del siglo XIX. Incluyo un extracto de la publicación de Adamovsky:
“Laclau planteó la necesidad de reemplazar la noción de lucha de clases, entendida como una oposición binaria fundamental que se generaba por la propia naturaleza de la opresión de clases, por la idea de que en la sociedad existe una pluralidad de antagonismos… El plano político tiene un papel fundamental a la hora de articular esa diversidad de antagonismos. Y los discursos aquí son fundamentales, ya que son ellos los que articulan las demandas diversas, produciendo un Pueblo en oposición a la minoría de los privilegiados. Así entendido, el Pueblo es un efecto de la apelación discursiva que lo convoca, antes que un sujeto político pre-existente. En esta visión política, la articulación de un Pueblo en oposición al bloque dominante, es decir, el ordenamiento de una variedad de demandas en una oposición binaria, es fundamental para la radicalización de la democracia entendida por Laclau como algo positivo”.[4]
Ya he mencionado Latinoamérica como un ámbito donde el populismo se ha extendido tomando en ocasiones formas autoritarias de liderazgo como la Venezuela de Hugo Chávez. Laclau lo relativiza afirmando que «cuando las masas populares que habían estado excluidas se incorporan a la arena política, aparecen formas de liderazgo que no son ortodoxas desde el punto de vista liberal democrático, como el populismo. Pero el populismo, lejos de ser un obstáculo, garantiza la democracia, evitando que ésta se convierta en mera administración… La crítica clásica al populismo está muy ligada a una concepción tecnocrática del poder según la cual sólo los expertos deben determinar las fórmulas que van a organizar la vida de la comunidad. «.[5]
Creo que con esta introducción es suficiente para entender la utilización de la teoría de Laclau y sus significantes vacíos utilizados con frecuencia por los líderes de Podemos Íñigo Errejón y Pablo Iglesias (el que está vivo y lleva coleta), pero también en la faceta negativa como una acusación por los líderes de los demás partidos. También creo que explica la deriva ideológica del programa de Podemos desde las propuestas catch-all de las elecciones europeas de 2014, a la actual propuesta de socialdemocracia, percibida por el electorado español como extrema izquierda parlamentaria (CIS dixit). Porque de todo ello hay algo de verdad, o lo ha habido en algún momento de la breve historia del movimiento-partido.
La confrontación en la arena política.
El antropólogo social F.G.Bailey (1969)[6] desarrolló una teoría del juego no matemático, que modificaba la teoría de la acción de Weber, basada en los elementos clave de orientación hacia la consecución de fines, estrategias manipulativas, maniobras y tomas de decisiones. Bailey afirma que “el borde de la anarquía está vallado con reglas”, y por tanto cualquier sistema político dispone de unas reglas de manipulación política, implícitas (reglas pragmáticas) o explícitas (reglas normativas). Esa es la razón por la que Rajoy reacciona airadamente a la acusación de indignidad de Sánchez, o el por qué la mención en su día de Rajoy a la “traición a los muertos” de Zapatero sublevó a la oposición: fueron rupturas de las reglas pragmáticas con las que normalmente se acaba obteniendo ventajas significativas en el juego.
La competición se desarrolla en un determinado ámbito político en el que se definen arenas para los equipos, que tratan de hacerse con un grupo propio y minar el de sus adversarios mediante subversión. En este entorno, la estructura política tiene cinco elementos:
- Premios y objetivos culturalmente definidos y valorados por los contendientes.
- El conjunto humano involucrado, incluidos la élite, la comunidad política, y los equipos políticos.
- El liderazgo, tanto de los individuos que recaban públicamente el apoyo de los adeptos, como el de quienes toman realmente las decisiones. Ambos liderazgos pueden coincidir, pero no necesariamente.
- La competición misma, que incluye la confrontación en la arena política o en sus aledaños. Bailey señala que las reglas políticas juegan un papel esencial, incluidas las trampas descaradas.
- Los jueces, que marcan las reglas a seguir en caso de quebranto de las reglas normativas.
En cuanto a los equipos, los hay de dos tipos: los equipos compactos, que permanecen unidos por las expectativas de beneficio real, y los equipos morales que permanecen unidos en torno a una ética, creencia religiosa o utopía compartidas.
Dentro de los equipos compactos, el equipo burocrático asigna el liderazgo a administradores con puestos definidos en la jerarquía de poder. En cambio en el nivel más bajo se situarían los equipos transaccionales que se comprometen con el líder por medio del intercambio de bienes y beneficios materiales. Uno de los medios sería el clientelismo, definido como una forma de servilismo en el que un grupo ofrece sus servicios a otro a cambio de bienes o favores extraoficiales a los que no tendría acceso por sí mismo.
En los equipos morales el líder tenderá a pretender el monopolio de determinados atributos simbólicos, o incluso místicos, que le ofrecerán trascendencia sobre sus adeptos sin que a corto plazo sean necesarios objetivos materiales.
Los partidos políticos en España, y sus ideologías (¡snif!)
Sea como fuere, la simple línea izquierda-derecha también provoca serias distorsiones a la hora de enfocar los partidos políticos españoles por dos razones: la primera la cobardía de camuflar las ideologías bajo la denominación genérica de Centro-lo-que-sea, y por otra que excluye componentes en ocasiones básicos.
Digo cobardía porque leyendo los estatutos y programas de los partidos españoles resulta por ejemplo que el componente mayoritario de Izquierda Unida es el Partido Comunista de España, y sin embargo el marxismo no aparece en los documentos fundacionales de IU, o que el partido conservador que practica el fundamentalismo económico se autocalifica como de centro-derecha cuando en realidad cabría definirlo como liberalismo de estado, o fundamentalismo capitalista.
En el gráfico anterior, tomado de un artículo de P.Baladring y adaptado para el caso, he situado en el eje horizontal la percepción que tienen los electores de cada partido político con representación parlamentaria según el CIS (julio 2016), y en el eje vertical su peso electoral en las elecciones del 26J. De acuerdo con esto, el partido que aspiraba a ser transversal Podemos se ve tan escorado como lo fue IU, y muy alejado del otro supuesto partido social-demócrata PSOE. Por otro lado se distancia Ciudadanos de los partidos tradicionales nacionalistas, no por su situación en el eje izquierda-derecha que es prácticamente coincidente, sino por sus nacionalismos excluyentes entre sí. Y mientras tanto el Partido Popular flota en una posición única, sin competencia cercana, que es percibida por los demás como la extrema derecha de la representación parlamentaria.
Centrándonos en los dos partidos políticos que se han alternado en el gobierno de España desde 1982:
El Partido Popular PP nació en 1989 como refundación de Alianza popular, un partido que se nutrió mayoritariamente de grupos de ideología cristiano-demócratas y conservadores. Sufrió un revulsivo durante la etapa de dirección de José María Aznar, modernizándose para conseguir la homologación como partido conservador en Europa. Analizando sus ejes:
- Moral: es un partido claramente conservador, que aplica la moral natural propia de los partidos cercanos a religiones mayoritarias, buscando su legitimidad en la tradición. Se sitúa en el estadio 2 de Kohlberg, y por tanto no tendrá inconveniente en utilizar todas las argucias necesarias para alcanzar sus objetivos. Este nivel moral justifica la corrupción institucional ya que su concepto de corrupción se reduce a quienes mueven el dinero público directamente al propio bolsillo[7].
- Institucional: tiende a minorar o incluso eliminar la independencia de las instituciones para ponerlas al servicio del estado, porque perciben el gobierno como algo propio de su clase social y política. No dicen como Luis XIV “L’état, c’est moi”, pero en el fondo asumen que sí, que el estado son ellos por el derecho natural otorgado por la gracia de dios. Que no nos haga gracia a los administrados es irrelevante, porque lo natural es que gobiernen y lo contrario sería una perversión de la naturaleza.
- Económico: trasciende el liberalismo al entender el papel del estado en economía como un agente privilegiado. En este sentido se podría decir que más que capitalismo de estado estamos frente a un estado al servicio del capitalismo.
- Nacionalismo: aplica un fuerte nacionalismo estatal, sin llegar a ser jacobino porque sin las autonomías le faltarían privilegios que repartir a sus adeptos. Sin mencionar que eso del clientelismo se resiente con la lejanía.
- Equipo político: sin duda compacto y transaccional. El liderazgo se refuerza mediante el control del reparto de prestigio, beneficios y privilegios.
El PP ha dado nuevo sentido a la revolución neo-liberal de Thatcher y Reagan en los años 70 y 80, al convertir al Estado y a la Administración Pública en servidores ideológicos del fundamentalismo capitalista. Es un partido que se resiste a resolver el trilema de Rodrik cediendo soberanía y pretende fortalecerse retorciendo la reglas normativas, y por supuesto las pragmáticas, si eso les proporciona alguna ventaja.
El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) fue fundado por Pablo Iglesias (el muerto, no el vivo de la coleta) en 1879, pero el gran golpe de timón ideológico se produjo en el Congreso Extraordinario de 1979 con el órdago de Felipe González y el abandono del marxismo. Se consolidó como partido institucional con el binomio González-Guerra entre 1982 y 1996, y se ha ido renovando en lo federal – mucho menos en la cercanía clientelar – con Zapatero y Sánchez, aunque siempre manteniendo su imagen en el entorno clásico social-demócrata, sin arriesgar en lo económico.
Sus ejes:
- Moral: como ocurre con una cierta frecuencia, se mantiene en la zona de confort de cada ámbito de poder, de forma que convive el clientelismo de las zonas rurales en estadios morales similares a los del PP, con una moral relativamente avanzada y cercana al estadio 4 enunciado por Kohlberg en los niveles federales. Dependiendo de cómo se resuelva la nueva elección del Secretario General – institucional o por primarias – probablemente habría que revisar el nivel moral a la baja.
- Institucional: Es el principal punto de diferencia con el Partido Popular. El PSOE sí aplica en general los principios liberales clásicos de separación de poderes, y en las dos últimas legislaturas fortaleció la independencia de las instituciones, aun cuando conservó el control en el área económica.
- Económico: inspirado en un keynesianismo adaptado a la convivencia con el neoliberalismo imperante, diseñado por economistas progresistas, pero llevado a cabo por técnicos de ideología liberal. Aun así, en contra de lo que se suele opinar, si bien ni remotamente puede calificarse al modelo económico aplicado por el PSOE como de socialista, está muy alejado del liberal-capitalismo descarnado del PP.
- Nacionalismo: conviven en el PSOE tres visiones diferentes que se resuelven mediante la distribución de poder entre sus dirigentes: la visión jacobina de una España centralizada, la federalista ma non troppo de las autonomías, y una corriente europeísta e internacionalista. Es nacionalista cuando conviene y anti-nacionalista cuando no.
- Equipo político: se superponen estratos puramente transaccionales en comunidades como Andalucía, la Mancha, o Extremadura, mientras que el entorno del Secretario General tiende a comportarse como un equipo burocrático. Compacto en cualquier caso, como corresponde a un partido que ha gobernado y sigue reteniendo parcelas significativas de poder.
La característica del PSOE más destacable es que tiene una ideología pública de iure y varias privadas de facto que conviven en un equilibrio inestable, mantenido gracias al aislamiento de los distintos niveles de poder con pocas intromisiones (entre bomberos no se pisan la manguera). De ahí que podamos ver una moral elevada en el núcleo del partido – recuérdese la dimisión de Borrell, por ejemplo – con una laxa aplicación en la periferia o el clientelismo local más pragmático. Este hecho puede parecer una nota peyorativa, y sin embargo es una mejora respecto del PP. Si se me permite el símil, con esta estructura dual el PSOE es capaz de acotar en niveles controlables el lado oscuro de la fuerza, mientras que en el PP no hay lado claro y lado oscuro: es todo uno y lo mismo.
Concluyendo.

Al igual que las religiones, y en casos extremos las sectas, las ideologías tienden a presentarse en forma de paquetes cerrados que contienen respuestas a las preguntas que los adeptos quizás ni siquiera hayan formulado, y estrategias de evitación de aquellas preguntas que pudieran introducir un sentido crítico en la relación grupal. Porque la respuesta innovadora a una pregunta crítica podría dar lugar a escisiones – herejías en el otro entorno de creencias – que habría que reconducir.
El paquete contiene tanto una interpretación de la sociedad actual, como una visión de la sociedad de destino y un mapa de carreteras que muestra cómo llegar allí. Nada muy diferente de un Moisés conduciendo a su pueblo a la tierra prometida, que también se encargaba expeditivamente de reconducir las opiniones críticas por un quítame allá ese becerro de oro.
De lo dicho hasta ahora podréis deducir que no soy un enamorado de las ideologías, y mucho menos de los líderes carismáticos que me prometen una vida mejor cuando yo haya muerto y/o ellos gobiernen, sin más prueba que su palabra. Tanto las unas como las otras son dogmas mortales que requieren de una fe ciega, y de eso no ando sobrado.
Permitidme un ejemplo: supongo que nadie duda a estas alturas que la Guerra Civil española tuvo sus razones fundamentales en una lucha de las clases altas contra los intentos de modernización de la II República, pero no deja de ser cierto que fueron las ideologías las cómplices necesarias de la derrota republicana. Desde anarquistas y nacionalistas queriendo celebrar ya su revolución mientras la República luchaba contra un enemigo poderoso y desalmado, pasando por clericales y anticlericales, rojos y azules, comunistas y fascistas (con los falangistas de coartada) haciendo la guerra por su cuenta, y las mismas divisiones internas en el ala socialista por el número de palitos (II o III) a la izquierda de Internacional. ¿Cuántos de esos paseos que alimentaron de cuerpos las cunetas no tuvieron un origen ideológico, aunque sus nacionales líderes estuvieran a otras cosas? Ideología y religión, religión e ideología, ya lo dijo Lewellen: “no existe una clara línea divisoria entre una teocracia y un estado laico”.[8]
En cualquier caso sería irreal no reconocer el papel fundamental de la ideología a la hora de construir los discursos que según Laclau (el teórico del populismo) acaban construyendo al Pueblo. Y cuando esas ideologías coinciden con alguna religión, se refuerzan hasta anular cualquier esperanza de racionalización del debate político. Privan las respuestas recibidas e interiorizadas con anterioridad, de la socialización, de los niveles morales, y sobre todo de los intereses en juego en la arena política.
Bien, este es el último capítulo temático de la serie, que espero que haya tenido algún lector o lectora (y mejor si son ambos por aquello de sumar al menos dos). En la próxima(s) publicación(es) como colofón(es) de la serie, revisaremos lo tratado desde nuestros propios sesgos.
Bibliografía
Adamovsky, E. (s.f.). ¿De qué hablamos cuando hablamos de populismo? Obtenido de Universidad nacional de San Martín – Revista Anfibia: http://www.revistaanfibia.com/ensayo/de-que-hablamos-cuando-hablamos-de-populismo-2/
Bohannan, P. (1996). Para raros, nosotros. Introducción a la Antropología Cultural. Madrid: Akal.
Hermet, G. (2003). Revista de Ciencia Política, XXIII 5- 18. El Populismo como concepto. Obtenido de http://www.redalyc.org/: http://www.redalyc.org/pdf/324/32423101.pdf
Lewellen, T. (1983). Introducción a la Antropología Política. Barcelona: Edicions Bellaterra.
Riveiro, Aitor. (5 de octubre 2016). «Pablo Iglesias: El debate que tenemos es si Podemos tiene que seguir siendo populista o no». eldiario.es. http://www.eldiario.es/politica/Pablo-Iglesias-debate-Podemos-populista_0_566244376.html
Vallés, Josep Maria; Martí Puig, Salvador. (s.f.). La política como actividad: el contexto cultural. Editorial UOC.
[1] Jordi Cañas fue dirigente de Ciudadanos hasta que se supo de su tropiezo fiscal. Para más información ved por ejemplo http://www.eldiario.es/catalunya/politica/Fiscalia-exdiputado-Ciutadans-Jordi-Canas_0_443405939.html
[2] Me refiero por ejemplo al mal llamado Socialismo real implantado por Iosef Stalin en la URSS.
[3] Ana Haro González (2012). http://diccionario.pradpi.org/inicio/index.php/terminos_pub/to_pdf/25
[4] De nuevo Ezequiel Adamovsky analizando las propuestas de Laclau: http://www.revistaanfibia.com/ensayo/de-que-hablamos-cuando-hablamos-de-populismo-2/
[5] Carolina Arenes entrevista a Laclau en la Nación del 10 de julio de 2005. http://www.lanacion.com.ar/719992-ernesto-laclau-el-populismo-garantiza-la-democracia
[6] Mencionado por Lewellen, página 130 y siguientes.
[7] Estoy convencido que Rita Barberá no concibe que se la llame corrupta por recibir unos bolsos de Buitton o Hermès, o Camps por unos trajes. En ambos casos, se considerarán honrados porque no han cogido el dinero directamente de la caja, ni han recibido pagos en metálico por comisiones. Que los pagos los haya gestionado un tesorero, o los bolsos y trajes lo paguen unos empresarios a cambio de comisiones, es simple agradecimiento natural. Ni siquiera creo que haya disonancia.
[8] Como ejemplo de esto último, os recomiendo el análisis filosófico de una ideología poco sospechosa de estar basada en la religión a través de los dos artículos de Andrés Carmona: Podemos en clave religiosa.
Considero que las ideologías son necesarias. ¿A dónde nos llevaría un mundo completamente racional exento de pasiones? Las ideologías ayudan a definir un camino, pero es en el camino donde realmente se aprende.
Ser socialista o ecologista, simplemente marca la senda. Dudo mucho que algún socialista quiera aplicar unas tesis y fórmulas que en la actualidad están obsoletas. Perviven los conceptos y sí, plantean las preguntas. ¿Cómo, sin la influencia de una ideología, podríamos replantearnos la realidad? Si lo consiguiésemos crearíamos una nueva ideología. Es decir, ¿cómo ser ateo si no existe la parte de que Dios existe? Las respuestas llegarán y podrán ser más o menos racionales -mejor cuanto más objetivas sean. Pero no olvidemos tampoco la irracionalidad del ser humano o si no, los expertos en finanzas harán cumplir todas sus hipótesis.
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Buenas Roberto.
Creo necesario aclarar un matiz importante. Cada cual, mediante el proceso de socialización generalmente, adopta una serie de valores y creencias personales que acaban condicionando sus actitudes sociales. En el paralelismo religioso, diríamos que el sujeto se reconoce creyente (tanto me da que sea en la existencia o la negación de dios, que tan creyentes son los unos como los otros). Digamos que es un paso previo a adoptar una ideología o una religión.
Sin embargo, cuando personas intelectualmente inquietas piensan en ideología, generalmente se acogen únicamente a esta visión individual que les permite enmarcar la realidad social, pero que al mismo tiempo es cambiante y permite la formulación de preguntas. Este tipo de individuos pueden militar en agrupaciones – movimientos y/o partidos – pero suelen hacerlo de forma periférica porque les resulta difícil aceptar modelos predefinidos y liderazgos fuertes. De la misma forma prefieren debatir a obedecer instrucciones simples y directas.
Otra alternativa, mucho más simple y propia de personas gregarias, es adoptar una ideología difundida y mantenida por un determinado grupo como un paquete cerrado de creencias, valores y actitudes. En el símil religioso el sujeto sería católico, evangelista, o lo que sea, y se comprometerá a aceptar un conjunto indiscutible de dogmas a cambio de ser aceptado en el grupo.
De estas segundas hablamos en este capítulo, porque las primeras deberían ser estudiadas desde el prisma de la Psicología Social, y desde luego no tendrían cabida en un único capítulo.
Te pongo un ejemplo: durante el debate en el PSOE sobre si Congreso o Comité y Amén, he leído a militantes que reconocían abiertamente que apoyarían lo que decidiese el Comité Federal porque ellos saben mejor que nosotros lo que conviene al socialismo. Es decir, confunden socialismo con partido, ideología y organización, para estas personas no hay diferencia.
Espero haber aclarado el enfoque del artículo, si no es así dímelo y lo intentaré de nuevo.
Saludos.
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