Concluyendo: ni revolución ni tradición, ¡evolución!

Cuando existía el servicio militar obligatorio, ese año y pico (o dos si caías en la marina) se convertía en el segundo entorno de socialización para muchos jóvenes procedentes del entorno rural profundo. A sus 21 años aprendían a leer y escribir, por someramente que fuese, a conducir, y sobre todo a relacionarse mediante lo que Granovetter denominaba los vínculos débiles[1] de la socialización: relaciones casuales entre simples conocidos.

Estamos viviendo un momento de inflexión de la Historia en la que lo viejo ha dejado de ser eficaz, lo nuevo aún no está determinado, y quienes han venido heredando el poder se resisten a cederlo a las siguientes generaciones. Pero ya no hay un servicio militar que permita la socialización de quien quisiera abrise a ello, ni relaciones casuales allá donde tengamos cobertura en el móvil. Nos permitimos así acurrucarnos en nuestro confortable rinconcito tradicional y no permitimos la entrada a ideas que pudieran causarnos la menor disonancia.

En esta situación me temo que vamos a vivir tiempos interesantes, pero también tendremos la oportunidad de crear una nueva forma de civilización. Eso ocurrirá única y exclusivamente si queremos esforzarnos en comprender cómo se construye la identidad del individuo – de los otros individuos – y conseguimos cambiarla. Reducirlo todo a un insulto es la forma más segura de perpetuar la tradición separadora de las categorías sociales.

De todo eso ha ido esta serie, y de eso van mis conclusiones. 

Asumo que los artículos precedentes habrán sido leídos mayoritariamente en clave política, y así se plantearon originalmente, pero son aplicables a cualquier decisión que tomamos en sociedad. ¿Participamos en el sistema económico o nos marginamos? ¿Vestimos según los estándares de la mayoría social, o según los de nuestra tribu? ¿Asumimos la religión mayoritaria sin cuestionarla, la reforzamos visibilizando sus símbolos, la enfrentamos con iconos provocadores?

Todo ello son decisiones tomadas – conscientemente o no – de acuerdo con los procesos de socialización que hemos recibido, tanto en positivo como en negativo, tanto si los aceptemos como si luchamos contra ellos. Lo importante es entender no sólo cómo ocurren, sino sobre todo cómo prevenir la interiorización de procesos sesgados y morales destructoras en amplias masas sociales. Para este fin lo menos indicado es seguir nuestra intuición o nuestra (siempre limitada) experiencia. Como afirmaba Michel Foucault:

 “…mencionaba anteriormente los tres elementos de mi moral. Estos son (1) la negación a aceptar como evidente las cosas que se nos proponen; (2) la necesidad de analizar y conocer, dado que no podemos llevar a cabo nada sin la reflexión y el entendimiento – de ahí el principio de curiosidad; y (3) el principio de innovación: buscar en nuestras reflexiones aquellas cosas que nunca han sido pensadas o imaginadas. En resumen: negación, curiosidad, innovación.”

Sólo quienes no aceptan las verdades reveladas – tanto da que sea en evangelios o en pomposos discursos ideológicos – son capaces de evolucionar: evolucionarios, opuestos tanto a revolucionarios, como a mitificadores de la tradición.

¿En qué nos equivocamos?

En primer lugar nos equivocamos cuando invocamos a quienes difieren de nuestros estándares como los otros. Tanto da que sean votantes de un partido reaccionario, musulmanes, perroflautas o liberales. Somos conciudadanos, y con todos nosotros como ladrillos se construye el edificio social, sin excepción.

En segundo lugar nos equivocamos al juzgar a los otros desde nuestra distorsionada perspectiva de objetividad (la propia) y subjetividad (siempre la ajena, por supuesto). Se ha repetido a lo largo de la serie que, en lo que a la sociedad atañe, la percepción pura, objetiva, ni existe ni puede existir. Nuestra mente nos engaña cuando intentamos sacar conclusiones estadísticas, pero también cuando nos sugiere actitudes desde la experiencia, o todavía peor, la lógica superficial y reducida del sentido común.

Michel Foucault
Michel Foucault (1926-1984)

Otro típico error es confundir poder y autoridad. Según Foucault el poder no emana del rol asignado en sociedad, sino que se construye en cada interacción humana.

El poder es una relación entre las personas, pero si obligamos a la otra mediante coacción a realizar nuestros deseos, aparece una situación de grado cero de poder: eso es fuerza física, es otra cosa. En sociedad el poder se institucionaliza en defensa de una minoría dominante, cristalizando en organizaciones que aplican la norma emanada de los plutócratas[2]  – o aristócratas, según se mire – en una u otra forma. Pero siempre es una relación diádica. Un policía puede ejercer su autoridad ordenando, y nosotros podremos otorgarle poder obedeciendo. O no.

Pero el mayor error de todos es creer que la evolución de una sociedad es uniforme en todos sus estratos. Por ejemplo, estoy seguro de que algún optimista de los habituales – que sospecho que siguen este blog sólo para increparme, llamadme paranoico – cree que mi comentario de la introducción sobre el carácter socializador del servicio militar está fuera de lugar, es obsoleto. Bueno, a Save the Children me remito: uno de cada tres niños españoles no obtendrá el título de educación obligatoria, y uno de cada cuatro los abandonará antes de finalizarlos. Eso significa que un tercio del electorado carece de la formación necesaria para comprender su entorno, no ya tomar decisiones sociales complejas. Hablamos de alrededor de 12 millones de personas, poca broma.

Sin contar con los tecnófilos que sitúan la panacea social en las tecnologías de la comunicación y la información. Ya he explicado que aproximadamente la quinta parte de la población está excluida de la Sociedad Red, y del resto al menos un tercio se encuentra marginada. Además, al analfabetismo digital habría que sumarle el polo opuesto, el de quienes viven en la soledad permanentemente conectada y han construido una burbuja tecnológica que les impide integrarse plenamente en el mundo físico.

Si olvidamos estos hechos y vilipendiamos a quienes parten de una situación inferior en lugar de ayudarles a crecer, fracasaremos con estrépito. Queremos una sociedad más igualitaria, pero arrinconamos en lo más profundo de nuestra mente una idea: que la igualdad no es completa si se logra sólo con los nuestros. Esa opción que tan incómoda nos resulta, la aceptación del otro, es lo que las fuerzas globalizadoras persiguen con la desinteresada colaboración de los dirigentes políticos: nos quieren divididos para podernos igualar en lo más bajo, cultural, moral y ético. No otra cosa son los movimientos xenófobos y etnocéntricos que se expanden por Occidente, fundamentados en el etnicismo de semos los más mejores. O el mensaje simplificador de facturación populista de nosotros listos, ellos gilipollas, que también.

¿Qué es posible hacer?

Cualquier cosa. Basta trabajar en la misma dirección en todas las pequeñas y grandes situaciones. Hace poco un amigo me preguntaba que si rechazamos las ideologías, ¿qué queda para guiarnos hasta la utopía? Creo que la respuesta es más estrategia y menos táctica. Sabemos qué nos gustaría lograr en términos generales, y también sabemos que se van a producir puntos de inflexión histórica en los que algunos caminos nos llevarán en la dirección deseada, mientras otros nos alejarán hacia alternativas construidas para mayor provecho de las oligarquías. Pero sobre todo, sabemos que la inacción, la resignación y la conformidad nos impulsan a toda pastilla hacia una sociedad líquida, repleta de incertidumbre. Si sabemos todo eso, actuemos en consecuencia creando estructuras de certidumbre en la que quepamos (casi) todos.

Ya se vislumbran escenarios de destino, sin parecido con las utopías (y alguna que otra distopía) clásicas:

  • Una dirección es tecnópolis. Los técnicos serán reyes mientras que los pensadores ocuparán el rol de parásitos excéntricos. Para viajar hasta allí basta con seguir esperando una nueva revolución tecnológica que milagrosamente cambie la sociedad, pero eso es algo que no va a ocurrir: no es la tecnología la que determina a la sociedad, sino a la inversa. Tecnópolis no es moralmente superior, es sólo más rápida y brillante. Se llega hasta ella mediante el despilfarro irreflexivo de tecnología.
  • Otra dirección sería una sociedad dónde la riqueza se defina en base al bienestar del común de la comunidad, y no en base al promedio de bienes materiales poseídos, o susceptibles de serlo. Imaginad una sociedad en la que nadie pueda permitirse comidas extravagantemente caras, pero nadie sufra el hambre. Dónde no se viaja a países tropicales, pero nadie pasa frío en invierno. Dónde el respeto y la autoridad se basa en los conocimientos y la capacidad de pensamiento individual y no en la capacidad de coacción. A esta sociedad se llega desde la educación en libertad, la cooperación y el debate de ideas y creencias.

  • Por último puede existir una sociedad sumergente, basada en el empleo de la nueva fuerza bruta: la dominación económica. Quienes no sean capaces de presentar un currículo rebosante de empleabilidad estarán a merced de quienes oferten los puestos de trabajo que se subastarán a la baja, cada vez más baja, hasta que tengan que cavar para encontrarlos. En esta sociedad la competitividad alcanza un nivel máximo, porque cada trabajador puede quitarle a otro esas peonadas que pueden suponer pagar el alquiler o la energía. La rebelión se paga con el ostracismo y la miseria. El conocimiento es meramente técnico, de inmediata aplicación, y quién no lo obtenga estará en una situación de desventaja competitiva. A esta sociedad se llega no haciendo nada, porque está a la vuelta de la esquina.

Respondiendo de nuevo a la pregunta que encabeza este capítulo, es posible conseguirlo todo con una estrategia definida, o alcanzar la nada social con la moral del individualismo. Nosotros elegimos el destino del viaje con nuestra actitud en cada momento.

Pero ese objetivo no podrá ser una repetición de otras utopías pasadas – tanto da socialismo como anarquismo o fascismo – porque hay una diferencia fundamental que lo ha cambiado todo: la tecnología de la comunicación global está aquí para quedarse, y ha cambiado nuestra capacidad de construir identidades proyecto desde la resistencia.

¿Y cómo lo hacemos?

Aplicar el sistema moral de Foucault sería un buen primer paso: negar las evidencias aparentes, ser curiosos para investigar sin dar nada por supuesto, e innovar en las soluciones, que rara vez soluciones añejas han resuelto problemas nuevos. Rehuyamos los mensajes oxidados que sólo tienen a su favor la pegajosa pringue de la tradición.

Utilicemos los métodos analíticos de las Ciencias Sociales en lugar de improvisar desde nuestros muchos sesgos. Cuesta, porque nos saca de nuestra zona confortable, de ese cómodo sofá mental que nos hemos construido. Por ejemplo, recientemente un experimento social ha puesto de relieve la capacidad de la Psicología Social para cambiar el entorno. Ha bastado con propagar los mensajes habituales extremistas en forma de paradoja exagerada en una ciudad israelí repleta de Halcones para moderar el voto, ¿qué no sería posible en entornos menos extremados para modificar, por ejemplo, la moral y acercarla a la ética? Recordad que según Kohlberg la moral no se clasifica por características del individuo o de la comunidad, sino por los mecanismos mentales utilizados para tomar decisiones. Y éstos son modificables.

Cooperemos en proporcionar formación e información sobre los mecanismos de la comunidad a quienes no tuvieron la oportunidad – o en su momento la rechazaron – de construir sus caminos hacia el conocimiento. Hacedlo desde la moral de Foucault y sed pacientes: no todas las personas son Miguel Hernández, que leía y escribía poesía mientras cuidaba de las cabras de la familia. Ni de coña.

Recordad también que con mensajes extremados es posible vencer, pero no convencer. Todas las personas tienen unos umbrales de aceptación de la información que contradice sus creencias, no tratemos de comunicar fuera de esos umbrales porque nuestro mensaje se perderá. Aprendamos a comunicar porque, en general, sólo sabemos hacerlo para los ya convencidos. O dicho de forma más directa: comunicamos con el culo, y sólo para quienes nos perdonan hasta el mal aliento y nos ríen las gracias.

En resumen, el cambio empieza por abrir nuestra propia mente expurgando prejuicios y creencias vendidos en cómodos packs en oferta: ¡¡compre una ideología y le regalamos una religión (y dos huevos duros)!!.

La mente es como un paracaídas, sólo funciona si se abre[3].

Así que o somos el cambio, o somos cómplices de la tradición. No hay más.

Saludos


Trabajos citados

Bess, M. (1988). Michel Foucault: El poder, los valores morales y el Intelectual. Obtenido de Revista de Filosofía: https://defilosofia.com/2016/10/03/por-primera-vez-en-castellano-entrevista-a-michel-foucault-el-poder-los-valores-morales-y-el-intelectual/

Children, S. t. (s.f.). LAS SEIS COMUNIDADES CON MÁS POBREZA INFANTIL, A LA COLA DEL ÍNDICE DE EQUIDAD EDUCATIVA DE SAVE THE CHILDREN. Obtenido de https://www.savethechildren.es/: https://www.savethechildren.es/notasprensa/las-seis-comunidades-con-mas-pobreza-infantil-la-cola-del-indice-de-equidad-educativa-de?gclid=Cj0KEQjwvve_BRDmg9Kt9ufO15EBEiQAKoc6qp7Wcs79LGyU-KyrIpWGheyvFXkPdRQBm__i1XhhntgaAlfG8P8HAQ

Granovetter, M. S. (1973). LA FUERZA DE LOS VÍNCULOS DÉBILES. Obtenido de Universidad Complutense de Madrid: http://pendientedemigracion.ucm.es/info/pecar/Articulos/GRANOVETTER2.pdf


[1] Para quienes no estén familiarizados con las Ciencias Sociales incluyo una definición extraída de la Wikipedia: “… la coordinación social se ve más influida de lo que valoramos habitualmente por vínculos débiles establecidos con anterioridad con otros actores con los que se tiene poco o ningún contacto, carencia de vínculos emocionales y escasos lazos relacionales, y no tanto como creemos por lazos más fuertes como puede ser la familia o amigos.” Es decir, personas con las que nos cruzamos en alguna etapa de la vida y no llegamos a establecer lazos emocionales. Son vínculos con conocidos ocasionales.

[2] Minoría formada por los más ricos y poderosos de una sociedad. https://es.wikipedia.org/wiki/Plutocracia

[3] Cita atribuida a Einstein, ya me gustaría que fuese mía la frase.

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