Concluyendo: control y hegemonía

           La cultura y el entorno social definen a los individuos y a los grupos de los que forman parte, pero la cultura y el entorno son dibujados al mismo tiempo por los individuos como si de una estructura encuadrada se tratase.

      Es interesante reflexionar acerca de quién crea o quién dibuja la cultura de la que bebemos en primera instancia. Ante la pregunta por qué somos así caben dos respuestas: porque sí y por algo. La primera respuesta nos encierra en una habitación pequeña y confortable. No nos faltará de nada porque nuestra cultura nos alimenta con todo lo que necesitamos para sobrevivir en una habitación. Pero si salimos de esa habitación usando una puerta que siempre estuvo ahí, aunque en ocasiones era difícil de encontrar –debido a la propia limitación del entorno que nos rodea– la respuesta es por algo. ¿Qué es ese algo?

        La hegemonía cultural se puede entender como la estructura institucionalizada y dominante que ha conseguido crear un pensamiento cultural, consentido por los dominados, que organiza una sociedad. Sería similar al término de superestructura que desarrollan Marx y Engels. Ambos términos hacen referencia a que existe una dominación cultural por parte de las instituciones, el Estado o el derecho, dando lugar a las formas de consciencia social que se adhieren a las capas inferiores de una determinada sociedad. A través del consentimiento –es necesario para que exista una diferencia entre hegemonía o dominación simple–, la población asume una serie de directrices rígidas, algunas basadas casi en una fe –unidad nacional, libertad económica, democracia representativa, mercado o globalización– que son las que, sin que sea necesaria la coerción salvo para algunos grupos, definen el mapa mental de la mayor parte de la sociedad. Con estas directrices se consigue que el grupo dominado siga alienado, como un caballo con anteojeras, perdiéndose a menudo la realidad que tiene a ambos lados.

             La cultura social delimita a su vez nuestra cultura política, situada en un mix híbrido de cultura súbdita y localista –como se estudió en el primer capítulo de esta serie–. Nos da igual ser mandados, o incluso desconocemos que lo somos. Pero, ¿cómo hemos llegado a este punto? A través del proceso de socialización. Si queremos formar parte de la sociedad o de un determinado grupo social tenemos que compartir y aprender las normas de los mismos, ya que si no lo hacemos nos situamos en una posición de marginación social poco deseable –aunque es probable que en ese estadio encontremos el grupo de los marginados sociales–. Es a partir de la socialización secundaria –el aprendizaje– cuando se configura nuestra identidad social, que a su vez depende de la cultura política de la época y del contexto histórico y geográfico. Es decir, la cultura delimita las normas sociales, que a su vez delimitan a los individuos, pero son los individuos quienes dibujan las normas sociales y la cultura hegemónica. Como podéis ver, de nuevo aparece la estructura de encuadre, circular.

        Uno de los instrumentos más importantes que permite el acceso a la socialización después de la familia es la escuela. La escuela es fundamental para propiciar cualquier cambio político y cultural en cualquier contexto. Desde la escuela se puede aprender que algunas normas familiares pueden no tener sentido, que los medios de comunicación de masas tienen intereses, que no tienen por qué coincidir con los tuyos, y por ello pueden manipularte, o que todo lo que encontramos en la red no tiene por qué ser verdad. La escuela y el aprendizaje son el punto de partida desde el que se puede iniciar una ruptura de una cultura hacia otra –mejor o peor–, los que harán que te pongas el cinturón de seguridad por tu propia seguridad y no por temor a una multa de tráfico. Es decir, nos permitirá que la estructura de encuadre, circular, evolucione hacia una espiral progresista o hacia otro tipo de estructura encuadrada –entendiendo que el actual sistema social sobrevive gracias al movimiento circular: individuos nacen, crecen, producen, consumen, se reproducen y mueren alienados en un bucle–.

         Es la escuela la que permite crear una ruptura generacional, la que enfrentará a abuelos y padres, a padres e hijos para que sean estos últimos la vanguardia de la transformación de la cultura y la sociedad. El enfrentamiento entre generaciones es necesario, ya que por esa brecha abierta es por donde la sociedad avanzará. Un sistema educativo que no genere una tensión generacional creará súbditos para el sistema establecido –aceptarían el ni peros ni peras tan repetido por padres y madres sin rechistar–. Una tensión que permita entender qué hizo bien o no tan bien la generación anterior. Además, puede que la propia escuela enseñe a la nueva generación que esa tensión no tiene por qué ser del todo rupturista y que puede ser el punto de partida de nuevos lazos que construyan un ideario común conjunto. Quizá ese escenario es el óptimo. La búsqueda de la convivencia intergeneracional.

          Por otro lado, como se estudió en la serie, la moral de cada individuo no puede ampliarse de forma sistemática debido a que proviene del pensamiento propio y de la reflexión, en una sociedad en la que no se invita a pensar, en la que la ética o la ciudadanía no se enseñan ni se promueven más allá del proceso de escolarización obligatorio, difícilmente se producirán cambios morales que permitan avanzar a la sociedad en su conjunto en ese y en otros campos. La cuestión de fondo no es enseñar qué es bueno o malo, simplemente fomentar el desarrollo del pensamiento que te lleva a las preguntas y respuestas adecuadas en cada contexto histórico, geográfico y social.

           Además, las clases dominantes a nivel cultural son capaces de extender prejuicios y estereotipos que no invitan a una unidad a nivel social, sino que cimientan las diferencias entre los distintos grupos que habitan en la sociedad –a través de la lingüística, por ejemplo–. Como se ha estudiado, tendemos a ser positivos a la hora de identificarnos en grupos que socialmente están bien vistos. Por ejemplo, la mayoría asumimos la pertenencia a la clase media porque aspiramos a integrarnos en ella o a subir al siguiente escalón. Probablemente consideramos que las clases bajas existen, pero muy lejos de nosotros, que son aquellas personas que vemos en la televisión en esos programas que tratan sobre barrios marginales, generando una distancia que favorece nuestra identificación con estratos superiores. La sociedad nos invita a pensar que cualquiera es idiota excepto nosotros mismos desde un punto de vista etno y eurocéntrico, dejando la evolución de la misma a nuestra propia subjetividad individualista, que a su vez actúa como ancla al desarrollo objetivo y social.

            Llegados a este punto, es interesante indagar en la idea analizada en la serie que dice que “el mundo es construido y modelado por los discursos que circulan en una sociedad en un tiempo dado en la historia”. Estos discursos circulantes y extendidos son los relatos –el storytelling–, lo que se cuenta que está ocurriendo en el mundo o que ya ha ocurrido. Un claro ejemplo de los relatos transmitidos en cualquier sociedad es que “las guerras no son buenas”, culpabilizando a ambas partes enfrentadas –a veces con razón–. Por otro lado, se produce un oxímoron con el relato transmitido –una contradicción–, si estudiamos el relato transmitido de la II Guerra Mundial: los Aliados derrotaron al Mal. Si las guerras no son buenas, ¿nos podemos alegrar de que el Bien ganase al Mal? En este sentido, cualquier intento de profundizar en las causas de una guerra queda desplazado por el relato dominante que no es más que la historia transmitida por parte de la clase dominante –normalmente, los vencedores de la guerra–.

Pawel Kuczynski
Pawel Kuczynski

           Las causas y consecuencias de cualquier suceso histórico o social quedan relegadas para su estudio en ámbitos académicos y científicos, poco divulgativos, a los que solo accede un pequeño porcentaje de la población si en su mente se cultiva el embrión de la curiosidad. Con lo cual, el contra-relato –me tomo la licencia de llamarlo así– no satisface las inquietudes de gran parte de la población y queda enterrado bajo el montón de la información diaria rutinaria, perdido y vivo a la vez, atemporal.

         Por esta razón, en muchas ocasiones los relatos no coinciden con lo realmente sucedido ni mucho menos con los intereses de las mayorías, pero eso no es importante. Lo que importa del relato es que se transmita y se extienda, como un rumor. Además, teniendo en cuenta el miedo a ser rechazado del grupo, aunque alguien tenga una opinión discordante o un contra-relato no siempre lo expresará para evitar ser sancionado, produciendo un silencio que crea barreras artificiales al entendimiento de un mundo complejo. Entonces, si los relatos y las historias son fundamentales para la construcción y modelación del mundo y su cultura, se debe dirigir la atención hacia qué o quién construye y difunde los relatos.

            Unos de los mayores divulgadores de relatos gracias a su gran alcance y aceptación son los medios de comunicación. Chomsky señalaba que los medios de comunicación son fabricantes de opinión y esto no es más que fabricar el relato que se va a transmitir y que el público va a extender durante su rutina diaria. Los medios de comunicación son a su vez controlados por aquellos que ostentan el poder económico, dirigiendo la atención del espectador–consumidor de relatos hacia donde van sus intereses. Los medios de comunicación pueden hacer que ames a tu enemigo y a la vez que odies a tu mejor amigo, utilizando una máquina de fango que puede salpicar a cualquiera que cabalgue contra los intereses de la clase dominante.

            En las últimas décadas, se empezó a extender una forma de contrapoder a los medios de comunicación facilitada por la Sociedad Red. A través de las relaciones entre usuarios, generadores y consumidores de información en la red, se puede promover la transmisión de conocimientos y realidades que, como se decía en esta serie, pueden resultar incómodos para el establishment. Pero a su vez, la información disponible en la red está cada vez más sesgada. Actualmente, cualquiera puede hacer que su información llegue a más público de una forma sencilla: pagando. Y la verdad es que no todos los generadores de opinión tienen un bolsillo tan profundo como para que su mensaje se extienda a un público mayoritario. ¿Dinero o ingenio? ¿Quién resistirá más?

        Para concluir e hilando un poco todos los conceptos, quizá el plan de la clase dominante es ese: controlar las normas sociales, morales y las relaciones familiares –en el pasado se usaba la religión como piedra angular–, controlar la educación –mediante leyes–, controlar los medios de comunicación –medios públicos partidistas y privados sujetos por el poder económico– y controlar la red –Big Data, copyright, leyes coercitivas a la libre expresión. Entonces, ¿cómo podemos luchar como sociedad contra una clase dominante que no solo ostenta el poder de los principales medios de producción, sino que también domina la cultura y la información –a través de medios de comunicación tradicionales y digitales–, crea los relatos y por tanto la cultura sin llegar a ser sujetos marginales del sistema? Invito a la persona que lea la serie a que trate de responder por sí misma a la pregunta.

Pawel Kuczynski

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