Hace tiempo que sospecho que la tan traída y (mal) reída estupidez humana es un mito inculcado desde el poder para su conveniencia, pero nunca encontré el tiempo para desarrollar mi hipótesis.
Es probable que tras la frase anterior alguien me haya calificado ya – espero que sólo mentalmente, o estará hablando solo – de estúpido. También habrá quien se haya sorprendido de la palabra “mítico”, porque es de conocimiento común que los estúpidos son seres reales y no míticos (excepto, quizás, si se tratase de un unicornio estúpido).
A este respecto hago notar que estoy hablando de la estupidez como categoría, y no de individualidades. Sería como confundir la homosexualidad – que como categoría existe desde los disturbios de Stonewall en 1969 – con la relación sexual entre personas del mismo sexo, que data del inicio de los tiempos. O asumir que el concepto de locura aplica sólo a enfermos mentales, que tampoco sería cierto. En resumen, no confundamos al Club de la Estupidez Humana con sus miembros.
Por otra parte, no cabe englobar a todos los individuos estúpidos en la categoría de estupidez humana. Habría que descartar a quienes sufren de algún tipo de limitación intelectual, y por tanto caerían en el ámbito médico. También descarto a quienes etiquetamos gratuitamente de estúpidos por no querer aceptar que nosotros siempre tenemos razón.
No, yo me refiero a aquellas personas que, disponiendo de una capacidad intelectual en, o por encima, de la norma, llegan a conclusiones estrafalarias de forma aparentemente racional, o viceversa. De estas personas, yo afirmo que son el resultado de un proceso de intencionada y exitosa socialización. La clase de personas que forman mayorías hegemónicas de conocimiento, porque siendo más que los desviados sociales que piensan por su cuenta, siempre conseguirán obtener amplias parcelas de poder.
Y si quienes formamos parte de alguna minoría desviada nos reímos de los estúpidos, entonces sólo estaremos siendo víctimas de una trampa cognitiva. Porque somos demasiado estúpidos para darnos cuenta de que nos estamos tomando a guasa a quienes ejercen el poder sobre nosotros, para su solaz.
Si queréis saber cómo se eleva la estupidez al nivel de norma, seguid leyendo. Y no os preocupéis si en algún momento llegáis a sentiros estúpidos, porque no será cierto: recordad que ningún estúpido se ha preocupado jamás por serlo.
Para poder lograr una definición adecuada de la estupidez humana, es necesario establecer previamente alguna de sus características:
- En primer lugar, se trata de una característica de la sociedad humana que configura un grupo transversal. No estamos interesados en los humanos estúpidos, cuyo estudio correspondería al área de la psicología, o de la medicina, sino en aquellos sujetos que, siendo (o no) individualmente estúpidos, actúan como miembros activos del Club de la Estupidez Humana.
- Importa identificar su enlace con el poder, entendido como una suma de relaciones (el conocido paradigma estratégico del poder, de Foucault). No vamos a investigar las consecuencias microsociológicas del fenómeno, que dependerán por completo del contexto.
Precedentes
Teniendo en cuenta lo anterior, no nos sirve, por ejemplo, la definición del doctor Feldmann citada por Paul Tabori: “Contrástase siempre la estupidez con la sabiduría. El sabio (para usar una definición simplificada) es el que conoce las causas de las cosas. El estúpido las ignora.” Muy al contrario, quien esté ejerciendo su estupidez en sociedad dispondrá de un inmenso argumentario explicando por qué es evidente que es él quien está actuando correctamente. Y digo inmenso, porque es sabido que, frente a problemas complejos, se tiende a proponer explicaciones simples, procedentes de lo que Bourdieu denominaba la doxa[1]. Es igualmente sabido que las simplezas abundan más que las certezas verificables, y que la masa tiende a ignorar cualquier atisbo de complejidad, fuera en el problema, o en la solución.
Sin embargo, hay otro elemento expuesto por el doctor Feldmann que podría dar una pista:
“Algunos psicólogos creen todavía que la estupidez puede ser congénita. Este error bastante torpe proviene de confundir al instrumento con la persona que lo utiliza…” Un estúpido será pues “el ser humano a quien la naturaleza ha suministrado órganos sanos, y cuyo instrumento raciocinante carece de defectos, a pesar de lo cual no sabe usarlo correctamente. El defecto reside, por lo tanto, no en el instrumento, sino en su usuario, el ser humano, el ego humano que utiliza y dirige el instrumento.” (Tabori, 1999. El resaltado es mío)
Bien, ya tenemos aquí un punto que ratifica nuestra decisión previa de descartar a las personas con limitaciones intelectuales de origen físico o genético. Sin embargo, Feldmann insiste de nuevo en que existe un problema subyacente de ignorancia al afirmar que no sabe utilizar su cerebro, dejando la puerta abierta a un aprendizaje. Craso error, todos conocemos a algún docto estúpido con apabullantes títulos académicos, y no consta evidencia empírica alguna de que alguno haya mejorado con el aprendizaje.
El doctor Carlo Cipolla (mejor léase con fonética italiana para evitar chascarrillos: Chipol·la) se aproximó al objeto de estudio desde su campo, la historia económica. Publicó un divertimento que se hizo famoso, en el que llegaba a la conclusión de que los componentes de la estupidez humana son aquellos individuos que con sus acciones no consiguen obtener provecho propio, ni proporcionar beneficio alguno al resto de la sociedad.
Es una idea interesante, pero errónea porque dejaría fuera a quienes detentan el poder, y por lo tanto ya se han beneficiado. Es decir, podemos pensar que el presidente del gobierno es un estúpido (y razones habría para ello), pero de entrada es una persona cuya vida está resuelta y bien resuelta desde su más tierna infancia, dispone de excedentes monetarios y de una profesión muy rentable. Si acaso, habría que calificarlo de malvado, pero tampoco podríamos eximirlo de aparecer como un miembro sobresaliente del conjunto de la estupidez humana, como prueban los muy frecuentes usos en público de la doxa como ideología política.
Las aportaciones de Kahneman y Bourdieu
Uno de los investigadores que pueden aportar luz en este campo es Daniel Kahneman. Este psicólogo ganó el nobel de economía por su trabajo en el área de toma de decisiones en situaciones de incertidumbre. Descubrió que, en situaciones de información imperfecta, cuando no tenemos todos los datos en nuestro poder, actúan sobre nuestra capacidad de decisión unos mecanismos a los que denominó atajos heurísticos. La heurística comporta una serie de sesgos que dirigen la elección entre las opciones disponibles en el propio sistema de decisiones, sean o no realistas. Ya escribí sobre el funcionamiento de los sesgos en el proceso de decisión electoral, ahora quiero centrarme en el mecanismo.
Kahneman propone que disponemos de dos sistemas de toma de decisión. El Sistema1, el heurístico, se basa en la experiencia y el conjunto de conocimientos inculcados e indiscutibles que antes hemos llamado doxa. Es automático, actúa por defecto y no requiere esfuerzo mental alguno. Es el que decide si podemos cruzar la calle, o qué opción de compra ejercemos. Por poner un ejemplo, la aversión al riesgo nos impulsa a comprar billetes de tren o avión con reembolso, incluso si el precio es superior a lo que nos costaría perder el billete, o nos susurra que el coche que se está acercando parará porque estamos en un paso cebra, aunque el conductor sea Stevie Wonder.
El Sistema2, el esforzado, requiere en primer lugar de ser capaces de hacer caso omiso del sistema heurístico, dejarlo a un lado y desenfundar nuestros conocimientos. Solemos utilizarlo exclusivamente en casos de riesgo fácilmente procrastinable, significativo y aparentemente obvio. Por ejemplo, la compra de una vivienda. Es obviamente complejo, requiere esfuerzo y conocimientos previos, y existe el riesgo de que tropecemos con nuestra ignorancia durante el proceso. O peor todavía, que demostremos que nuestras creencias previas eran erróneas y que se nos derrumbe nuestro confortable mundo.
Pues bien, parece obvio que los miembros del Club de la Estupidez Humana tenderán a utilizar el sistema heurístico. En caso contrario, podrían descubrir que están actuando de forma estúpida, y dejarían por lo tanto de pertenecer a un club cuya condición de admisión es la invisibilidad del Club.
Al hilo de esta invisibilidad, el ya mencionado Pierre Bourdieu sostiene que una de las características de algunos mecanismos de poder es su ahistoricidad: nadie los nombrará en los libros de Historia, ni los incluirá en el currículo escolar. Por poner un ejemplo, nos dirán que los cracks económicos no suceden por la avaricia estúpida de los grandes inversores, ocurren por leyes inexorables que sólo los sacerdotes de la secta económica apropiada conocen. Así es como un factor causal desaparece de la Historia y pasa a engrosar la doxa.
Definiendo:
Cuando hable en un próximo capítulo de la relación entre poder y estupidez mencionaré a otros teóricos que nos explicarán cómo se consigue exactamente esa invisibilidad del Club de la Estupidez Humana, y la fervorosa adhesión a sus normas. De momento creo que el sistema heurístico de Kahneman y la invisibilidad histórica del fenómeno son fundamento suficiente para efectuar un intento de definición, que aquí va:
La estupidez humana, como característica específica de nuestra civilización en grado y forma, es un fenómeno dóxico y ahistórico, que favorece el continuismo social y previene el cambio. Utiliza para este fin mecanismos de toma de decisión individual que evitan el esfuerzo mental, mientras ocultan la adscripción al grupo: tanto a sus propios miembros, como al resto de la sociedad.
Y con esto concluyo por hoy, recordando que, si no me da pereza, en el próximo capítulo hablaré de cómo capta a sus afiliados el Club de la Estupidez Humana.
Bibliografía
Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Barcelona: EDITORIAL ANAGRAMA, S.A. Recuperado el 26 de noviembre de 2017, de https://sociologiaycultura.files.wordpress.com/2014/02/bordieu-pierre-la-dominacion-masculina.pdf
Cipolla, C. M. (s.f.). Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Lampre Editorial. Obtenido de http://www.economia.unam.mx/profesores/eloria/PDFs/Cursos/6-estupidez%20humana.pdf
Tabori, P. (1999). Historia de la estupidez humana. Ediciones elaleph.com. Obtenido de https://alejovnieto.files.wordpress.com/2013/04/tabori-paul-historia-de-la-estupidez-humana.pdf
Notas
[1] Podríamos definir doxa como el conocimiento engañoso, suma de creencias e imaginación: lo que podríamos denominar el sentido común de la mayoría. Bourdieu daba una definición algo más sólida al decir que lo forman ideologías que nadie cuestiona, y forman parte del conocimiento popular en un determinado campo. Por ejemplo, es de sentido común que el estado debe gestionar sus gastos como lo haría un ama de casa, o la deuda pública como lo haría una empresa. Cualquier economista que asistiese a las clases de economía política os dirá que es falso, pero para la mayoría son afirmaciones dóxicas: tan reales e indiscutibles como un dogma.
Estimado, buen día!
La entrada es muy buena; siendo yo un ignorante de la materia antropológica (y de cómo funcionan los sistemas de toma de decisiones), me he sentido muy iluminado al leerlo.
Gracias, siga así. Prometo leer los artículos que le siguen a este.
Saludos.
Juan.
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Hola Juan.
Pues sólo escribí un par de capítulos más porque, como me temía, con tanto hablar de la estupidez me entró una pereza terrible.
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