Ilustración de cabecera: Duelo a garrotazos (Goya). Fuente Museo del Prado – Pinturas negras.
Érase una vez una nación, cuyo ignorante presidente afirmaba orgulloso que era la más antigua del mundo, que construía más viviendas que el resto de Europa junta, donde el empleo subía y subía, sin que jamás llegasen a faltar trabajadores dispuestos a rebajar sus ya nulas expectativas, …
Bien, dejémonos de cuentos. España es un estado – a duras penas una nación – peculiar en el que las épocas históricas se solapan y perduran más allá de cualquier calendario. Por esta razón, conviven – no sin tensión – modos culturales más propios de la mitad del siglo XX, con un mecanismo empresarial mayoritariamente anclado en los años 80 de esa misma centuria.
Sobre esta tierra, van a tomar el poder unas generaciones que sólo podrían reconocerse en esta época, y en ninguna otra. Gentes que no entienden a sus mayores, ni son entendidas por ellos. Así, mientras unos plantean revisar la historia para luego reconstruirla, otros se aferran a un pasado imaginado para impedir el cambio futuro.
Esta serie de artículos intenta identificar y analizar los distintos componentes del cambio social que actúan sobre la España de 2018, configurando esta sociedad desigual.
Pero antes de entrar en materia siempre es conveniente hacer un poco de historia, ver qué pasó por ahí fuera, y si también pasó aquí dentro. Con todo ello podremos identificar un sustrato cultural patrio del que partir para plantear preguntas, y aventurar respuestas.
Empezamos pues por la pregunta que corresponde a esta publicación: ¿cómo se ha mantenido hasta hoy el sustrato cultural conservador de la sociedad española?
Érase una vez… El Estado-Nación
La mayoría de las democracias liberales europeas, fundamentos de los respectivos estado-nación, nacieron entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XX[1]. En esta época se produjeron numerosas revoluciones burguesas, generalmente seguidas de restauraciones conservadoras, hasta que finalmente triunfó el nuevo modelo de estado, dirigido ahora por las élites burguesas. De este modo Alemania se unificaba en 1871 de la mano de Bismarck, por la misma época se funda el Reino de Italia y se proclama la III República francesa.
Cuenta aparte fue Gran Bretaña, salida de la fusión de los parlamentos de Inglaterra, Escocia y Gales en 1707. El paso previo fue la llamada Revolución Gloriosa de 1688, sin la cual es muy probable que la I Revolución Industrial hubiese ocurrido mucho más tarde, y en otro lugar, y la Ilustración[2] habría carecido de una de sus fuentes históricas fundamentales.
Por tanto, con variaciones, pero la consolidación de los estados nación europeos se produjo tras revoluciones burguesas que rechazaban el viejo régimen feudal implantado por las monarquías absolutistas, y las sustituían por un sistema capitalista. En la economía de estas nuevas estructuras políticas y sociales encajaba perfectamente el capitalismo, y viceversa. Los países – que todavía no naciones – transitaron desde sistemas de riqueza basados en la posesión de la tierra y la aristocracia, a otros donde cabían la industrialización y el comercio.
¿Y España?
Tuvimos en común con el resto de Europa la alternancia de revoluciones burguesas y restauraciones. Sólo que aquí prevalecieron las segundas. Baste mirar los avatares de las Constituciones españolas para captar la idea: entre 1812 y 1931 fueron proclamados siete textos constitucionales, de los cuales los considerados progresistas estuvieron en vigor un total de 22 años, mientras que los conservadores se aplicaron durante 74[3]. Entre medias, la oscuridad.

Fuente: Enciclopedia del Ecuador.
Nunca cuajó el liberalismo burgués, ni mucho menos la democracia que aportaba, y las revoluciones industriales se tuvieron que conformar con las esquinas norte del país – Cataluña y País Vasco – sin llegar a penetrar en el interior. Os preguntaréis por qué, y yo os contestaré que básicamente porque carecíamos de todo tipo de requisitos para ello[4]:
- Socioeconómicos. Predominaba en el siglo XIX la riqueza basada en la propiedad de la tierra, mayoritariamente repartida entre la Iglesia, la nobleza y las comunidades municipales, dejando muy escasas propiedades al libre comercio. Es decir, la estructura del estado era feudal, con una cierta burguesía industrial a partir de mediados de siglo en el País Vasco y Cataluña.
- Políticos. En general, se acepta que el poder social de la época recae sobre una élite, mientras que el poder de gobierno corresponde a una clase política profesionalizada. En cambio, en la España del siglo XIX prevalecía una concepción patrimonialista del gobierno, ejercido en beneficio de un grupo en particular. Cuando aparezca la burguesía, se aliará con la aristocracia terrateniente en lugar de intentar desbancarla, como ocurrió en gran parte de Europa.
- Culturales. Las pautas de conducta de la sociedad de la época estaban perfectamente adaptadas a un modelo social anclado en el antiguo régimen quasi-feudal. De este modo, se justifica tanto el rechazo a la producción de riqueza mediante el comercio o la industria, como el desinterés por la investigación científica y la innovación.
Por tanto, cuando se promulga la Constitución de 1931 y se establece la República, España venía de 47 años de un régimen conservador representado por la constitución de 1876, seguidos de una dictadura y, para variar, de una dictablanda.
Corrupción.
No he hablado hasta ahora de la corrupción porque siempre fue algo inherente al sistema, fuese éste el que fuese. Es probable que cuando nostálgicos del dictador expresen su preocupación por la corrupción de los políticos actuales versus los franquistas, sean totalmente sinceros. Yo confieso que durante la dictadura y el principio de la transición la he visto de todo tipo, pero ni siquiera la asociaba a palabras como soborno, mordida, o cohecho. Sabía que algo estaba mal, pero identificarlo con un delito quedaba fuera del alcance de mi – por otra parte, escasa – educación.

Era algo totalmente natural, parte del día a día, y llegaba un punto en que simplemente no veías la corrupción porque formaba parte del paisaje. Esta miopía caló entre las generaciones que pasaron buena parte de la dictadura conviviendo con el estraperlo, el contrabando, el clientelismo, el caciquismo, o el simple intercambio de favores entre quienes tenían esa capacidad.
Y a juzgar por lo que vemos hoy en élites que no han cumplido todavía los cuarenta años, esta ceguera cultural ha traspasado cómodamente la barrera generacional.
¿Por qué se mantiene el hondo sustrato conservador en la sociedad española?
Incluso si tomamos como indicador la II República Española, hay que recordar que, de sus cinco años, sólo algo más de dos fueron realmente progresistas. El anhelo y el mito han relegado al olvido popular que también fue República el período llamado bienio negro de noviembre de 1933 a febrero de 1936, con gobiernos proto-fascistas apoyados por la CEDA[5].

Fuente: Minucias Públicas
A la II República sigue el período profundamente reaccionario instaurado tras la Guerra Civil por el general Franco y las tropas golpistas que le apoyaron. Ellos fueron los actores principales, pero no por ello dejemos de lado que el golpe fue sustentado por esa cultura tradicionalista, tan arraigada en la ciudadanía por siglos de feudalismo, esporádicamente aderezado con un halo de tecnología importada.
Por tanto, podemos decir que el alineamiento con las corrientes del pensamiento político y económico apenas rozó España durante breves paréntesis históricos. No hubo oportunidad para extender el entorno industrial y consolidar ese estrato burgués, tan necesario para el capitalismo, hasta el desarrollismo de los años sesenta. Para importar algo de la modernidad industrial europea, habrá que esperar al final de los años 70, y eso es muy poco tiempo en términos culturales.
Concluyendo: existe un hondo sustrato conservador en la sociedad española porque no pudo ser de otra forma hasta los últimos estertores del franquismo. Cierto que de vez en cuando se produjo algún chubasco progresista en nuestra historia reciente, pero no llegó a calar. El resto del tiempo tocó rezar en voz alta y poner cara de obedientes.
[1] Para más detalle, podéis consultar el artículo El Siglo XIX: y llegó la modernidad.
[2] Ídem. La Ilustración, cuando los europeos de más al norte quisieron ser racionales.
[3] Fuente: (Barreda, 2008, pág. 12)
[4] Fuente: (Barreda, 2008, págs. 9-10)
[5] Fuente: diversos artículos de Wikipedia.
Trabajos citados
Barreda, M. (2008). El sistema polític espanyol en perspectiva històrica. Barcelona: UOC.
Buen día Estimado. Permítame citar esta frase (referida a la corrupción) que me ha calado hondo:
«Era algo totalmente natural, parte del día a día, y llegaba un punto en que simplemente no veías la corrupción porque formaba parte del paisaje. »
Lo felicito por el artículo escrito. Personalmente me gusta España; un país bonito con una lengua hermosa.
Esté usted bien.
Saludos, Juan.
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Saludos a ti también, Juan.
Yo no sabría decirte si me gusta España porque me parieron aquí, o por lo mucho que alucino con la picaresca desde que tengo uso de razón..
Ahora, al menos, reparo en que es corrupción, pero en los años setenta era habitual acudir a la administración pública con billetes de entre 100 y 500 pesetas metidos en el libro de familia, por ejemplo. Y si el funcionario lo rechazaba (los jovenzuelos que aún no habían sido pervertidos por el sistema), el usuario se sentía desconcertado, ¡y en ocasiones ofendido!
Ahora es más sutil, pero ahí están los dirigentes políticos españoles que aceptan trajes, coches o títulos universitarios, por poner unos ejemplos. Tampoco es tan diferente de los billetes en el libro de familia, si lo piensas bien.
Cuídate.
(Y disculpa por darte el tostón con las batallas del abuelito, son cosas de la edad)
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