Historias de MI puta mili: (9) El desfile.

Casi todos los días tocaba desfilar en formación con vistas a prepararnos para la jura de bandera. Os explico algo de la mecánica. El grupo se mueve siguiendo al guía, que se sitúa en la esquina derecha de la primera fila. Se hace así porque el ritmo que marca ese soldado – unos 120 pasos por minuto, contra 160 de la Legión, cabra incluida – es el que deben seguir todos, fiando en no perder la distancia, ni el paso, respecto de su referencia.

Por eso, si os fijáis, cuando en un desfile mandan vista a la derecha, hay una hilera que no mueve la cabeza para poder marcar el paso de sus compañeros, que ya no ven hacia dónde van.

Bueno, pues el primero de esa hilera inmutable es el guía, y por entonces solía ser el más alto. O sea, yo.


Me correspondió el honor – nótese el tono de resignación – de ser el guía de la formación. No porque confiase nadie en mí más que en los demás, sino porque formábamos por orden de estatura, y, para mi desgracia, el segundo medía un par de centímetros menos que yo.

Cabo 1º de Artillería en posición de descanso, Años 70, Ejército Español, 75 m.m.Ensayábamos una y otra vez, hasta que llegó el día de desfilar junto con las demás compañías para relajo del coronel al mando.

Nos formaron a todos los reclutas del cuartel en el patio de armas, y nos dejaron ahí, en descanso. Para los que carezcan de espíritu marcial, eso no quiere decir que nos pudiésemos tumbar en el suelo, ni echar un pitillo, solo que formamos en una postura algo más cómoda con el trabuco – o sea, el CETME – apoyado en el suelo, las dos manos sobre la bocacha del aparato de matar gente, las piernas separadas. Más o menos como el muñeco de la foto, pero sin casco ni bayoneta.

Ahí estábamos casi un millar de jovenzuelos rebosantes de energía, reprimidos en todos los aspectos durante casi dos meses, y yo mucho más porque no había visto – ni olido, ni escuchado, ni muchísimo menos tocado – personal femenino, en cinco semanas.

Voy a hacer un inciso al respecto. Corría el rumor de que nos daban bromuro para reprimir el impulso sexual. Si lo hacían debo decir que era francamente defectuoso porque por las noches era frecuente ver literas balanceándose con un ritmo binario cuando el artesano que realizaba trabajos manuales era el de la piltra inferior, o golpes contra las taquillas si el lúbrico era el tipo de la litera superior.

No era así en nuestra compañía, pero en otras habían caído transexuales. Supongo que no os sorprenderá que el ejército de aquellos tiempos no entendiese de medianías: si en el carnet de identidad ponía varón, no importaba si en realidad la persona en cuestión tenía, o no, tetas. Ignoro cómo se las arreglaban transexuales y homosexuales para sobrevivir a la mili, pero desde luego dudo que tuviesen la oportunidad de decir “no”, habida cuenta cómo iban las hormonas, el desprecio del ejército hacia cualquier recluta que no fuese lo suficientemente «normal«, y que en la vida civil se les aplicaba la Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social, heredera de la conocida Ley de vagos y Maleantes. Cierro inciso.

Regresemos a la formación, en la que casi un millar de jovenzuelos estaban en posición de descanso, cuando bajó por una rampa el coronel y su familia: mujer y dos hijas. No creo que fuesen especialmente atractivas, aspecto sobre el que no puedo opinar teniendo en cuenta que ya era miope por entonces, pero debo decir avergonzado que me puse más erecto de lo que tocaba. Miré disimuladamente a mi alrededor, y puedo afirmar que ni uno solo de los compañeros que me rodeaban miraba a otra cosa que no fuese la familia del coronel, de donde deduzco que, aunque estuviésemos en posición de descanso, la mayoría presentábamos armas en la intimidad. Sé que no tiene sentido visto desde fuera, y supongo que algún freudiano podría emitir una alambicada teoría al respecto, pero así ocurrió.

Fuimos desfilando por compañías. Al poco de arrancar, al cachondo que iba detrás de mí – el mismo del zapateado en el capítulo anterior – se le ocurrió que sería divertido pegarme pataditas en los talones, a ver qué pasaba. Hice todo lo que pude para que afectase lo menos posible al ritmo – no por sentido del deber, sino por miedo a la que me pudiese caer si al teniente le llegaba alguna colleja del coronel – pero era inevitable: cuando el guía pierde el paso, la formación se convierte en una especie de ciempiés con ciática. Un desastre.

Mili - jura de bandera_20200125_0001
El tipo de las gafas de sol detrás de mí fue el cachondo que se divertía poniéndome la zancadilla mientras desfilábamos.

Obviamente, yo no podía girarme y meterle una hostia al capullo que me seguía, ni siquiera darle una voz. Me fui poniendo cada vez más nervioso porque ya no sabía cual era el ritmo adecuado, ni el paso, ni nada. Y por supuesto el hijo de puta aquél no era tan tonto como para hacerlo cuando estaba a la vista, de modo que en cada vuelta parecía que yo me empecinase en tropezar siempre con la misma piedra al pasar por el lateral más alejado de la tribuna. Acabé cabreado, ansioso, nervioso… Cualquier cosa, menos calmado.

Por fin dieron por terminado el evento y rompimos filas. Me acerqué al cachondo, que sonreía muy ufano, y le susurré muy serio “Si me sancionan, vienes conmigo”, o algo parecido. El tío me miró con más sorpresa por mi enfado que otra cosa, y no respondió.

Sea como fuere, algo del mensaje debió calar, porque no volvió a hacerlo y tuve el desfile de la jura de bandera en paz. Ese día mi única duda fue si la bandera se besa, se escupe, o se ignora. Al final, y pensando en cuántos gañanes habrían dejado allí sus babas hice un simulacro de acercamiento. Desde ese día, la bandera y yo nos seguimos ignorando educadamente.


Después del desfile sucedió algo que no esperaba. El teniente se acercó, preguntó “¿Qué ha pasado hoy?”. Miré al cachondo que estaba cerca, y vi que se ponía muy serio. Respondí “Un mal día, mi teniente, pero estoy seguro de que no volverá a ocurrir”. Él respondió “Más te vale”, se alejó moviendo la cabeza y no dijo nada más al respecto, actitud que le agradecí. No esperaba salvarme del castigo, ni estaba seguro de ser capaz de denunciar al cachondo.

Sin embargo, amor, lo que se dice amor al mando, seguía sin tenerlo después de la lección de disciplina. Ya había forjado mi único objetivo en la vida: regresar a casa lo antes posible, y a poder ser, entero. Y si para ello tenía que convertirme en un buen soldadito, pues así sería.


Entretanto, harto de Tenerife, me presenté voluntario para la Policía Militar de Las Palmas. No porque me entusiasmase la idea de ser policía, sino porque era la única forma de huir de los cuarteles de infantería de Tenerife.

Pero eso ya es otra historia. Por ahora, aquí acaba esta serie.

4 respuestas a “Historias de MI puta mili: (9) El desfile.

  1. He encontrado unas pocas fotografías de la mili, que inserto a efectos de explicación. La foto de cabecera es la de un desfile previo a la jura de bandera, y la siguiente del acto de jura.

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  2. Como norma general los más altos eran los » gastadores » que no iban en la gruesa formación. Personalmente, ,.[1] desconozco a la unidad del Ejército al que ha servido, pero las juras de banderas eran pocas al cabo del año, una por reemplazo ( y rara vez alguna que otra efeméride ). Lo de » puta » Mili, me parece excesivamente coloquial, habida cuenta que era la obligación en aquel tiempo. Tampoco se desfilaba los días previos, porque estas formaciones auxiliares a los reclutas que iban a jurar eran ya veteranos ( debían de saber el protocolo castrense ), sin ánimo de ofender, ¿ se practicaba, los días previos, porque había un déficit en la instrucción conseguida ?

    Tampoco ví esos estados de abstinencia sexual ni públicamente ni privadamente que ha vivido usted, yo serví en destino con más de mil integrantes de tropa en el acuartelamiento, ( diferente unidades dentro de la misma base ), la mitad de soldada en el período de instrucción en otro cuartel.

    Personalmente, para mi ciclo, me costó adaptarme a esta nueva vida militar, imagínese, vestido todo de negro, con lemas rockeros, chapas, pantalones elásticos ceñidos, y pelo largo. Literalmente los barberos me rifaron al entrar. Pero, a los pocos días, no tuve problemas de ningún tipo y me acostumbré, ya en destino me ocurrió lo mismo ( sobre todo a la hora de desmontar un cetme pieza por pieza y limpiarlo antes de las maniobras, en estas aprendí a disparar cetme y zeta ), por si fuera poco me convertí en tirador de primera, no antes sin destrozar las dianas de los compañeros que apuntaban y le correspondían, claro que me exponía a que me metieran » 5 días «, lo recuerdo como si fuera ayer con el dolor de la vainas que caian encima de nuestras vestas mimetizadas de verde oscuro y negro. Hubo incluso quien sin poseer la EGB y con tan solo 16 años de edad ( voluntario, tenía que servir tres en total ) se sacaba todo un carnet especial de conductor de camión, por no hablar de la gente que optó por reengancharse, ya con sueldo profesional.

    Para entonces, era necesario haber realizado el SMO para acceder a las oposiciones de una Fuerza en España, entre otras profesiones o trabajos.

    No entiendo muy bien el artículo, aunque está claro que es una crítica. Lo mejor o peor de todo es que fue Aznar el que anuló el Servicio Militar Obligatorio. De todas formas, gracias por compartir sus viviencias.

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    1. Muy al contrario, gracias a ti por contrastar vivencias.
      De entrada, es efectivamente mi visión del servicio militar obligatorio que me tocó en suerte, y, por tanto, absolutamente subjetivo. Nada más alejado de un estudio sobre aquel tipo de ejército. Soy consciente de que una proporción importante de reclutas obtenían beneficios del servicio, como los conductores que mencionas, o se adaptaban con facilidad al entorno. Incluso bastante gente aprendía a leer y escribir durante la mili. No fue mi caso, ni el de la mayoría de los individuos de mi compañía.
      Sin embargo, lo que relatas no puede coincidir con mi paso por el ejército, porque mencionas, por ejemplo, «vestas mimetizadas», cuando en mi época solo los soldados profesionales – paracas, legionarios y COE – tenían acceso a ellas. A nosotros nos daban un par de mudas caqui y ahí te las compongas.
      El tema de la represión sexual es más interesante. Piensa que en los años 70 – me llamaron al año siguiente de la muerte de Franco – todavía no había calado en España la revolución cultural europea de finales de los 60. La naturalidad amorosa del «She loves you» de los Beatles no había llegado. Para nosotros se trataba, al menos en los pueblos, de «buscar» novia y casarnos para traer hijos al mundo. Y esa mentalidad, encerrados tres meses en un cuartel sin apenas posibilidad de salir por falta de dinero, no ayudaba.
      Por último, es efectivamente una crítica porque para mí el servicio militar fue una gran putada que me hizo perder oportunidades de estudio y trabajo. Año y pico de vida robado. ¿Quién iba a contratar indefinidamente a alguien que se iba a ausentar año y pico fuera? Aparte de interrumpir los estudios cuando no podías pedir prórroga. Es en ese sentido en el que se debe entender lo de MI «puta» mili: la mía, exclusivamente.
      Gracias de nuevo y un saludo.

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