De colapsos y otras cosas divertidas (III): la URSS

En la primera entrada de la serie he definido el colapso, y en la segunda he analizado un colapso de la antigüedad del que tenemos amplia documentación. En este capítulo quisiera hablar de un colapso contemporáneo que sorprendió al mundo y – aunque solo en apariencia, véase Siria, sin ir más lejos – marcó el final de la Guerra Fría, y la dualidad del esquema del mundo: la caída del Imperio Soviético (foto de portada: Pacto de Varsovia en 1990, fuente Wikipedia).

A nuestra vista occidental parece casi un accidente: un muro que se derrumba y un sistema político/económico – el capitalismo – que triunfa. Sin embargo, cuando la cuestión se estudia con algo más de visión histórica, habría que volver a las palabras de Gibbon respecto del Imperio Romano de Occidente, y sorprendernos de que la Unión Soviética subsistiese tanto tiempo.


La URSS derrotó al nacionalsocialismo (no, no fueron los americanos) prácticamente solita (por lo abandonada por las otras potencias, que hubiesen mirado con buenos ojos su derrota) en 1945, y en el período entre el final de la guerra y los acuerdos de Helsinki en los años 70, los EEUU temían seriamente que: a) la URSS los superase en poderío económico, y b) en un arranque de mal genio engullese a la Europa Occidental por las armas. Pero, de pronto, el imperio cae veinte años más tarde como piezas de dominó. ¿Qué ocurrió?

Demasiada energía.

Empecemos por el principio. La URSS, al igual que el Imperio Romano, dependía de su capacidad de imponer su sistema por la fuerza, en un modelo autoritario. Y eso requiere mucha energía, como bien apuntaba Tainter. No necesariamente energía en el sentido combustible, sino en el social y económico. En este sentido, energía es, desde luego, petróleo y gas, pero también es la disponibilidad de recursos humanos y económicos para sostener un ejército capacitado para mantener el orden en la periferia, una policía eficaz para ordenar el interior del territorio, una burocracia eficiente que actúe como correa de transmisión, etc.

Así, no solo la URSS debía controlar la información que circulaba por el interior de su territorio para impedir el debilitamiento de las instituciones, que suele ser consecuencia de la capacidad de comparar de los ciudadanos, sino que debía asegurar que las naciones sojuzgadas no sufriesen la veleidad de mirar hacia otro lado. Ahí tenemos los ejemplos de Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968, y, aunque con matices, Afganistán en 1978.

En el orden interno, la URSS cometió un grave error al firmar los acuerdos de Helsinki en 1975 que, si bien no tuvo gran impacto a corto plazo, acabaría legitimando los deseos populares de la población de apertura de un régimen que no podía sobrevivir a tal acción, como luego se verá.

Foto tomada durante la tercera sesión de al Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), celebrada en Helsinki del 30 de julio al 1 de agosto de 1975.
De izquierda a derecha, Henry Kissinger, Secretario de Estado de EEUU, Leonidas Brezhnev, Primer Secretario del Partido Comunista de la URSS, Gerald R.Ford, Presidente de EEUU, y Andrei Gromiko, Ministro de Exteriores Soviético. Fuente cvce.eu

Para entender por qué algo tan beneficioso aparentemente para la URSS erosionó su paz interna, hay que tener en cuenta que cuando firmaron los tratados de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), Breznev y el politburó soviético suspiraron satisfechos, porque Occidente les proporcionaba la seguridad de que los países occidentales no intentarían cambiar las fronteras establecidas tras la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, lo que probablemente en aquellos momentos consideraran unos compromisos de papel mojado – derechos civiles y políticos de los ciudadanos -, que podían ignorar como lo habían hecho hasta el momento, se revelarían posteriormente fundamentales. Al año de la firma, empezaron a aparecer movimientos ciudadanos en forma de redes y agrupaciones que exigían el cumplimiento de los principios VII y VIII sobre derechos de las personas y de los pueblos, y a ello se acogerían también Checoslovaquia y Hungría para abrir sus fronteras en 1989.

Por tanto, entre 1973 y 1989 empezarían a crearse tendencias políticas y sociales, amortiguadas por la represión pero muy presentes en el sistema, que se encaminaban a abrir una brecha en los contratos sociales establecidos.

Incentivos perversos.

Pero para aportar energía al sistema, se requiere un sistema económico capaz de proveer financiación a los recursos que se consumen en el mantenimiento de la estructura de complejidad. Y aquí viene una de las mayores deficiencias del capitalismo de estado desarrollado por la URSS: los incentivos perversos.

Recordemos que se trataba de una economía centralizada, extremadamente burocratizada, carente de un mercado que estableciese precios y premiase calidades. En este contexto los precios de los productos eran lo que a la burocracia le convenía que fuesen. Y para conseguirlo, estableció incentivos meramente cualitativos, que se revelaron perversos.

Si los beneficios – en forma de aportación del Estado – que vas a recibir como productor dependen mayoritariamente del número de trabajadores que tiene tu empresa y de las cantidades producidas, el interés del grupo es el de olvidar la calidad y producir el mayor número de unidades consumiendo el mayor número de recursos posibles, porque los dirigentes saben que se los van a comprar al mismo precio.


El minero Stajánov, que dio nombre al Stajanovismo. Fuente: Wikipedia – Estajanovismo.

Este incentivo operaba con especial incidencia en los países del pacto de Varsovia, cuyas economías eran casi totalmente dependientes de las compras a precio desorbitado de sus productos por la URSS.

Por otra parte, si observamos el natural egoísmo del individuo en una sociedad desigual, la tendencia será la de maquillar – naturalmente, a favor del que puede hacerlo – los resultados para obtener prestigio y ascender en la jerarquía del grupo dominante, que, en este caso, es obviamente, el partido.

Nada de todo esto en sí justifica un colapso en un plazo tan breve en términos históricos, pero el efecto acumulativo de la degradación económica, combinado con el elevadísimo coste energético del mantenimiento del sistema y una corrupción galopante – ya lo dijo Lord Acton, el poder absoluto corrompe absolutamente – hacía que el colapso fuera solo cuestión de tiempo.

Gorbachov, el destructor bienintencionado.

En 1982 se inicia un vaciamiento de la gerontocracia gobernante en la URSS. Ese año Andropov, un reformista, sucede al fallecido Breznev (76 años), pero no dispone de tiempo para actuar porque muere en febrero de 1984 a los 70 años. Es nombrado Chernenko, que también fallece muy pronto, en marzo de 1985 con 74 años. Finalmente alcanza el poder Mijail Sergeivich Gorbachov, otro reformista que había desarrollado su carrera como aparatchik bajo la protección de Andropov, pero en contraste con su protector era un jovenzuelo de «solo» 54 años en 1985.

Desfile conmemorativo del 68º Aniversario de la Revolución de Octubre, celebrado 7 de noviembre de 1985 De izquierda a derecha, el Mariscal Nikolái Okargov, el Secretario General del CC de PCUS Mijaíl Gorbachov, el Ministro de Defensa Mariscal Serguéi Sokolov, el Presidente del Presidium del Soviet Supremo de la URSS Andréi Gromyko y el Presidente del Consejo de Ministros de la URSS Nikolái Ryzhkov.
Fuente: blog Moscú de la revolución

Gorbachov era entonces un comunista ferviente, pero a diferencia de los apartachik  contemporáneos, muy consciente de las gravísimas deficiencias del régimen soviético. Necesitaba cambiar de arriba abajo el sistema económico, pero tendría que hacerlo a costa de reformar primero al mismo Partido Comunista (PCUS), al que pertenecía y lideraba, y enfrentarse a los ciudadanos soviéticos que se sentían mayoritariamente cómodos en el sistema.

Para ello, el Secretario General lanza dos conceptos: el de perestroika como símbolo de transformación, y glasnost como mensaje de transparencia. La primera se basó en un utópico programa de 500 días para transformar el sistema de planificación centralizada en otro mixto de mercado, que – ¡sorpresa! – terminó fracasando. En cuanto a la transparencia era algo obligado tras el desastre de Chernobil, cuyos efectos cruzaron las fronteras de la URSS, pero trajo el problema asociado de una población que ahora sabía que existían otros mundos, y no estaban en ese.

Mientras tanto desarrollaba una labor intensa de relaciones internacionales para frenar la carísima escalada armamentística, Gorbachov se encontró atrapado políticamente entre un PCUS repleto de privilegios, que por supuestos no estaba dispuesto a morir sin lucha, y fuerzas políticas que luego tomarían la imagen de Boris Yeltsin, que deseaban un cambio mucho más rápido. En medio, el desabastecimiento de una población a la que el sistema ya no era capaz de satisfacer, ni siquiera en los bajos niveles que acostumbraba.

Evolución de la esperanza de vida en Rusia al nacimiento. Elaboración propia con datos de datosmacro.com

O, dicho de otra forma, fuese queriendo o sin querer, el caso es que Gorbachov eligió pinchar el grano para sanar la herida, solo que llegó demasiado tarde.

Las fichas de dominó.

Las políticas reformistas acabarían por destruir al mismo régimen que quería salvar. Pero a efectos de los países entonces controlados por el Ejército Rojo, lo más significativo son las declaraciones al exterior del entonces máximo mandatario soviético. El 7 de diciembre de 1988, tras anunciar un drástico recorte unilateral de las fuerzas convencionales de la URSS, declara: “la libertad de elección es un principio universal. No debería haber excepciones”. Se interpretó como el reconocimiento de que la URSS no volvería a utilizar la fuerza para imponer el socialismo en otras naciones, y así era.

Los regímenes comunistas impuestos en Europa oriental y mantenidos en el poder por el temor al Ejército Rojo, ahora dependían exclusivamente de ellos mismos. Y no podían hacerlo más que mediante el sistema chino aplicado en la plaza de Tiananmen en 1989, como se sintió tentado de hacer el partido comunista de la RDA liderado por Honecker (y disuadido por el propio Gorbachov). Pero, sin el ejército soviético, ¿cómo protegerse después de las consecuencias? Y eso pensaban los pocos que se lo llegaban a plantear, porque la mayoría de los regímenes comunistas habían dejado de creer en el comunismo hace tiempo, y no tenían esas perspectivas de fuerza bruta.

Berlín, noviembre 1989. Fuente Wikipedia – Caída del Muro de Berlín

Así se produjo la caída de las diversas fichas del dominó en unos países en los que la población, e incluso los propios dirigentes, habían dejado de creer en un sistema que solo se mantenía por el miedo a una URSS, de pronto declarada no intervencionista. Desaparecido este temor, los ciudadanos invocaron sus derechos recogidos en los tratados de Helsinki para abandonar el mundo soviético.

El colapso económico.

Así, entre 1988, cuando Gorbachov reconoce que la URSS es incapaz ya de mantener el sistema represivo, y el tratado de Belavezha de 1991 por el que las últimas naciones unidas bajo el paraguas de la URSS deciden abandonarlo, se produce el desmoronamiento visible de la URSS. Pero el colapso empezó mucho antes, cuando el sistema diseñado por Lenin y sus aliados, y afirmado por la fuerza brutal de Stalin, se dedicó a acumular ineficiencias, debilidad estructural, desigualdad y corrupción.

El colapso económico fue aparentemente rápido, pero no tanto si tenemos que en cuenta que la revolución bolchevique no se asienta hasta el final de la guerra civil – o no tan civil – en 1920, se modifica y evoluciona hasta su estancamiento bajo el mandato de Jrushchov en 1953, el problema de abastecimiento de combustibles fósiles en los años 80, la deficitaria producción de alimentos en los años 70, las graves carencias de abastecimiento de los años 80, y el fracaso de todos los intentos de reforma desde el propio Jrushchov hasta Gorbachov.

Quizás lo que mejor refleje ese fracaso es la compra de maíz y trigo de EEUU por la URSS: 15,7 millones de Tm en 1970, 15 millones de Tm en 1979[1]… Compras interrumpidas por el embargo del presidente Carter en 1980, y levantado posteriormente por Reagan al año siguiente permitiendo a la URSS comprar entre 55,5 millones de Tm de cereales entre 1984 y 1985[2].

Y todo eso sin entrar en las políticas ecológicas, que darían para otro artículo.

Para los despistados, aquí una foto de lo que era todavía un mar en los años 80, el Mar de Aral:

Los pecados del mar de Aral
Mar de Aral.
Fuente: National Geographic.

Conclusiones.

De nuevo, el colapso social fue previsible, aunque prácticamente inevitable por lo que tuvo de consustancial al propio diseño del sistema, y aparece la tentación de confundir el detonante con la causa. Pero fue un colapso con la caída abrupta de complejidad al desaparecer la energía que lo mantenía en pie contra toda lógica política, económica y social, con la consiguiente insuficiencia a la hora de prestar servicios a su población, y un nivel de ineficiencia económica y social acumulativo y burbujeante.

La gran diferencia con el Imperio Romano es que, aquí, los bárbaros ya estaban dentro cuando la URSS se desmoronó, y francamente dispuestos a enriquecerse con los despojos. Llámense Yeltsin, Putin, Miller, Sechin, Abramovich, y un largo etcétera según la “Lista Putin”.


Con el fracaso de la economía planificada, desapareció la única alternativa creíble al capitalismo, pero no la Guerra Fría que ahora continúa por otros medios. Véase la Guerra de Siria, sin ir más lejos.

Entretanto, el capitalismo mutó en los años 70 a una versión más dañina,que ahora está en tela de juicio incluso para sus máximos dirigentes. No me refiero a los dirigentes políticos, sino a los de verdad, a quienes acuden a Davos, por ejemplo.

En el próximo capítulo analizaremos con más detalle estos colapsos, y sacaremos algunas conclusiones que nos permitan analizar la situación actual del capitalismo global.


Referencias

Hobsbawm, E. (2018). Historia del siglo XX 1914-1991. Barcelona: Planeta, SA.

Judt, T. (2006). Postguerra. Una historia de Europa desde 1945. Taurus Santillana.

Tainter, J. (1990). El colapso de civilizaciones complejas. Recuperado el 22 de feberero de 2020, de https://es.scribd.com/doc/112869581/Joseph-Tainter-El-Colapso-de-Civilizaciones-Complejas


[1] El País 26/12/1979: La URSS compra quince millones de toneladas de maíz y trigo en EEUU. https://elpais.com/diario/1979/12/26/economia/315010810_850215.html

[2] AGROVOZ 07/05/2018: Trigo: cómo hizo Rusia para pasar de principal importador a primer exportador mundial. http://agrovoz.lavoz.com.ar/agricultura/trigo-como-hizo-rusia-para-pasar-de-principal-importador-primer-exportador-mundial

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