De colapsos y otras cosas divertidas (V): la degeneración del sistema global

Hasta ahora, he definido la palabra colapso, y la he contrastado con dos sucesos conocidos: la caída del Imperio Romano de Occidente y la disolución de la Unión Soviética. De ahí, he deducido en el capítulo anterior una secuencia de eventos del proceso, y unos indicadores de referencia que permiten medir las ineficiencias del sistema, y su tendencia a reducir la energía sistémica que permite a la civilización global mantenerse en funcionamiento.

Con estas herramientas ahora pretendo medir el nivel de degradación de las instituciones y de los recursos disponibles, como condición previa al colapso. No es fácil, porque no existen indicadores de aquellos factores que son ocultos por naturaleza, como el desvío de fondos a paraísos fiscales o la corrupción, ni de los procesos debilitadores que no se están corrigiendo: contaminación y otros desgastes procedentes de la externalización de deficiencias. Todo ello sin mencionar el cambio climático, que sin duda tendrá efectos reductores en la disponibilidad de recursos, aunque difícilmente mensurables en el corto plazo.

Sea como fuere, que por intentarlo no quede.


El PIB.

Empecemos por comprobar cómo le ha ido al Producto Interior Bruto (PIB, GDP en inglés) en sus últimos cuarenta años, tanto el global como el PIB de sus actores mayores EEUU y China, en cuanto a su tasa de crecimiento.

Ojo, ya sé que no es el indicador ideal, pero es el que hay.

Fuente: Banco Mundial

El PIB global en US$ actuales fue en 2019 de aproximadamente 87,2 billones de US$. En cuanto a las tasas de crecimiento, tienden a disminuir lentamente a nivel global, y con mayor brusquedad para China. Teniendo en cuenta que el ámbito por el cual la economía puede continuar expandiéndose es cada vez más limitado, cabe suponer que la tendencia al descenso se mantendrá, y que en cualquier caso no cabe esperar grandes repuntes.

De hecho, las estimaciones de la ONU apuntan a que estas ratios se reducirán, con crecimientos en torno al 2%, o incluso inferiores, en 2020[1]. Y eso era antes de oír hablar del coronavirus, porque empieza a surgir entre los analistas económicos la tan temida palabra: recesión, y de las gordas.

Renta disponible.

Ahora bien, no toda la renta está disponible para la economía real. De hecho, hay una clara relación entre desigualdad, productividad y desempleo.

Fuente: The Economy. THE GREAT DEPRESSION, GOLDEN AGE, AND GLOBAL FINANCIAL CRISIS.

En el período entre el final de la II Guerra Mundial y 1978 dominó el paradigma keynesiano, conteniendo la desigualdad. A partir de ese momento predominan los dogmas del Consenso de Washington con su liberalismo a ultranza, crece la desigualdad, aumenta el desempleo, y acaba cayendo la productividad tras un segundo período de esplendor durante la implantación de las tecnologías de la información a las empresas productivas.

Por otro lado, recordemos el caso de los ciudadanos ricos de Roma y su tendencia a acumular riqueza en lugar de ponerla al servicio del Estado.

Por tanto, ¿en cuánto podemos fijar el precio de la desigualdad? ¿Cómo está evolucionando?

Elaboración propia con datos de WORLD INEQUALITY DATABASE.

Parece evidente que la riqueza disponible para el 50% con menores ingresos no está creciendo apenas, y la parte extraída por el 1% más rico se mantiene aproximadamente estable desde 2007, pero tiende a repuntar cuando la economía se recupera. Por ahora, fijaremos en el 20% del PIB mundial el porcentaje de rentas del que nos podemos ir despidiendo los humanos de a pie.

Por otra parte, según Investopedia la cantidad de dinero que mueve la economía financiera a nivel global alcanzó los 90 billones de US$ en 2019[2], aproximadamente un 103,2% del PIB. O, dicho de otra forma, buena parte del patrimonio financiero – se supone que en buena parte productivo – desaparecerá si las finanzas se fueran al garete, como ocurrió en 1929 y más recientemente en 2007. No es tanto como parece.

Reservas de capital.

En este apartado incluí los gastos que se consideran necesarios, pero carecen a corto plazo tanto de rentabilidad como de liquidez. Como es poco probable que se produzcan grandes variaciones de Patrimonio – no creo que los Estados compren o vendan muchas catedrales o palacios – podemos fijarnos en otra reserva de capital almacenado que solo se utiliza en muy malos tiempos: el ejército.

Como promedio mundial, las fuerzas armadas ocupaban en 2015 el 0,37% de la población en tiempo de paz, aunque EEUU sobrepasa el 0,40%, y la Federación Rusa incluso el 1%. En cuanto al gasto militar, equivale globalmente al 2,27% del PIB mundial en 2015, aunque de nuevo destacan los EEUU (3,3%) y Rusia (4,9%)[3].

Por otra parte, este gasto militar está creciendo más o menos al ritmo del PIB a nivel global, doblándolo en la excepción norteamericana, hasta alcanzar casi dos billones de US$ en 2018[4]. Por tanto, con la excepción de EEUU, podemos considerar estable el gasto militar mientras se mantenga en la línea de los incrementos del PIB… mientras no se produzca una guerra gorda, aunque sea subsidiaria (fuera del territorio propio). Fijaos en que la URSS llegó a consumir un 39% de su PIB durante la guerra de Afganistán, China el 21% durante las guerras civiles del siglo pasado, y EEUU entre el 5% y el 14% durante la Guerra Fría. Sin hablar del coste de transición de la Rusia zarista a la URSS: el 189% de su PIB, por bajo que este fuese en ese momento.

Fuente: Ourworldindata.org

Pero hay otro tipo de capital inmovilizado: el humano. Parte de la población que no interviene en la economía real porque, en su mayoría, no puede. En Europa la tasa de parados de larga duración supera ampliamente la mitad de la población desempleada a partir de los 50 años, llegando hasta casi el 70% al final de la vida laboral[5]. Es un porcentaje 10 puntos superior al de 2009, aun después de haber mejorado desde el máximo de 2015[6]. Esta es una tendencia recurrente desde los años 70: tras cada crisis, la tasa estructural de desempleo – la que no desaparece hagan lo que hagan los gobiernos – es mayor.

Desde otro punto de vista, y según la Organización Internacional del Trabajo (OIT, ILO en inglés), la suma de la tasa de personal subempleado o desempleado mayor de 25 años ha mejorado en un 0,8% entre 2005 y 2020[7], pero cuando tenemos en cuenta que la población global en ese período ha crecido nada menos que en 1.333 millones de personas, resulta que en realidad hay 41,6 millones más personas subempleadas o desempleadas en el mundo. Hoy, nada menos que 584,6 millones de personas lo tienen complicado para sobrevivir con sus salarios, si es que los tienen. Son muchos, muchísimos.

Es decir, la población crece, pero con el crecimiento demográfico también se incrementa el grupo de personas, especialmente las mayores, que se van quedando en la cuneta, incrementando a su vez el coste social del sistema quienes puedan percibir ayudas económicas de algún tipo. Y no he mencionado la marginación laboral adicional que supondrán la cuarta revolución industrial y la incorporación productiva de la Inteligencia Artificial

Gastos operativos.

Tampoco es fácil encontrar información acerca de este tema, porque los gastos propios del Estado suelen contabilizarse junto con servicios prestados (educación, coberturas sociales, salud, … ). Si nos centramos en los servicios públicos generales, en la OCDE el promedio de gastos generales de administración se situaría en torno al 5% del PIB, y en total alrededor de un 45%, si incluimos gasto social[8].

Durante la crisis de 2008 este coste se redujo de forma significativa, pero ha comenzado a recuperarse. Actualmente está en crecimiento en la mayoría de los países de Occidente, aunque en 2015 todavía se seguía situando muy por debajo de los costes de principios de siglo. Esto implica ahorro, pero también una mayor falta de empleo público que, recordemos, no alcanza en ningún caso a un escalón cada vez más amplio de individuos desahuciados laboralmente de por vida.

Los detritos.

Entre las externalizaciones más preocupantes se cuentan los gases de efecto invernadero (GEI), de los que sí tenemos mediciones. En lo que se refiere al dióxido de carbono – de muy larga permanencia en la atmósfera, superior al siglo – no solo está creciendo, sino que se está acelerando.

Fuente: Gloabl Greenhouse Gas Reference Network
Fuente: Gloabl Greenhouse Gas Reference Network

¿Y el metano (CH4), principal componente del gas natural? Pues la misma marcha llevamos, con el agravante de que, si bien el metano no permanece tanto tiempo en la atmósfera, tiene un efecto de invernadero unas veintitantas veces superior al CO2.

Pero no todo son gases de efecto invernadero, hay muchos más excrementos que la tecnología y el modo de vida van dejando por ahí.

Podemos hablar de los residuos de las centrales nucleares almacenados en profundidad o superficie (cerca de 35.000 TM solo en Europa en 2009[9]), de las zonas arrasadas por los grandes accidentes, como Fukushima o Chernobil, … sin olvidarnos de Palomares y el baño fake de Fraga. Pero por más que reneguemos, la agencia norteamericana de la energía presupone que los reactores de fisión seguirán dejando excrementos radioactivos hasta, por lo menos, 2040.

Los anteriores residuos están más menos bien gestionados – lo cual no significa mucho – pero otros han dejado de estarlo. ¿Cuántas noticias sobre vertederos ilegales hemos escuchado en los últimos años? ¿Y el escándalo de la venta de basura al tercer mundo, como ejemplo de externalización imposible, puesto que compartimos planeta?

En cuanto a este capítulo, hay que afirmar sin miedo al error de que los residuos están aumentando, lo hacen a ritmo acelerado, con indiferencia de su impacto sobre el medioambiente, y en un porcentaje aproximado del 75%, han dejado de estar controlados[10].

Desgaste.

Este apartado, al igual que muchos de los anteriores, es casi imposible de valorar con los medios de que dispongo. El problema que surge cuando se estudian los costes de desgaste de un sistema es el de medir la energía que sería necesaria para revertir sus efectos. ¿Cuántos recursos serían necesarios para reponer una especie animal extinta[11]? ¿O para limpiar de microplásticos el océano? ¿Cómo suprimimos el exceso de dióxido de carbono de la atmósfera? Cuando escasee el petróleo, ¿cómo lo repondremos si no hemos encontrado una fuente de energía alternativa para entonces?

Pese a la dificultad de valorar estas pérdidas de recursos con la información disponible, de lo que no hay duda es de que los costes asociados al desgaste del sistema seguirán creciendo a medida que crezca el nivel de consumo de recursos finitos – el petróleo, por ejemplo – y este es proporcional a la población, que, a su vez, sí sabemos que crece de forma exponencial.

Población mundial en los últimos 12.000 años, en miles de millones. Fuente: Our World in Data. Nota: dónde habla de billones debe entenderse en la nomenclatura norteamericana, y equivalen a miles de millones.

Pero no solo de petróleo viven los humanos, también se alimentan y ese consumo alimenticio está creciendo por encima del propio crecimiento de la población, e incluso muy por encima de la capacidad de la superficie terrestre disponible para la agricultura, como se ve claramente en el cuarto gráfico.

De arriba abajo, y de izquierda a derecha, gráficos de la producción de carne, capturas de pescado por sector, uso de agua fresca, y comparativa de la producción de cereales con la superficie destinada. Fuente: Ourworldindata.org.

Obviamente, a medida que el desgaste de recursos se vaya extendiendo, la capacidad de producción per capita se verá mermada si los derivados del petróleo se encarecen, disminuye su disponibilidad, o simplemente se restringe el transporte como ocurre en tiempos de pandemia.

La burbuja.

Esta es la parte divertida del asunto, y digo divertida teniendo en cuenta lo mucho que tiene de picaresca. En este apartado pretendo hacerme una idea de aquellos recursos económicos y bienes primarios que se desvían a manos de particulares o instituciones, sujetos a su capricho.

En algunos casos estos bienes han caído en las manos de sus actuales propietarios por simple herencia (el petróleo, por ejemplo), en otros se trata de inversiones de acaparamiento (la tierra cultivable, sin ir más lejos), o por medios ilícitos, o cuando menos dudosos (los paraísos fiscales son un buen indicador).

Alguien puede sorprenderse de que incluya aquí bienes naturales, como el petróleo, que actualmente circula con poca restricción. Lo hago porque su precio depende en buena medida de la voluntad de sus dueños, y a los hechos me remito: el embargo petrolífero de 1973 que puso de rodillas a Occidente, la bajada de precios de 2018 que sacó al petróleo no convencional – fracking, para entendernos – de Europa, o la caída de precios de 2020 en el eterno enfrentamiento comercial de la OPAEP con su vecino Irán y el aliado ruso. Es un mercado manipulado por unos pocos que cierran o abren el grifo a su conveniencia, con total impotencia de los gestores mundiales legítimos.

Podría incluir aquí el mercado del uranio, o de los minerales raros, imprescindibles para las industrias de telefonía y de generación de energías sostenibles, pero este sería un tema demasiado aburrido. Vamos a la parte divertida.

La ONU calcula que la corrupción mundial equivale aproximadamente a un 5% del PIB mundial, por lo menos[12]. En mi modesta opinión esto es ser muy optimista, porque la corrupción se produce tras otras extracciones de rentas legales. Será sin duda mayor, pero, aunque solo fuera así, ya hablamos de nada menos que de casi 5,5 Billones de US$. Es decir, de cinco veces y media el PIB de España.

2019 Corruption Perceptions Index World Map highlighting New Zealand
Índice de percepción de corrupción. España ocupa el lugar 62, entre Qatar y Botswana. Fuente: transparency.org

¿Ha aumentado el desvío de fondos en los últimos años? Pues según el FMI, así es[13].

Y el sistema offshore está creciendo. Cuando una jurisdicción encuentra una nueva laguna fiscal o diseña un mecanismo de secreto financiero que logra atraer dinero móvil, otros la copian o superan en una competencia nociva. Esto explica el enorme descenso de las tasas promedio del impuesto sobre sociedades, del 49% en 1985 al 24% hoy día. Entre las multinacionales estadounidenses, el traslado de ganancias hacia paraísos fiscales aumentó de un 5%–10% de las ganancias brutas en los años noventa a alrededor del 25%–30% actualmente.

(Cobham y Janský, 2017)

El mismo artículo sitúa el nivel de riqueza opaco de particulares – descontando las empresas – en torno a los 36 billones de US$. Para situarnos, es más del doble de los ingresos anuales de la suma de todos los países de la Unión Europea en 2019, incluido el Reino Unido[14].

A todo lo anterior habría que sumar los goteos de ineficiencias, corruptelas, inversiones perdidas, y, en general, malversación de recursos. Pero de nuevo, no hay datos fiables, entre otras cosas, porque no puede haberlos.

Lo que queda.

Con estos datos creo que ya es suficiente para una primera evaluación, pero antes falta lo más importante: ¿a cuanto ascienden los recursos disponibles una vez descontados los costes conocidos?

Vamos descontando:

  1. Asumamos que las rentas del 99% de la ciudadanía se reinvierten, o contribuyen por la vía fiscal (lo sé, ni yo me lo creo, pero seamos conservadores en el cálculo). Ahora bien, el 1% superior con toda seguridad financiarizará sus ingresos. Eso resulta en una extracción mínima del 20%.
  2. Sobre el restante, se aplica un 5% por burbujeo picaresco. Pero el 5% de lo restante, una vez descontada la parte del 1%, es en realidad el 6,25% del total.
  3. El coste promedio de los gastos ordinarios de los estados ronda el 45% del PIB mundial, incluidos gastos de operación, de defensa, educación, etc.

Es decir, que en el mejor de los casos podrían desviarse a la contención de problemas sobrevenidos en torno a un 28% del PIB mundial, siendo muy optimistas: unos 24,4 billones de US$, muy poco más de lo que se va en corrupción y saqueo, o unos 3.140 US$ por cabeza a nivel mundial. Es muy poco si se piensa, por ejemplo, en lo que cuesta un tratamiento médico en caso de pandemia, o en las ayudas sociales.

Además, habría que tener en cuenta que ya se están pagando costes de resolución de problemas de ese remanente: parches al cambio climático, milicias para mantener el orden (cualquiera que sea este), etc.

No olvidemos tampoco que todos aquellos factores debilitantes ligados al volumen de consumo – detritos y desgastes, principalmente – aumentarán necesariamente con el tiempo en la misma proporción que la población. Es decir, exponencialmente a corto y medio plazo.

Por último, recordemos que estos datos tienen un necesario desfase y corresponden al año 2018 o anteriores en su mayor parte. Ya en 2019 se hablaba de una caída de la producción, y veremos cómo reacciona la economía a la pandemia del 2020 sabiendo que China es la factoría del mundo, y que los transportes se restringirán durante una buena parte del año. Se huele la recesión en el horizonte, lo que significa un nuevo recorte al PIB mundial.

Concluyendo.

Los recursos disponibles actualmente pueden bastar para afrontar una crisis durante un período acotado en el tiempo, pero hay una pega. Recordemos que 90 billones de US$ corresponden a patrimonio financiero cotizado en bolsa, y su valor es volátil en tiempos de crisis, como estamos viendo con la crisis del COVID-19, y ya vimos anteriormente en otras muchas crisis similares causadas por el miedo. Quiero decir con esto que, en caso de confluencia de causas concurrentes y pánico mercantil, es posible que esos 24,4 billones se hayan esfumado cuando se les necesite.

En cualquier caso, no parece que estemos cerca de un colapso de origen endógeno mientras la parte marginada de la población humana constituya una minoría, carente de poder real. Sin embargo, hay, al menos, cinco factores preocupantes:

  • Algunos servicios fundamentales que el sistema está obligado a proporcionar por el contrato social ya están fallando. Hablo, por ejemplo, de los vertidos de residuos, de la contaminación, o de la población que está quedando al margen de la protección del sistema debido a la desigualdad.
  • La tendencia es a una escasez creciente de recursos debido a los incrementos en la generación de detritos, el fuerte desgaste del entorno, los costes de recuperación, y el crecimiento de la burbuja.
  • La ausencia de indicios palpables de que el sistema vaya a ser reparado, pese a lo que se pueda argumentar en DAVOS, o los nulos resultados de las instancias supranacionales en crisis actualmente declaradas como el clima, las guerras, o las migraciones.
  • Se mantiene la tendencia a utilizar la guerra como forma de resolución de problemas políticos – Siria, por ejemplo, pero hay muchas más sin salir de África – o de mitigación de problemas derivados – el cierre de fronteras a la población migrante mediante la fuerza -.
  • Aunque las ratios de crecimiento de la población se están reduciendo, el hecho es que siguen siendo positivas. Hay más gente, y esa población creciente reclama mayores recursos en un entorno productivo con menor capacidad. Es decir, la energía consumida crece de forma notable mientras el medio ambiente se desgasta.

La conclusión es que todavía queda una duda por despejar: si nos situamos en el estadio 4 o hemos alcanzado el 5 de la secuencia de eventos que conducen al colapso. Es decir, si el colapso solo está cerca, o ya es inminente.

Lo que resulta evidente sin embargo es que, por ahora, ya hemos superado ampliamente las tres primeras fases porque el sistema degenera, y la pérdida de capacidad de respuesta frente a amenazas exógenas se está acelerando.


Ahora ya solo nos falta averiguar si la cantidad de energía disponible será suficiente para enfrentarnos a los retos por venir, y eso depende de cuales sean las amenazas que se ciernen sobre el sistema.

Puesto que ya me he extendido en exceso en este artículo, dejaremos esa parte para la próxima publicación.


[1]ONU: Crecimiento mundial de 2019, el más bajo de la década:

[2] Investopedia: What percentage of the global economy is the financial services sector?

[3] Our World in Data: Military Spending.

[4]SIPRI: World military expenditure grows to $1,8 trillion in 2018.

[5] INE: Parados de larga duración según grupos de edad en la UE.

[6] INE: Parados de larga duración según grupos de edad en la UE.

[7] ILOSTAT: Combined annual rate of time-related underemployment and unemployment

[8] OECD iLibrary: General Government Spending.

[9] No es fácil encontrar datos actualizados de residuos radiactivos. Este dato procede de la Agencia Europa de Medioambiente.

[10] El País: Toneladas de escombros acaban en vertederos ilegales en toda España. Otros ejemplos españoles: 180 vertidos no controlados en Extremadura, en Madrid, …

[11] El presupuesto para recuperar al lince ibérico alcanza casi 26 millones de €, por ejemplo, y no estamos hablando ni de una especie global, ni de un animal extinto.

[12] ONU: Global cost of corruption at least 5 per cent of world GDP.

[13] FMI: El rastro del dinero.

[14] 16,4 billones de €. Fuente Datosmacro.com: Unión Europea.


Bibliografía

FMI. (Setiembre de 2019). El rastro del dinero. Finanzas y Desarrollo (F&D). Recuperado el 5 de Marzo de 2020, de https://www.imf.org/external/pubs/ft/fandd/spa/2019/09/pdf/fd0919s.pdf

inequality.org. (s.f.). Obtenido de Global Inequality: https://inequality.org/facts/global-inequality/

SIPRI. (s.f.). Stockholm International Peace Research Institute. Obtenido de Militaryu expenditure: https://www.sipri.org/research/armament-and-disarmament/arms-and-military-expenditure/military-expenditure

TWB. (s.f.). World Bank Open Data. Recuperado el 24 de FEBRERO de 2019, de THE WORLD BANK: https://data.worldbank.org/

WID. (s.f.). World Inequality Database. Obtenido de https://wid.world/es/pagina-de-inicio/

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3 comentarios sobre “De colapsos y otras cosas divertidas (V): la degeneración del sistema global

  1. Como bien apuntas en el texto, el PIB es una muy mala medida. Puede servir para medir la «riqueza» pero no el «desarrollo». En este sentido hay una medida que está teniendo relativo éxito, se llama IPG y recomiendo su conocimiento y que empecemos a exigir que se use.

    Sobre los grandes males que supone usar el PIB se ha escrito mucho pero yo recomiendo especialmente este texto de De Jouvenel: La civilización de la potencia. Ese libro es realmente una obra visionaria y que, a pesar de tener ya medio siglo, bien podría decirse que el libro se escribió ayer.

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    1. Totalmente de acuerdo en que el PIB es un pésimo indicador de riqueza real, e incluso así lo han señalado gentes tan poco ignorantes como Stiglitz o – con matices – Krugman. Dos premios Nobel, aunque algo devaluados por ser sospechosos para los economistas bien pensantes de socialismo a la americana, lo que tampoco es mucho decir.
      En cuanto al IPG, resulta complicado de utilizar cuando quieres medir la potencia bruta (en ambos sentidos) de una nación. Es decir, el capital que mueve, sin más consideraciones. Su utilidad es mucho mayor cuando tratas de ver a costa de qué se está creciendo, al igual que ocurre con el IDH y otros índices compuestos. Es decir, desde una perspectiva de bienestar institucional, y su sostenibilidad.
      Como no era el caso, tiré del PIB porque es lo que hay cuando buscas estadísticas de renta a largo plazo, distribuidas por deciles.
      Dicho esto, muchas gracias por la sugerencia y las fuentes sobre el IPG, no conocía a Jouvenel (cosas de no ser un buen ecologista, supongo).

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