Fortunato, más conocido por Fortu, nunca hizo honor a su nombre. Nació en una familia trabajadora, según la definición de la dictadura, que nunca fue amiga de aceptar que existía un proletariado. Hijo único de un matrimonio de lo más clásico, con un padre que, además de franquista apasionado, era honrado hasta la médula y algo tonto, y una madre sumisa, recatada, y bastante beata. Eran clase media baja, más de lo segundo que de lo primero. Bastante baja de hecho, aunque sin profundizar en la pobreza gracias a ingresar dos sueldos en casa, más el sueldo no compartido del propio Fortu. Emigraron a una ciudad cercana a Valencia desde su aldea mesetaria, arrasada durante la guerra civil. El padre encontró empleo como electricista en una pequeña empresa familiar, y la madre se dedicó a limpiar de rodillas el suelo de otras familias igual de franquistas, pero de moral cívica más relajada.
Fortu nació a mediados de los años cuarenta, siempre honrando fielmente con su comportamiento a su apellido paterno: Mediocre. Fue un niño común que, al crecer, llegó a conocer por dentro las dependencias de la guardia civil de su ciudad, no por sus propias travesuras, que no disponía de ingenio para ello, sino porque siendo el más lento de su pandilla, siempre acababa pagando el pato de gamberradas ajenas.
Pasó por la escuela y el instituto sin pena ni gloria, aprobando todo en septiembre y sin destacar en nada. Por suerte para él, su padre usó su influencia de excombatiente para colocarlo de aprendiz en una fábrica de paellas.
A sus 26 años todavía vivía en una habitación empapelada con fotografías sacadas de una revista Play Boy, comprada bajo cuerda a precio de Rembrandt. Es lo más cerca que había estado nunca de una chica guapa, lo que resultaba muy cómodo para hacerse el amor sin salir de casa.
Su magro sueldo lo utilizó para comprar un SEAT 850 Coupé de segunda mano, para el que tuvo que firmar tantas letras que acabó con la mano diestra dolorida. En consecuencia, anunció a sus padres que no podría compartir los gastos de la casa porque se había quedado sin un duro, y que se quedaba a vivir con ellos hasta que acabase de pagar las letras, allá por 1973. Los padres se encogieron de hombros, porque ese sueldo era cuestión de fe: creían en él sin haberlo visto nunca.
En resumen, que tener su propio piso, coche y una novia de tres o más dimensiones habría sido su futuro utópico, si Fortu hubiese conocido esa palabra.
El lunes 12 de abril de 1971 ha quedado con unos conocidos en Valencia para festejar el cumpleaños de uno de ellos. No es que el cumplidor le haya invitado, sino que Fortu estaba cerca cuando dos compañeros de trabajo hablaban de ello, y se ha apuntado.
Aquí es donde comienza esta historia, ya finalizada la celebración, con Fortu caminando hacia su coche, junto con Ximo, el cumpleañero, que vive en la misma dirección.
- Joder Ximo, ¡qué poco aguante tenéis los mayores! Me ha faltado un güisquito para redondear la noche. ¿Te apuntas?
- ¿Mayores, cacho cabrón? ¡Si te llevo un año!
- Pues eso, mayor eres…
- Mañana madrugo, y tú también.
- Y qué, el sol puede salir sin mí.
- Además, tú todavía tienes que irte a Torrente, no te conviene beber más.
- Me lo estás demostrando Ximo, te estás haciendo mayor…
- ¡Joder, Facundo! Mira que eres pesado, chaval…
- Fortu, Ximo, Fortu como Fortunato.
- Sigues siendo muy pesado, nano.
Caminando, han llegado a una escalera de mano que alguien se ha dejado en la calle y milagrosamente no ha desaparecido. Fortu sigue andando por la acera mientras que Ximo se aparta para no pasar por debajo.
- Xe, Ximo, ¡no me digas que eres supersticioso! ¡Además de sieso, cagao!
- Fortu, ¡vete a la mierda! Yo qué voy a ser supersticioso, lo que pasa es que esa escalera se puede caer.
- Pues ya has visto que yo he pasado. ¡Anda, ahora pasa tú, cagao!
- De eso nada. No voy a jugármela para darte gusto.
- ¡Ja, ja! Ximo es supersticioso, Ximo es supersticioso, Ximo es…
- ¡Cállate, pesado! Qué mal beber tienes.
- Anda mira, un espejo. Venga Ximo, ¡rómpelo!
- ¿Y cortarme con un cristal? ¿Estás loco?
- Pues lo rompo yo. Para que veas que esto de la mala suerte es una tontería.
Efectivamente, Fortu se acerca al espejo que alguien ha dejado en la calle al lado de unos cuantos muebles viejos abandonados. Le da una patada y el vidrio se cuartea en todas direcciones, aunque no llega a caer. Repite el golpe y esta vez sí, los trozos de cristal se desparraman por el suelo.
- Ximo es supersticioso, Ximo es supersticioso, Ximo es supersticioso…
- ¡Deja de decir eso, que trae mala suerte!
- ¡Ja, ja, ja! Ximo es…
- ¡Puto pesado de mierda! ¡Vaya noche me estás dando!
- Hostias, Ximo, no te pongas así que era una broma…
- ¡Ni broma ni nada!
Habían llegado casi a la esquina de la calle, cuando Fortu vio el gato. Un animal enorme para los parámetros gatunos, gordo y malencarado.
- Anda, Ximo, … ¡Mira! ¡Un gato negro!
- Lo que faltaba.
- Pues parece cariñoso. Mira qué cariñoso parece, Ximo. Anda, míralo de cerca y verás…
- Mira, Facu, Fortu o como coño te llames, ¡vete a la mierda!
Ximo se aleja dejando a Fortu con el gato en brazos. Lo está acariciando, y el felino se pone a ronronear. Decidido, él no es un cobardica al que le asuste la mala suerte, como el estirado de Ximo. Se va a quedar el gato. A su madre seguro que le encanta.
Lo lleva en brazos hasta el coche y lo deja sobre el asiento trasero. Arranca y enfila por la calle Ángel Guimerá en dirección a la Avenida del Cid. El gato camina entre los asientos hasta el puesto del copiloto.
“¡Por Bastet[1]! Oye, Imbécil, ¿tú sabes lo que haces? ¿Por qué se mueve tanto el mundo, y tan aprisa? Me estás acojonando, Imbécil, ¡para el mundo, que me quiero bajar!”
Maúlla asustado, pero Fortu no le hace caso, su mente está en otra cosa más urgente: encontrarle un nombre.
- A ver. Te voy a llamar… ¿Noche? No, suena femenino y tú pareces macho. ¿Facundo? Tendría su gracia, pero mi padre se llama así, y no creo que le gustara a mi madre …
“¿Un nombre de humano? Vamos anda, no me insultes, Imbécil. ¿Y dónde me llevas en tu Caja Apestosa con Ruedas?”
Porque nuestro gato, como todos los de su especie, piensa. Pero si las mentes humanas más brillantes han sido incapaces de descubrirlo, no cabe esperar que Imbécil, como lo conoce el felino en cuestión, sea el primero en hacerlo.
Fortu ya está conduciendo por la carretera que conduce a Torrente, sin demasiados miramientos y concentrado en la nominación. Ni se da cuenta del viejo que está cruzando la carretera en Alacuás. El hombre retrocede rápidamente para no ser atropellado por el 850, y acaba siéndolo por el camión de la basura que circulaba en sentido contrario.
“Hum, nota mental: hacer una muesca en honor de Imbécil. Desde que lo conozco, y solo hace un ratillo, ya ha conseguido que atropellen a un congénere, y ni se ha inmutado. ¡Vaya espíritu cazador!”
Ya están llegando al puente de entrada a Torrente cuando se le ocurre:
- ¡Ya está! ¡Te llamarás Lucifer! Lucifer… y Luci para los amigos. No, mejor Fer, que Luci también suena a chica. ¿Qué, te gusta?
“¿Lucifer? Oye Imbécil, ¿de verdad que no se te ha ocurrido algo más original? No espero que sepas mi nombre, pero ya puestos algo que no esté pillado, como Majestad o Excelencia, sin ir más lejos. Incluso me valdría Micifuz.”
Fortu se regodea con el nombre, lo paladea una y otra vez. Lucifer no para de maullar, tan asustado por la velocidad del coche, como enfadado por el nombre que le ha tocado en suerte.
Suben por la avenida de los Mártires. Para cuando llegan a la Fuente de las Ranas y se desvían hacia la residencia Mediocre, ya es definitivo. Meterá a Lucifer en la casa de sus padres. Seguro que se alegran de que tenga una mascota. Dicen que eso es señal de madurez.
[1] Bastet es una diosa del antiguo Egipto, que se representaba como un gato doméstico, o bajo la figura de una mujer con cabeza de gato (Wikipedia).
Capítulo anterior –> Introito
Capítulo siguiente –> El gato Lucifer y los Mediocre