A raíz de la decisión de V.J. de dar vacaciones indefinidas a sus neuronas, según el artículo Me rindo, yo también he liberado mi mente de esas molestas restricciones que implica el análisis de la realidad empírica.
Este es mi segundo pensamiento totalmente libre, generado por mi potenciado sistema heurístico de pensamiento (RAE, cuarta acepción) en ausencia de opresivas reflexiones racionales (RAE, segunda acepción): el lío de Madrid lo ha causado el amor que nació de una conspiración paellera.
En el artículo de la semana pasada explicando la conspiración de la paella organizada desde el Gobierno de España por dos desaprensivos anónimos – valenciano el uno, catalán el otro – quedó un fleco suelto. Por mucha confusión que los bigotes de Confucio pudieran introducir en las tiernas mentes de los dirigentes madrileños, no se explican algunos hechos. Por citar dos:
- Que la Presidenta hable en tercera persona de sí misma.
- Que una política profesional[1] se tome el disenso como una ofensa personal.
- La inquina entre el ministro catalán de la paella y una presidenta que es más de callos.
Alguna mente tan poco reflexiva como la mía en este preciso momento podría pensar que la Presidenta sufre de algún trastorno propio de personalidades antisociales, que se suma a su natural narcisismo. Y digo natural porque dedicarse a la política sin ser narcisista es un desperdicio.
Seamos serios, ¿iba alguien tan formal, gran defensor de la meritocracia en política, como Pablo Casado a poner a una sociópata al mando de Madrid? ¡Pues claro que no!
Que el Presidente de su partido político cometa notables errores en materia jurídica es probablemente debido a la forma apresurada en que obtuvo su licenciatura en Derecho, no pudiendo asistir a todas las clases por culpa de su intensa dedicación al servicio público. Y claro, se perdió algunas cosillas de escaso interés como Derecho Constitucional, y algún otro. Ahora, de ahí a afirmar que situó en primer plano a su candidata por algo tan superficial como una amistad de juventud, o lo bien que llevó la cuenta de Twitter del perro de Esperanza Aguirre, hay un paso muy largo. No, definitivamente don Pablo[2] sería absolutamente incapaz de anteponer el bien de los madrileños a cambio de asentar un poco más su poder. Él no lo haría.
De modo que había que buscar otra causa, y preguntando aquí y allá[3], he encontrado la solución. Cuando el Presidente[4] encontró a la Presidenta[5], algo surgió, y no, no fue urticaria ni nada por el estilo. Fue una bomba romántica. Por eso la Presidenta alquiló un ático lejos del control paternal del alcalde de Madrid, celosón él. Allí se veían de noche, mientras de día el Presidente fingía preferir a su Vicepresidente[6].

Cuando la pandemia se desmadró, debido al confinamiento el Presidente empezó a espaciar sus visitas al nido de amor presidencial. Y cada vez más aparecía en las fotos de la prensa rosa con los otros… Un doctor y un catalán (sí, el cómplice del valenciano con lo de la paella) consumían el tiempo del Presidente. Y se miraban abiertamente entre sí, en público, y sonreían, cómplices.

La última noche en que el Presidente cambió a la pareja con la que conformaba el trío, la Presidenta le planteó el ultimátum. «¡O ellos, o yo!» «Lo siento, ellos son más.» «¿Porque son dos?» «Sí, y porque son más guapos, más inteligentes, más divertidos, ...».
Y el amor, tan duramente construido, saltó por los aires.

Así, la Presidenta abandonó el nido de pasión, ahora frío y desangelado. No fue por la vergüenza, que no la tiene; ni por las críticas de la oposición, que no le importan; ni porque le sobrase espacio en el ático para su ego, que para eso todo es poco. Fue porque por las noches ya no la visitaba ese a quién la Presidenta ama casi – y subrayo el casi – más que a sí misma: el Poder.
Como veis, queridos humanos, humanoides, y algún que otro antropoide que este blog visitáis, no hay que buscarle tres[7] pies al gato: lo que está ocurriendo en Madrid es tan solo la resaca de un amor ardiente, cuya lava todavía humea.
Como siempre, seguro que algún malpensado planteará críticas, pese al estrechísimo margen lógico que le he dejado. Incluso relatos tan bien ordenados y documentados – como el que antecede – suelen ser objeto de mofa y escarnio por parte de mentes estrechas y carentes de flexibilidad, solo por detalles como la absoluta carencia de pruebas. A esos me dirijo desde la atalaya intelectual que corresponde a mi brillante mente Gujdari para echarles en cara:
- ¿Ah, sí? ¿Y de que la Presidenta se fue a un apartamento de lujo casi gratis para representar mejor a su Comunidad, hay pruebas? ¿O de que Casado eligiera a Ayuso como candidata por su currículo, experiencia, y sabiduría? Pero eso bien que os lo tragáis, bandarras.
- Venga, intelectualessssssss (con acento en la ‘s’), explicadme por qué la Presidenta está furiosa con el Presidente, y este en cambio no diga ni media y le sonría, seductor, cada vez que la ve. Pues la repuesta está más arriba: porque el Presidente se siente culpable por la ruptura, que él fue quien la abandonó por dos hombres.
- Y ya que estamos, ¿no os ha parecido sospechoso, lisssstos (ya sabéis, el acento en la ‘s’), que el doctor se haya marchado con Calleja para olvidar, y el ministro catalán esté que trina con la Presidenta? Celos, puros celos.
Pues eso, porque ahí se ha planteado un cuadrángulo amoroso de mucho cuidado, que ha salido mal. Nadie, excepto yo, se había dado cuenta, pero ahora ya lo sabéis. Y antes que lo habríais sabido si os hubieseis dedicado a pensar un poco más heurísticamente y mucho menos racionalmente.
Hale, a cascarlo por ahí.
NB: Cascar, en la sexta acepción de la RAE: coloquialmente, charlar.
[1] Porque cobrar, cobra de la política, ¿o no?
[2] Casado, obviamente. Al moños no le pongo el don.
[3] No es cierto, no le he preguntado a nadie. Lo digo solo por quedar bien.
[4] Cuyo nombre no mencionaré por discreción, pero mide metro noventa y no lleva barba.
[5] Que tampoco mencionaré, aunque sus iniciales corresponden a IDA y gobierna en una Comunidad Autónoma en la que casualmente se encuentra la capital de España.
[6] El moños.
[7] Esto es algo que nunca he entendido. ¿Por qué tres, y no cinco, o diecisiete? ¿Alguien me lo puede explicar?