K. tenía un don. O una maldición, vaya usted a saber que la cosa era lo uno o lo otro según el momento. El caso es que podía vislumbrar tendencias en el futuro. No datos como el número de la lotería, o el resultado de un partido de fútbol, sólo tendencias. Las veía como líneas de sucesos que se entrelazan e interactúan, creando nuevos eventos y escenarios, unos más difusos, otros más resaltados, algunos, muy pocos, brillantes. El caso es que cuando K. se refugiaba en ese lugar vacío que hace que cuando una mujer pregunta “¿en qué piensas?” el hombre pueda responder con toda sinceridad “en nada”, a K. se le aparecían las dichosas tendencias. Quizás por eso K. no convivía con ninguna mujer, porque le hubiese resultado difícil contestar a esa pregunta – tendría que haber contestado “en la fecha más probable de nuestra separación” o algo parecido – así que tras múltiples y frustrantes intentos, K. seguía viviendo solo a sus muchas décadas de edad.
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