(V) Mundo líquido.

A estas alturas ya tenemos una cierta perspectiva del contexto de los últimos treinta años del siglo XX: que partíamos en España de un sustrato profundamente conservador, que la visión de la sociedad fue cambiada por la revolución conservadora de los años 80, que se ha producido una explosión de tecnología que ha redefinido la industria…

A principios del siglo XXI continúan su marcha imparable la transformación de la economía, pero mientras unas tecnologías siguen su viaje por el camino de la web 2.0 hacia la Industria 4.0, otra parte importante se desvía y crea un sector de actividad donde el producto somos los humanos.

En este contexto se produjo la Gran Recesión – o, como dijo un ejecutivo de Standard&Poors, “que el Señor bendiga este puto timo[1] – de modo que ocurrió exactamente lo que describió en su día Noam Chomsky: que “el capitalismo de mercado debe liberarse de riesgo para sus amos, tanto como sea posible.”[2]

Por resumir: el riesgo lo asumimos los de siempre, los beneficios también, pero según para qué “los de siempre” son distintos.

Como, por supuesto, la culpa fue culpa nuestra por “vivir por encima de nuestras posibilidades”, se repitió lo ocurrido en los años 80: volvimos a las recetas de austeridad, flexibilidad laboral, y un sano nivel de desempleo por las nubes. Aunque esta vez la solución a la recesión consistió en medidas aún más destructoras para el mercado menos beneficiado por la aplicación de la economía del conocimiento: el de trabajo.

Una vez superada – o eso nos dicen – la hecatombe del 2008, ¿hemos acabado de evolucionar como sociedad? ¿Hemos aprendido la lección y rectificado en la década siguiente?

De momento avanzaré una respuesta provisional, a la espera del siguiente capítulo.

El fenómeno de la explotación masiva de datos – Big Data para los anglo-sajones – tampoco es nuevo. Cada vez que utilizábamos una tarjeta de crédito o un cajero de banco, por ejemplo, dejábamos un rastro. Lo mismo que cuando aceptábamos entrar en un sorteo a cambio de dejar nuestros datos en la tienda. Pero ahora es instantáneo, a gran escala, y ya hemos dado permiso por el simple hecho de utilizar el sistema.

Por tanto, es fundamental entender este hecho para comprender el tipo de sociedad que se está gestando: en un negocio siempre hay al menos una persona que paga, otra que recibe, y una mercancía intercambiada. Cuando entramos en una red social, participamos en un foro, o compramos en Internet, no pagamos. Tampoco cobramos. Por tanto, tenemos necesariamente que ser la mercancía. Y como mercancía, nuestros derechos no son demasiados, pero tampoco nos importa si a cambio accedemos a servicios «gratuitos» (o eso le decimos a los estudiosos del tema cuando preguntan).

Por otra parte, la instantaneidad de las transacciones, unida a la velocidad de transmisión de noticias y la frecuencia de los avances tecnológicos, provocan incertidumbre y sensación de precariedad. La sensación de aceleración es tal, que con frecuencia no somos capaces de digerir una novedad antes de que nuestro entorno cambie de nuevo. Esta falta de tiempo para comprender nos acerca a lo que Manuel Castells denominaría la era de la perplejidad informada, y Zygmunt Bauman la modernidad líquida.

Identidades reales en el mundo virtual.

Parece que estén con nosotros desde siempre, pero son recientes. Tras algunos intentos más o menos rústicos de Nokia y Motorola, los terminales conectados a Internet se popularizan con BlackBerry en 2001, las redes sociales LinkedIn y MySpace en 2003, Facebook en 2004, YouTube en 2005 y Twitter en 2006.

En esta escasa docena de años, la combinación de tecnología móvil y aplicaciones orientadas a la comunicación entre individuos, no sólo han creado un modelo de negocios totalmente nuevo, sino que han cambiado las relaciones sociales, las actitudes, e incluso la construcción de nuestras identidades.

La posibilidad de modelar el entorno digital – muy real para el observador integrado, por mucho que lo llamemos virtual – a nuestro antojo, ha facilitado que el sujeto se rodee de un entorno controlado, en el que tanto las noticias, como sus interlocutores, emiten en su marco de referencia. O dicho de forma más llana, nos aseguramos de escuchar tan sólo aquello que cuadra con nuestras creencias, evitando las voces disonantes.

Otro tanto ha provocado la apariencia de anonimato e impunidad, de modo que ahora la identidad, situada en un contexto temporal y situacional concretos, puede variar de forma extrema: un conspicuo señor en la vida tridimensional puede ser en la digital un agresivo trol, una ardiente jovenzuela, o incluso una monja de retiro si le apetece. Y, para cualquier situación, con frecuencia habrá alguien a quien le apetezca ser niño, monja, jovenzuela, o trol.

A cambio, nos hemos privado en gran medida de las relaciones casuales, que podían aportar nuevos puntos de vista: la charla en las salas de espera, los encuentros en viajes, … Tanto el concepto de amistad como el sentimiento de pertenencia al grupo se han degradado, de modo que nuestras relaciones son cambiantes y fluctúan.

Del panóptico a la telaraña.

Desde que O’Reilly lanzara el concepto de Web 2.0 hacia 2004, cada visitante en Internet se convirtió en prosumidor, productor y consumidor de información y conocimiento. Suministramos validaciones y opiniones sobre cualquier tema, que a su vez es utilizado tanto por las empresas como por otros usuarios. Pero la industria ha dado otro paso que ha puesto nuestra información privada a disposición de cualquiera que tenga la capacidad de utilizarla para predecir – ergo, manipular – nuestro comportamiento. Para comprender este hecho, es necesaria una pequeña introducción al concepto de poder.

Panóptico: la arquitectura carcelaria diseñada por Bentham y estudiada por Foucault. Fuente: https://worksthatwork.com/5/innovation-behind-bars

Foucault (el psicólogo, filósofo, etc… nada que ver con el tipo del péndulo) popularizó en los años 70 una visión del control social mediante el concepto del panóptico, una arquitectura carcelaria ideada por Jeremy Bentham a finales del siglo XVIII. En este esquema, las celdas están dispuestas en un círculo, abiertas hacia un puesto central de vigilancia, cuyo contenido queda fuera del alcance visual de los presos. De ese modo, el prisionero nunca sabe si está siendo vigilado en un momento dado, y tiene que optar por la autocensura o el riesgo de sanción.

Foucault situaba esta imagen dentro de un concepto del poder como una relación. Es decir, si el preso opta por la autocontención, el poder se sitúa del lado del carcelero, pero si el preso decidía correr el riesgo del castigo, el poder del carcelero resulta desafiado[3] y tendrá que restablecerlo mediante el castigo.

Bien, pues en la sociedad en red estas relaciones se han girado. Ahora es el individuo quién queda en el centro, y es vigilado en la esfera pública digital tanto por sus pares, como por los poderes económico y político. Es lo ocurrido con quienes creyeron que podían tomarse a broma la religión o el estado, sin ir más lejos. Pero el castigo no sólo puede proceder de las instituciones, también puede tomar la forma de estigma o marginalización en soledad comunicada.

¿O de verdad pensabais que ese software de reconocimiento facial que Facebook nos ofrece sólo servirá para identificarnos en las fotos de nuestros amigos? Si es capaz de reconocer a Wally entre miles de otras caras, ¿no nos va a reconocer en fotografías de, por ejemplo, manifestaciones? Y siendo factible, ¿no lo va a utilizar el poder?

Condenas
De izquierda a derecha y de arriba abajo: condenado a 480€ de multa por poner su cara a Cristo, titiriteros en Madrid que pasaron cinco días en prisión preventiva con incautación de todos los materiales, un año de prisión y siete de inhabilitación por burlas a Carrero Blanco (asesinado en ¡1973!), un año de cárcel y seis y medio de inhabilitación al líder de Def Con Dos tras el recurso del fiscal al Tribunal Supremo, dos años de cárcel a los raperos de La Insurgencia.

Somos parte de la Big Data, la gran masa de datos que permanece indefinidamente en Internet y es explotable, tanto de forma legal como ilegal. Ahí están las grandes empresas buscando expertos en la explotación de datos, o el reciente escándalo de la utilización fraudulenta de información procedente de Facebook con fines electorales. Gracias a los muchos servicios que Internet nos presta gratuitamente, podemos ser, además de productores y consumidores, una commodity, dicho en términos económicos: un bien abundante, intercambiable y relativamente barato, para el que existe demanda.

La bomba financiera imaginaria.

Pero si bien nosotros, los usuarios, somos mercancías reales, los sistemas a disposición de las empresas financieras también permiten crear bienes imaginarios, ficticios, susceptibles de ser intercambiados. Es lo que sucedió en la gran recesión de 2008 con bonos basura, hipotecas surrealistas, y en general paquetes de estiércol virtual con apariencia sólida. Cuando se descubrió la ausencia de valor de los bienes financieros intercambiados cundió la desconfianza entre unos y otros, y colapsaron las finanzas arrastrando en su caída a la economía real.

No os perdáis esta explicación de la crisis financiera. Se entiende mucho mejor que cualquier clase de economía.

La solución monetaria fue, cómo no, emitir más dinero, tan virtual como los bienes corruptos, pero respaldado por los bancos centrales, que todavía ofrecían algo de credibilidad. Obviamente, lo que esto significa en el mundo físico es que la quiebra del sistema se impidió socializando la basura virtual venenosa. En términos económicos, mediante transferencias dinerarias de las clases medias y bajas hacia las zonas altas del sistema.

Para entender mejor cuál es el problema, si la economía crece al 3% y el decil más rico de la sociedad se queda con la mitad (caso de EEUU, en Europa vendría a ser un tercio), quedará un 1,5% del PIB para que la economía vaya tirando. Pero cuando estamos en depresión y el PIB disminuye en vez de aumentar, la única solución es que el 90% de la sociedad se endeude para mantener al sistema en marcha, y así la cumbre de la pirámide de renta pueda seguir percibiendo beneficios. Y eso hicimos, de modo que unos activos tóxicos absolutamente imaginarios causaron un destrozo de lo más real, y, a cambio, nos dejaron una deuda que tendremos que pagar a los mismos que destrozaron su propio chiringuito. Admirable, chapeau, ¡pero no hagan un bis, por favor![4]

Desigualdad EEUU 1910-2010

¿Hemos acabado de evolucionar?

En absoluto, la explosión no se ha detenido ni mucho menos. Cuando la Ley de Moore parecía haber alcanzado los límites físicos de la miniaturización, aparecen nuevas tecnologías como los ordenadores cuánticos, las nanotecnologías, la Inteligencia Artificial cobra impulso hacia una sociedad que necesita la robotización para incrementar la productividad, y el Internet de las cosas para hacer aquello que los humanos siempre habíamos hecho sin mayor apuro…

Es decir, las ansias de eficiencia y productividad necesitan de una demanda de nuevos productos, que a su vez requiere de mayores consumos energéticos. Nada de qué extrañarse, en una sociedad tecnológicamente compleja, la solución a cada problema – sea éste real o percibido – será tecnológicamente más compleja, siguiendo una función exponencial.

Ahora bien, tengo que recordar una vez más algo que ya he repetido en múltiples ocasiones a lo largo de este blog: la tecnología no determina la sociedad, ni el camino de su desarrollo, deciden los actores sociales interesados en el cambio[5]. Así, veremos a lo largo del próximo capítulo que esos actores han redefinido qué es la verdad, y que los estados están intentando recuperar su rol de los siglos XIX y XX por vía de detraer la soberanía cedida, tanto a las entidades globales, como a la ciudadanía.

Tendrán éxito – por ahora parcial, pero en ello están – porque la sociedad de finales del siglo XX ya se estaba licuando, llevando sus instituciones hacia formas flexibles que ocupan el lugar que convenga en cada momento. En esta modernidad líquida[6], las administraciones públicas tienden a actuar como meros proveedores de servicios, renunciando a sus responsabilidades de liderazgo. Resulta más sencillo incorporar a la doxa la verdad incuestionable de que cada individuo es responsable de su bienestar, porque las antiguas asociaciones y afiliaciones, diseñadas para la protección grupal, ya no responden a las necesidades de los individuos.

¿Y la sociedad? Pues como dijo la señora Thatcher, no existe tal cosa.


Referencias

Baumann, Z. (2007). Tiempos líquidos, Vivir en una época de incertidumbre. México D.F.: Tusquets Editores México.

Castells, M. (2003). LA ERA DE LA INFORMACIÓN VOL 2: el poder de la identidad. Madrid: Alianza Editorial, SA.

Chomsky, N. (marzo de 1993). Notas sobre el Nafta: Los amos de la humanidad . Obtenido de Universidad de Barcelona: http://www.ub.edu/prometheus21/articulos/nautas/16.pdf

Feliu i Samuel-Lajeunesse, J. (2008). Influencia, conformidad y obediencia. Las paradojas del individuo social. Barcelona: UOC.

Pérez, C. (9 de septiembre de 2018). Recesión a lo grande: crónica de los 10 años de crisis que cambiaron el mundo. El País. Obtenido de https://elpais.com/economia/2018/09/07/actualidad/1536333092_303809.html

Pujal i Llombart, M. (2008). La identidad (el self). Barcelona: UOC.

Rodrik, D. (27 de junio de 2007). The inescapable trilemma of the world economy. Recuperado el 18 de marzo de 2017, de Dani Rodrik’s weblog: http://rodrik.typepad.com/dani_rodriks_weblog/2007/06/the-inescapable.html


[1] (Pérez, 2018)

[2] (Chomsky, 1993)

[3] (Feliu i Samuel-Lajeunesse, 2008)

[4] Lo harán, sin duda alguna. Cito a Dick Fulk, alias “El Gorila” y último CEO de Lehamn Brothers antes de la caída: “Sé que nadie quiere escuchar esto y menos aún si yo lo digo, pero los ricos se están haciendo cada vez más ricos y, de nuevo, el corazón de la economía está enfermando. Soy un capitalista incondicional, pero seamos justos: el capitalismo solo funciona si la riqueza se crea en la parte superior y después se va filtrando hacia abajo. Si la riqueza no baja, habrá problemas”. (Pérez, 2018)

[5] Para más detalle sobre la denominada Sociedad Red y el impacto de las tecnologías de la información y la comunicación, recomiendo releer el artículo Construyendo electores: la Sociedad red.

[6] (Baumann, 2007)

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