Sin economía, no hay tecnología

Puesto que lo que estamos buscando son los posibles obstáculos a la consecución del tipo I de Kardashov, es obvio que nos fijemos en la tecnología. Ahora bien, no hay tecnología sin investigación y desarrollo, y no hay nada de todo eso sin una economía que pueda financiar lo importante, detrayéndolo de lo urgente. Es un fenómeno parecido al que ocurrió en la I Revolución Industrial y que fue el detonante para las reivindicaciones en educación: para gestionar el crecimiento tecnológico se requiere mano de obra formada, para obtenerla los hijos de los obreros deben educarse, para que puedan educarse sus padres deben tener unos ingresos regulares lo suficientemente altos para permitir su sustento, dejando un margen relevante para fomentar el consumo del que vive la economía.

Ya hemos visto en capítulos anteriores que se prevén Filtracos en materia energética, pero ¿hasta qué punto la economía globalizada puede resistir esos tropiezos? O sea, ¿qué le pasa a nuestro bolsillo si la economía capitalista en la que estamos inmersos deja de crecer? ¿Será capaz de mutar en un plazo lo suficientemente rápido?

Para meternos en ambiente me gustaría recordar esta entrevista al maestro José Luis Sampedro:

Asumimos que la inversión en desarrollo más significativa se está produciendo actualmente en países clave para la economía mundial. Por otra parte, no importa demasiado cómo les vaya a los segundones como España, porque ya hemos visto que, en un mundo globalizado, un estornudo en EEUU se convierte en pulmonía para Europa. Me centraré por lo tanto por defecto en el estudio de las peculiaridades de la economía norteamericana para investigar la salud del sistema global, y el riesgo de resfriado.

La desigualdad:

Empecemos por el primer gran desafío de la economía. Porque dejando al margen juicios éticos o de justicia, las economías con grados importantes de desigualdad son ineficientes por dos razones principales:

  • Una parte sustancial del crecimiento no incentiva la demanda, ni llega a la economía real como inversión. Cuando el primer decil (el 10% de la población con más éxito, según los liberales) acapara más del 50% de las rentas totales, eso significa que de un crecimiento teórico de, por ejemplo, el 3%, sólo la mitad – un triste 1,5% – llega a los consumidores de los distintos sectores.

De la mitad que queda en manos del primer decil, sólo aproximadamente dos tercios acaban volviendo a la economía real porque el resto proceden del capital, que dispone de total movilidad. O dicho más claramente, tiene todo los números para acabar en un paraíso fiscal, en los que se estima que se almacenan entre 7 y 31 billones de dólares, según autores. Obviamente son importes fiscalmente opacos que sólo pueden ser estimados, de ahí el amplio rango.

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  • Analizando la distribución de la riqueza del 10% de la población con mayores ingresos en los EEUU es posible ver una pauta: cada vez que las rentas del capital se disparan en proporción a la captación total, cabe sospechar que existe una burbuja que tarde o temprano explotará. Basta con fijarse en el gráfico siguiente y en los picos de la zona azul que rondan o superan el 30% de las rentas totales del decil: en 1987 la crisis del Black Monday, en 2000 estalla la burbuja de las punto.com, 2007 la crisis financiera hipotecaria, … y en 2015 de nuevo estaba repuntando.

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Si a todo ello le sumamos las tensiones sociales que provoca la pobreza, la tendencia política actual hacia nacionalismos proteccionistas, y a que nada de la infraestructura financiera con tendencia al fallo sistémico ha sido corregido, la pregunta no es si habrá una nueva crisis global, sino cuando.  Y esta vez no nos pillará con superávit.

Antes afirmé que la relevancia de la mayoría de naciones no es significativa, puesto que en un mundo global repercuten globalmente los errores de los países clave. Para verificarlo me hubiese gustado comparar las tendencias entre España y EEUU, pero desgraciadamente, no existen datos tan precisos para nuestra economía, que sólo publica información estandarizada desde 1981.

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En cualquier caso, si comparamos las curvas de desigualdad en los últimos treinta años entre EEUU y España, veremos que varía la magnitud, pero no la tendencia a construir burbujas. Muy diferente de Francia que parece haber estabilizado, o al menos suavizado, las ratios de desigualdad interna. Por tanto, es posible frenar, o incluso revertir la tendencia a la desigualdad. Todo depende de las políticas económicas seguidas en cada Estado.

Sin embargo, hasta aquí he hablado de la desigualdad interna de los países occidentales, pero cuando abrimos la mirada la cosa cambia drásticamente: el acaparamiento del 1% más rico mundial ha alcanzado el 50% de toda la riqueza disponible globalmente. No me extenderé más sobre la magnitud del problema, porque está ampliamente documentado[1], pero no cabe duda alguna sobre el peligro que comporta y sus consecuencias. La primera de ellas que a medio plazo caben esperar migraciones económicas de una magnitud tal, como no se habían conocido desde la segunda guerra mundial.

El empleo:

Cuando una tecnología se domestica, hay que entender que ha superado cuatro fases: apropiación, objetivación, incorporación y conversión[2]. Es decir, una vez plenamente incorporada a los hogares, la adquisición y las formas de uso de esa tecnología son irreversibles porque ya conforman parte de la vida diaria en sociedad. Esta realidad ha llegado a ser asumida por la cultura occidental en lo que respecta a las metodologías productivas, hasta el punto que casi nadie discute ya que es necesario ir en la dirección de más tecnología y no menos.

Tecnópolis ha llegado, la sociedad lo asume, y esto es fundamental para entender el desarrollo de las revoluciones tecnológicas. Cada una de ellas ha aportado cambios importantes en la estructura del empleo, y por tanto en el mercado laboral. Pero al igual que ocurre en la evolución tecnológica, se está produciendo una importante aceleración en la aplicación del cambio:

  • La primera revolución industrial se basó en el uso del carbón y el establecimiento de los procesos fabriles. Se inicia en Gran Bretaña a mediados del siglo XVIII, se consolida a mediados del XIX y todavía se estaba implantando en algunas naciones a principios del siglo XX.
  • La segunda revolución industrial se inicia hacia mediados del siglo XIX, culmina su desarrollo durante la Primera Globalización en los inicios de la primera Gran Guerra, y todavía está vigente en regiones desconectadas (yo vivo en una de ellas, no están tan lejos). De nuevo se basa en la capacidad de fuentes de energía como la electricidad, el gas natural y el petróleo.
  • La tercera revolución industrial la hemos vivido, y todavía estamos en ello. Se ha caracterizado por nuevas formas de utilizar la electricidad, pero sobre todo en nuevas metodologías organizativas impulsadas por la capacidad de comunicación y gestión de la información, sostenidas por innovadores sistemas de almacenamiento de energía. Hay quién sitúa su nacimiento a finales de la segunda Gran Guerra, otros a finales del siglo XX, yo prefiero situarla en 1992[3] con el despliegue de Internet y el PC[4]. En cualquier caso, sigue vigente y en desarrollo.
  • Y por fin llegamos a la Industria 4.0 (o cuarta revolución industrial si lo preferís), la ciberfábrica, la producción basada en conocimiento e información, la robotización de la producción. La expresión se usó por primera vez en 2011, y no hace falta decir que está en plena expansión.

Como podéis ver, desde el siglo largo de la primera hasta las pocas décadas que median entre la tercera y la cuarta, es un proceso acelerado[5] que tiene en común el incremento de la capacidad productiva a costa de la reducción del factor competitivo de mayor peso en el lado del gasto: la masa salarial. Dicho de otra forma, la precarización del empleo[6], la disminución del peso de los salarios en la economía, y la pobreza asalariada – algo indudablemente novedoso: trabajadores con empleo en situación de pobreza – han venido para quedarse. Desgraciadamente no es un fenómeno meramente coyuntural.

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Lo que no deja de sorprenderme es que a medida que aumenta la tasa de inteligencia de las máquinas y sistemas informatizados, disminuya tan abruptamente la inteligencia social. ¿Dónde están los empresarios visionarios como Henry Ford, que pagaba el doble a sus empleados para retener su conocimiento y experiencia? No contestéis, es una pregunta retórica, los empresaurios están lejos del peligro de extinción.

El crecimiento.

Sin querer entrar en detalle, el capitalismo es un sistema que requiere de crecimiento constante[7]. Puede entrar temporalmente en estados de estancamiento o incluso decrecimiento, pero si lo hiciese de forma duradera colapsaría. Creedme si os digo que eso nos iba a doler, y no poco, a quienes quedásemos debajo del edificio derruido.

Por tanto, la disminución de ingresos de asalariados y precariados plantea un serio desafío a la economía capitalista: ¿es viable seguir produciendo si no queda casi nadie para comprar? Sin clase media trabajadora, ¿es posible sostener una economía sustentada casi exclusivamente por artículos de lujo y de primera necesidad? ¿Cómo conseguir mantener el crecimiento indefinidamente?

Históricamente, el problema de la escasez de crecimiento se ha resuelto por métodos que van desde lo drástico a lo dramático, pero nunca suavemente. Antiguamente se conquistaban nuevos territorios, y por tanto nuevos mercados, luego se colonizaron mercados cautivos, o se destruyeron pueblos a cambio de estimular el comercio (estoy pensando en las guerras del opio, por ejemplo).

Y cuando todo eso falla y el sistema entraba en crisis, tradicionalmente se organizaba una bonita Guerra Mundial (o casi) con amplio despliegue de fuegos artificiales. Porque como sistema de estimulación de la economía, la guerra masificada con armas convencionales no tiene parangón: se elimina la mano de obra excedente mediante el artilugio de convencerles para que se maten unos a otros, se movilizan capitales de todo tipo para ganar la guerra a mayor beneficio de la industria y la tecnología, para finalmente recuperar la inversión mediante el estímulo de reconstruir lo destruido. Hay un inconveniente: quienes sobreviven tienden a volver a casa un tanto rebotados y con ideas nuevas, pero ese es un mal menor que ya saben cómo contener nuestros políticos.

Desgraciadamente ninguno de los anteriores mecanismos funcionaría hoy en día porque a) no existen nuevos territorios dispuestos a dejarse colonizar fácilmente, y b) existe un serio riesgo de que no quede nadie para reconstruir, ni razón para hacerlo. Así que se recurre a instrumentos más sofisticados como el colonialismo interno – algo muy parecido a lo que hacen los países del norte de Europa con los del sur, sin ir más lejos – y la ingeniaría financiera, pero que no tienen la potencia regenerativa de los viejos métodos.

Economía financiera.

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Supongamos que yo fuese un gran inversor, es decir, un tipo con mucha pasta y poca o ninguna conciencia social (lo típico, vamos). Cuando me ingresan una caterva de millones tengo básicamente tres opciones:

  1. Dejar el dinero en fondos o depósitos, pero su rentabilidad será casi nula por la situación monetaria, con el dinero en tasas prácticamente negativas. A menos que hablemos de paraísos fiscales, donde los ahorros en impuestos ya configuran un beneficio.
  2. Jugar en la economía casino sobre productos de ingeniería financiera: futuros, paquetes de bonos, derivados, etc. Es decir, crear dinero del dinero, equivalente económico a ponerle cenicero a la moto.
  3. Especular con vistas al futuro comprando latifundios en África o América latina, derechos de recursos naturales que se prevén escasos a medio plazo (como el agua, por ejemplo), apostar sobre futuros de alimentos, etc.
  4. Invertir en la economía real creando industrias, centros de distribución, etc.

Y aquí es donde entra el concepto de coste de oportunidad: si no invierto mis muchillones en la actividad más rentable, estoy perdiendo dinero, así que elegiré aquella opción que me ofrezca más beneficios con el menor riesgo posible. Pero una vez invertido en aquello que proporciona altos beneficios, por la ley de rendimientos marginales decrecientes, de la que ya hablé, llegará un momento en el que no encontraré nuevas actividades rentables, o simplemente placenteras, y entonces miraré hacia paraísos fiscales, SICAV, etc. porque el ahorro fiscal es otra forma de beneficio.

Algo de esto hemos visto al hablar de la desigualdad, pero vamos a concretar un poco más. Si, por ejemplo, invierto en futuros del trigo, puedo apostar a que la cosecha de Rusia va a ser escasa y comprar los derechos de la norteamericana. ¿Cuál será mi interés? Que se produzca una hambruna en Rusia por el precio del trigo y que tenga que importarlo de EEUU, así que haré cuanto esté en mi mano para conseguir la dichosa hambruna. O puedo apostar porque una moneda se va a depreciar, como ocurrió con Soros y la libra esterlina en 1992, y forrarme a costa de poner contra las cuerdas un estado. O también puedo fomentar una burbuja de algún tipo y procurar retirar mi dinero justo antes de que estalle para que paguen la fiesta los pringados de siempre. O…

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Es decir, que los incentivos de los grandes inversores para poner su dinero en la economía real son menores que los posibles beneficios en la economía financiera, que tiene una marcada tendencia a caer de vez en cuando y hundirlo todo. El problema es que el peso de la financiarización de la economía no para de aumentar, haciendo mucho más improbable ese crecimiento del que nos hablan los políticos bocachanclas que no tienen la menor idea de economía, y sus lameculos doctorados.

La energía.

Creo que a estas alturas la relación entre el consumo de energía y la riqueza del país medida desde el PIB (GDP por sus siglas en inglés) y el consumo en toneladas equivalente de petróleo (TOE en inglés) per cápita es evidente, pero por si quedaba alguna duda, inserto aquí un gráfico de la Agencia Europea del Medioambiente:

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Bien, ya sabemos que los recursos energéticos tienen fin, que su precio tenderá a aumentar, y que su Tasa de Retorno Energético es cada vez menor, pero ¿qué impacto puede tener el fin de los combustibles baratos en la economía?

Antes, recordemos que el concepto de barato es relativo. El informe del modelo ETP cifraba una frontera de precio de unos 104$ por barril, a partir de la cual el coste del barril sería superior al valor del producto generado por ese combustible, y por tanto incurriría en déficit económico. Estuvo desde luego mucho más caro – unos 160$ – en 2008, pero entonces se preveía como una medida temporal, ahora no. ¿Qué utilidades se verán afectadas en primer lugar? La primera que viene a la mente es el transporte, claro que nuestro ecologista particular creerá que eso es algo positivo, porque al fin y al cabo fomentará el uso de la bicicleta, el transporte público, los coches eléctricos, …

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Todo eso es cierto, pero también lo es que derrumbará estrepitosamente nuestro modelo de consumo basado en el transporte barato de mercancías. Incluidos aspectos tan básicos como la alimentación o la ropa que vestimos, que en término medio vienen a recorrer más de 3.000 kms antes de llegar a nuestras manos. Y para el transporte pesado, no hay alternativa, ni tiempo para desarrollar nuevas fuentes. Sólo nos quedará el consumo de cercanía, lo que tiene dos implicaciones:

  • La positiva, es que permitirá regenerar el entramado productivo local que actualmente está caído, porque no puede competir con los precios de los productos importados, ni las exigencias de las grandes superficies beneficiadas por sus complejos sistemas logísticos. Eso significa generación de empleo local.
  • La negativa, que no es poca cosa, es que, aparte de un inmediato incremento generalizado de precios en los productos de consumo, implicará una capacidad productiva limitada a la zona de distribución, ahora por medios mucho más lentos. Y aquí reaparece el techo malthusiano.

Puede parecer exagerada la referencia a Malthus, pero me permito recordar que la agricultura industrializada requiere de importantes cantidades de combustible barato. Supongo que algún día alguien fabricará un tractor eléctrico movido con placas solares (no será mañana mismo, desde luego), pero la industria química que produce esas maravillosas semillas transgénicas, insecticidas, fertilizantes de síntesis, etc. lo va a tener crudo (¿se pilla el chiste del crudo? Como el petróleo, ja, ja, ja…).

En cualquier caso, alguna generación padecerá durante el cambio de modelo en las comarcas agrícolas, pero la gran pregunta es cómo se alimenta una ciudad como Madrid.


He aquí pues otro Filtraco: es dudoso que nuestra economía sea capaz de seguir financiando la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías mientras se solventan problemas tan graves como la alimentación de una población dimensionada para una economía en perpetuo crecimiento gracias a los combustibles fósiles.

Antes de que algún liberal me salga con el tópico, no es cierto que el capitalismo sea la única solución, hay otros modelos económicos, pero para poderlos instaurar es necesario deshacernos primero de la cultura consumista de producción eternamente creciente, basada en la maximización del beneficio. Eso es una cultura profundamente arraigada que no desaparecerá por mucha labia que tenga el político racional de turno, asumiendo que esta figura no sea un personaje de ficción.

Y por favor, que dejen de gritar de alegría los anticapitalistas del fondo, porque hoy por hoy ser anticapitalista es tan absurdo como un pez reivindicando la hidrofobia. Más esperanzas tengo en quienes son pro-algo porque, seamos serios, el capitalismo no caerá discretamente sino desde una sonora implosión (en el mejor de los casos, que si explota…) así que mejor disponer de alguna alternativa.

En cualquier caso, nada de esto augura buenos tiempos para el desarrollo tecnológico. Porque cuando lo urgente aprieta, es sabido que lo importante muere estrangulado.

Concluyendo, la economía es un puntal de nuestra civilización, y uno de los factores que marcan su fortaleza o debilidad. De eso hablaremos en el próximo capítulo, de las civilizaciones que sobreviven y de las que ya no están. Porque si no hay civilización, ¡eso sí que será un pedazo de Filtraco!

Mientras tanto, cordiales saludos y que duerman bien.

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[1] Sobre la desigualdad en sus diferentes niveles, recomiendo leer el informe de OXFAM INTERMON Guerras fiscales: la carrera a la baja en la fiscalidad empresarial y Magos y trileros de la desigualdad de Economistas Frente a la Crisis.

[2] Hartmann (2008), citado por Miquel Rodrigo y Anna Estrada en Las teorías de la comunicación en la Sociedad de la Información, de editorial UOC. Páginas 21-22.

[3] Bill Clinton y Al Gore llevaban en su programa el desarrollo de lo que entonces se llamó las Superautopistas de la Información, que llevaron a la práctica entre 1992 y 1994.

[4] Personal Computer, no el Partido Comunista que es mucho más antiguo, en todos los sentidos.

[5] Aquí cabría mencionar la Ley de rendimientos acelerados enunciada por Kurzweil, pero prefiero dejarlo para un futuro capítulo dedicado en exclusiva a la explosión tecnológica.

[6] Sobre precarización y cambios en el empleo ya escribí en el artículo El trabajo en la sociedad de la información, que modestia aparte, recomiendo leer para comprender el impacto de las TIC en el mercado laboral.

[7] Cappoferro lo explica de forma muy sencilla y clara en su post ¿Necesita el capitalismo crecer sin parar? Para otra explicación igualmente sencilla pero algo más técnica, podéis leer el breve artículo de Eduardo Garzón La lógica del sistema económico capitalista.

2 respuestas a “Sin economía, no hay tecnología

  1. Cuando hablas sobre posibles sitios en los que invertir tus imaginarios muchimillones, me he acordado del final de «La gran apuesta» cuando, como es habitual en este tipo de pelis basadas en hechos reales, nos cuentan qué ha ocurrido con los personajes principales.

    El tío que predijo el desmoronamiento del andamiaje montado a través de las hipotecas subprime, y que se forró gracias a ello, Michael Burry (interpretado por Christian Bale), ahora sólo invierte en un valor seguro: el agua.

    https://www.gurusblog.com/archives/que-esta-haciendo-el-dr-michael-burry-agua/22/05/2016/

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    1. No conocía ese blog (te agradezco el soplo), pero si te fijas ese tipo no invierte en agua sino en algo mucho más sensible: mediante la capitalización de los elementos de producción (semillas, tierra y agua, principalmente) transforman los alimentos en generadores de plus valía vía exportación. Y quizás decir alimentos no es lo más adecuado, porque lo que más se buscan son los monocultivos llamados flexibles: aquellos que pueden utilizarse en diversas industrias. Si no leíste mi viejo artículo sobre el acaparamiento de tierras, te lo recomiendo.

      No era desde luego el objetivo de este trabajo, pero algún día quizás fuera interesante acercarse a las inversiones corruptoras, y la racionalidad detrás de su elección, siempre ligada a servicios imprescindibles para la comunidad: agua, basuras, reciclaje, construcción de infraestructuras, …
      Uno de los elementos en juego es sin duda la seguridad que proporciona una demanda inelástica por la falta de bienes de sustitución. Aunque desde luego es condición necesaria, pero no suficiente.

      Sin embargo, cada vez me interesan menos estas chiquilladas cuando pienso en….

      Bueno, mejor lo hablamos cuando se publique el final de la serie.

      Saludos y gracias por comentar.

      NB: ¿Qué te hace pensar que mis muchillones son imaginarios? Igual trabajo sólo por placer en la función pública porque me pone recibir un sueldo mileurista.

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