De colapsos sociales y otras cosas divertidas (I): ¿qué es eso del colapso?

Ya hablé en el pasado del colapso de civilizaciones, sin embargo, estos días he escuchado hablar del colapso de la sociedad actual a varias personas. Quienes están muy bien informados no se preguntan ya si va a ocurrir, sino cuándo. Una mayoría informada y educada tiende a adoptar la perspectiva Casandra, pensando que los primeros son unos exagerados, y que no hay signos de que vaya a pasar nada grave a corto plazo. Y luego están los negacionistas, que creen que eso son cosas de la ideología de algunos degenerados sociales, que pretenden imponer un regreso a la Edad Media porque les molan las novelas de caballería.

¿Quién tiene razón? ¿Se nos viene encima una hecatombe apocalíptica? ¿Eso que se escucha en la lejanía son las trompetas del Apocalipsis, o una banda de Semana Santa ensayando?

Puesto que este es un tema que, si bien no me concierne directamente por mi edad – a menos que se dé prisa, estaré muerto cuando ocurra -, sí despierta mi interés intelectual, voy a intentar aportar algo de luz (o no, según quién esto lea).

Solo un ruego previo a la lectura: sabed que no tengo ningún interés en que esto se hunda – eso es más bien cosa de los fondos buitre -, ni tampoco odio tanto a la humanidad que quiera que se extinga. Tampoco soy un ecologista militante. Yo solo expongo lo que he ido averiguando con el tiempo, el resto lo pone la persona que lea este texto.


Una definición de colapso.

Cuando se discute acerca de un fenómeno social, el primer paso debería ser siempre definirlo. La razón es sencilla: a diferencia de las ciencias positivas como las matemáticas o la física, las ciencias sociales siempre están sujetas a interpretación de acuerdo con el concepto intuitivo que todos tenemos de la cosa.

La RAE nos dice qué es un colapso, pero no da muchas pistas sobre cómo identificarlo antes de que ocurra. Habla de destrucción, ruina, paralización, … Genial si hablamos del pasado, pero no sirve para el presente.

Concepto de implosión, que a veces se confunde con el de colapso.

Hay otras más interesantes para mis fines:

“Retroceso drástico del tamaño de la población humana y/o de la complejidad político/económica/social en un área considerable y durante un tiempo prolongado”.

(Jared Diamond, 2019)

“El colapso es un proceso natural en todas las civilizaciones que puede resumirse como una disminución progresiva de la complejidad en la estructura social de una civilización, como consecuencia de una inversión de energía insuficiente para mantenerla.”

(Joseph Tainter, 1990)

 “Proceso a la salida del cual las necesidades básicas no se satisfacen para la mayoría de la población conforme a servicios encuadrados en la Ley”.

(Yves Cochet)

“Quiebra a gran escala o una declinación a largo plazo de la cultura, las instituciones civiles o de otras características principales de una sociedad o civilización, de forma temporal o permanente.”

(Wikipedia)

Todas son útiles, pero es la última la que aporta una idea significativa: el colapso no tiene por qué ser abrupto, puede producirse gradualmente y no ser percibido como tal hasta pasado un largo tiempo.

Propongo pues, a efectos de este artículo, definir el colapso social como el proceso que debilita, abrupta o gradualmente, de forma extendida y durante un tiempo prolongado, o incluso indefinido, las instituciones y la complejidad del sistema. La consecuencia de este proceso de declive es la incapacidad del sistema para proveer las necesidades básicas comprometidas con una parte importante de la población.

El declive institucional.

Otro concepto que tiene una parte intuitiva y también conduce a error es el de institución. Cuando pensamos en ello, se nos puede ocurrir el Gobierno, el Parlamento, los tribunales, … Sin embargo, el contenido es mucho más extenso.

Valga la definición de Berger y Luckmann:

Es un cuerpo de verdades generalmente reconocidas como válidas acerca de la realidad… que proporcionan mecanismos y formas de actuar mediante los cuales la conducta se hace modelada, y se ve obligada a ir por unos canales o a seguir unas pautas que la sociedad considera deseables. El truco o la estratagema consiste en hacer que el individuo se dé cuenta de que estos canales o pautas son los únicos posibles

(Peter L. Berger)

Un buen ejemplo es la institucionalización de la religión, eso que llamamos Iglesia, con mayúscula. Mediante la doctrina y la emisión de normas morales, moldea el comportamiento social en un determinado marco que se entiende como el único posible, salvo riesgo de anatema. Es decir, de expulsión de la propia sociedad, parcial – exilio, excomunión – o total – muerte -.

Iglesias vacías fuera de los grandes acontecimientos festivos o conmemorativos.

Ahora bien, como cualquier institución la religión tiene un aspecto sólido, objetivo, pero también otro subjetivo. Y necesita ambos porque no solo debe existir, sino que los individuos que forman la sociedad tienen que creer en su existencia y solidez.

En el aspecto objetivo, podemos decir que la Iglesia católica en España ha crecido en las últimas décadas mediante procesos de inmatriculación[1] y recaudaciones incondicionadas[2].

Ahora bien, si en el aspecto sólido la cosa va bien, ¿qué tal la visión subjetiva de la sociedad? Pues no tan bien, ni mucho menos. Si en 1994 el 32,1% de la población reconocía no asistir a misa casi nunca, ese porcentaje casi se ha doblado hasta el 62,1% en 2019. En cuanto a los católicos realmente practicantes, quienes van a misa al menos una vez por semana, se han reducido del 30,4% de 1994 hasta el escaso 16,1% de 2019[3].

Vemos que la institución religiosa por excelencia en España está en Franco declive – nótese la sutil referencia – desde el punto de vista subjetivo, tendente hacia la irrelevancia social. Ahora bien, ¿está en riesgo de colapso? A corto plazo, rotundamente no: sigue siendo capaz de proveer los servicios que se esperan de ella, carece de amenazas relevantes, y su nivel de complejidad es estable.

Resultado de imagen de semana santa
La otra cara de la religión en España: la tradición festiva.

Otro tanto podríamos concluir de otras instituciones que, pese a haber sufrido cambios importantes, no están siendo cuestionadas, como la familia, sin ir más lejos.


Hasta aquí la introducción al tema. En próximos capítulos revisaré el colapso de una sociedad muy anterior a la nuestra, y de otra contemporánea. Todo ello como preludio a lo que es el tema fundamental de esta serie de artículos: el posible colapso de la sociedad occidental, tal y como la entendemos hoy.


[1] Quién desee ampliar el tema encontrará amplia documentación sobre la aceleración del registro de bienes de la Iglesia después del gobierno de Aznar en 1998. Propongo, por ejemplo, este artículo.

[2] También se ha hablado mucho de las rentas estatales de la Iglesia. Sobre la financiación de la Iglesia propongo la lectura de este artículo para empezar.

[3] CIS. Serie F.1.04.02.004 – FRECUENCIA DE ASISTENCIA A OFICIOS RELIGIOSOS (IV) (SÓLO A CATÓLICOS O CREYENTES DE OTRA RELIGIÓN)


Referencias

Berger, P. L., & Luckmann, T. (2015). La construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu Editores, SA.

Diamond, J. (2019). Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial SAU.

Tainter, J. (1990). El colapso de civilizaciones complejas. Recuperado el 22 de feberero de 2020, de https://es.scribd.com/doc/112869581/Joseph-Tainter-El-Colapso-de-Civilizaciones-Complejas

Wallace-Wells, D. (2019). El planeta inhóspito – La vida después del calentamiento. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial SAU.

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