De colapsos y otras cosas divertidas (II): el Imperio Romano de Occidente

En la primera entrada de esta serie he incluido unas definiciones para ayudar en la identificación de qué es, y qué no es, un colapso social. El resumen es que no tiene por qué tratarse de un derrumbe súbito, sino que puede tomar la forma de un declive progresivo. Tampoco se trata necesariamente de una aniquilación de la población, sino que tiene relación con la incapacidad para servir a la función del sistema analizado durante un período de tiempo significativo.

Es decir, no necesariamente tiene que acabar con una invasión de extraterrestres en celo, tampoco con un Apocalipsis en el que todo lo que se movía se extingue. Ambos serían casos extremos e improbables.

En este capítulo quisiera analizar un caso típico antiguo, y en el próximo otro más reciente, pero del que tendemos a olvidarnos.

Vamos allá con la caída del Imperio Romano de Occidente.


No creo necesario presentar al mundo romano, pero sí es interesante establecer al menos tres fases de su evolución. La primera fase es la República Romana, desde el siglo VI ac. hasta el siglo I, cuando César Augusto decide abolir de facto – aunque no de iure – la República y se constituye el Imperio Romano.

La segunda fase es el período más conocido, el del Imperio Romano, que llegará hasta el reparto entre los hijos de Teodosio, Arcadio y Honorio, en el año 395.

Mapa de las fronteras de los imperios romanos de occidente y oriente a la muerte de Teodosio I, en el año 395.
Geuiwogbil at the English Wikipedia / CC BY-SA

La tercera y última finaliza con la deposición del último Emperador legítimo de Occidente[1], Rómulo Augústulo, a manos del caudillo hérulo Odoacro, en el año 476.

El declive.

“La historia de su ruina es simple y obvia; y, en lugar de preguntar por qué el Imperio romano fue destruido, deberíamos más bien sorprendernos de que haya subsistido tanto tiempo.”

Edward Gibbon. The Decline and Fall of the Roman Empire, «General Observations on the Fall of the Roman Empire in the West», 1776-1789[2]

Gibbon no culpa a las invasiones bárbaras, que más bien serían la consecuencia, sino a la pérdida de valores cívicos tradicionales de Roma. Esto condujo a la debilidad de una ciudadanía, acostumbrada a delegar la administración en las manos de los sucesivos tiranos, quienes a su vez dependían de otros estamentos como la Guardias Pretoriana, que asesinó a césares con impunidad cuando convino a sus intereses.

Para este autor, uno de los principales culpables del abandono de las virtudes tradicionales romanas fue el cristianismo, que propagó la creencia de una vida mejor tras la muerte, lo que implicó también desinterés en el presente.

Sin embargo, pese a que el cristianismo – como doctrina excluyente y contraria a todo lo que la religión estatal significaba – socavó las raíces de la legitimidad del Estado, no basta para explicar una degeneración tan profunda. Hay más razones.

Probablemente la primera que hay que señalar es la inestabilidad derivada de la corrupción. Un dato que aporta Mary Beard: entre los años 14 y 192 se nombraron 14 emperadores; sin embargo, entre los años 193 y 293 hubo nada menos que 70, nombrados o autonombrados con el apoyo de alguna unidad del ejército.

Los favoritos del Emperador Honorio (395-423): Las cortinas desteñidas, el mármol ennegrecido, la posición del Emperador reflejando pereza e impotencia; todos estos símbolos como alegoría de la decadencia del Imperio Romano de Occidente. Pintura histórica de John Waterhouse (1883). Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Antig%C3%BCedad_tard%C3%ADa

Fue una guerra civil continua. Era de esperar, porque al abandonar el cursus honorum que forzaba a los patricios y ricos a participar en la vida militar y administrativa del imperio, así como el abandono de la ficción según la cual el Emperador no era sino un primus inter pares, los ricos dejaron de involucrarse y tomaron una decisión racional, en el sentido económico: batallaron por incrementar sus posesiones a título personal.

De lo anterior se deriva un alejamiento entre las élites y los ciudadanos de a pie, lo que propició un incremento desmedido de la desigualdad. Los ricos obtuvieron grandes exenciones fiscales, y cambiaron el aporte de ciudadanos para la vida militar, incluida su propia participación, por la compra de territorios y el alquiler de tropas bárbaras.

En cuanto al pueblo llano, y especialmente los pequeños propietarios campesinos, acabaron ahogados por los impuestos y sujetos a sus propiedades o arrendamientos en un embrión de los que serían posteriormente los siervos de la gleba medievales: gentes condenados a trabajar la tierra para sus señores. Y cuando tocase, tomar las armas, sin coraza ni casco, que son caros e incómodos, para ir a luchar contra vaya usted a saber quién, dejando las tierras desatendidas.

Este incremento de privilegios de unos a costa de otros, así como otros cambios legales, – por ejemplo, el reparto de los bienes de los ciudadanos condenados al exilio o a muerte entre parientes y partidarios, a costa del erario – llevaron a la quiebra de la conocida eficacia de las legiones romanas. La falta de dinero para equipar y mantener activas las tropas, sumada a la escasa motivación cívica de las tropas de origen bárbaro – incluidos sus mandos – y a la relajación de la disciplina, transformaron esos ejércitos en una fuente de problemas más que una solución.

Así describe un testimonio la vida en las etapas tardías del Imperio[3]:

Los vicios de un imperio en declive, de los que habían sido víctima tanto tiempo; el cruel absurdo de los príncipes romanos, incapaces de proteger a sus súbditos contra el enemigo público, dispuestos a confiar en ellos con armas para su propia defensa; el peso intolerable de impuestos, aún más opresivo por los modos intrincados o arbitrarias de la colección; la oscuridad de numerosas y contradictorias leyes; las formas tediosas y costosas de los procesos judiciales; la administración parcial de la justicia; y la corrupción universal, lo que aumentó la influencia de los ricos, y agravó las desgracias de los pobres.

(Gibbon y 1782, Chapter XXXIV: Attila.—Part II.)

Incluso la convivencia con los bárbaros es preferible a la pertenencia al imperio:

Aunque estos hombres difieren en costumbres e idioma de aquellos con los que se han refugiado, y no están acostumbrados también, si se me permite decirlo, al olor nauseabundo de los cuerpos y la ropa de los bárbaros, sin embargo, prefieren la extraña vida que encuentran allí a la injusticia que abunda entre los romanos. Así que te encuentras pasando por encima de los hombres en todas partes, ahora a los godos, ahora a las bagaudas[4], o a otros bárbaros que han establecido su poder en cualquier lugar . Llamamos a esos hombres rebeldes y totalmente abandonados, a los que nos han obligado a delinquir…

(De gubernatione Dei by Salvianus. The fifth book. verses 5–7. http://www.ccel.org/ccel/salvian/govt.iv.vi.html)
Resultado de imagen de campesinado imperio romano de occidente
Los Baugadas.
Fuente: http://almagacen.blogspot.com/2013/03/los-bagaudas-o-el-pueblo-en-armas.html

El detonante.

En el siglo V, los bárbaros eran parte del paisaje desde que se hizo habitual concederles tierras y tomarlos a servicio de las milicias romanas, incluidos sus mandos. Se ve perfectamente en este mapa, en el que se refleja el intento del emperador Mayoriano por recuperar los dominios arrebatados por las tribus bárbaras:

Durante sus cuatro años de reinado Mayoriano (457-461) reconquistó la mayor parte de Hispania y el sur de Galia, y redujo a los Visigodos, Burgundianos y Suevos a un status federado.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Ca%C3%ADda_del_Imperio_romano_de_Occidente#/media/Archivo:MajorianEmpire.png

Solo era cuestión de tiempo que alguien osase tomar el todo en lugar de mendigar tierras sometidas, y ese alguien fue Odoacro, con el reconocimiento del emperador Zenón de Oriente, adornado con la categoría de virrey y patricio. Hasta que Teodorico, posteriormente llamado el Grande, se la jugase a Odoacro partiéndolo en dos – literalmente – y fundase el Reino Ostrogodo en el año 493.

Conclusión: un colapso en toda regla.

Las conclusiones son evidentes:

  1. Se produjo un declive previo de varios siglos, que en este caso fue lento e inducido por causas endógenas.
  2. El sistema era extremadamente complejo. Por citar algunos datos, en su etapa de máximo crecimiento el Imperio Romano gestionaba[5] nada menos que una población estimada de 59 millones de habitantes, que hablaban unas 70 lenguas, extendidos sobre una superficie de aproximadamente 3,3 millones de km2.
  3. La corrupción y la extrema desigualdad llevaron a la inestabilidad, y la incapacidad del sistema para sostener su complejidad.
  4. Las instituciones se debilitaron por múltiples razones. Una de ellas fue el cristianismo, pero no menos importante fue la pérdida de legitimidad de un sistema político en el que la separación entre pueblo y élite llegó a extremos tan insoportables que los mismos enemigos del Imperio se transformaron en refugio de los ciudadanos.
  5. Si bien los bárbaros fueron el punto final del Imperio Romano de Occidente, deben ser considerados un último hito y no la razón de su caída.

Por tanto, se cumple la definición de colapso: el sistema no pudo cumplir con sus obligaciones al producirse una simplificación drástica en todos los ámbitos.

Y, sin embargo, su influencia perdura hasta la actualidad en la que seguimos admirando su cultura, hablamos un derivado de su idioma, y mantenemos principios de sus normas y organización. Que se lo digan por ejemplo a la Iglesia Católica, que mantiene la estructura administrativa, cultural y judicial del Imperio Romano, además de conservar el latín como lengua oficial.

Es decir, hubo colapso, pero no desaparición, ni olvido, ni extinción. De hecho, la memoria de su cultura ha sido la simiente para la modernidad, aunque para ello haya tenido que transcurrir un milenio entre el momento de la caída y el Renacimiento.


Sin duda el Imperio Romano es un ejemplo poderoso de colapso de civilización, aunque ya resulte muy alejado en el tiempo. Es fácil desligarse de él afirmando, por ejemplo, que ya no cabe esperar una invasión bárbara. A tal respecto, tengo mis dudas cuando miro a mi alrededor y veo a ciertos colectivos, pero comprendo el argumento. Por eso, en la próxima entrega hablaré de otro colapso mucho más cercano en el tiempo, y sin bárbaros de por medio.


[1] El Imperio Romano de Oriente aún seguiría hasta la caída de Constantinopla, en 1453, conquistada por el Imperio Otomano.

[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_de_la_decadencia_y_ca%C3%ADda_del_Imperio_romano

[3] Extraídas de Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Ca%C3%ADda_del_Imperio_romano_de_Occidente

[4] Se conoce como bagaudas a los integrantes de las revueltas campesinas, que sucedieron en el Bajo Imperio, en especial en las Galias y en la Hispania Romana. Ver, por ejemplo, https://caminandoporlahistoria.com/los-bagaudas-del-bajo-imperio/

[5] Fuentes: https://es.wikipedia.org/wiki/Imperio_romano y https://es.wikipedia.org/wiki/Demograf%C3%ADa_del_Imperio_romano


Referencias

Beard, M. (2016). SPQR. Barcelona: Editorial Planeta, SA.

Nixey, C. (2017). La edad de la penumbra. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial, SAU.

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